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Mi vida – ¿qué fue eso?

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Memorias de un ser en peligro de extinción

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…A la locura de los valientes

Cantamos una canción

La locura de los valientes

¡Esa es la sabiduría de la vida!


(M. Gorky, Canción del Ave de Trueno)

PREDICCION

Hace mucho tiempo me aconsejaron que escribiera memorias. Pero no tenía algún deseo especial. Y de repente, hace unos meses, quise sentarme a escribir sobre mí misma, sobre mi problemática vida, sobre mi tiempo. ¿Por qué? Porque lo que antes no me interesaba — la vida de mis antepasados, sus destinos, sus carácteres — se convirtió en algo muy interesante en el ocaso de mi vida. Y no hay nadie a quien preguntar. Todos se han ido. Así que pensé que tal vez mis descendientes (por muy pocos que sean) querrían saber algo sobre nosotros.

También más de una vez, cuando he contado diversos episodios e historias de mi vida, me han dicho: "¡Oh, podrías escribir un libro entero sobre ti misma!”.

Sí, lo sé: he organizado mi vida de tal manera que casi cada una de sus muchas historias tira del argumento de un libro de ficción. Así que, tal vez, efectivamente, algún artesano de la pluma, después de leer mis memorias, escriba algo de ficción basado en ellas.

Y una nota más: estaba escribiendo la verdad aquí. No es una confesión, sin embargo la verdad. Puede resultar desagradable para alguien (incluidos mis hijos). Pero lo que fue, fue, y no he contado aquí todo lo que fue y lo que sufrí. De todos modos, son mis memorias, y vosotros escribiráis las vuestras…

MI COMIENZO

Primero, sobre mis padres. Mi madre, Polina Fyodorovna Mishurova, nació el 28 de diciembre de 1914 en el pueblo de Diaguilevo, distrito de Vyazemsky de la región de Smolensk, en la familia de un herrero. Su madre, mi abuela Matryona Romanovna, procedía de una familia campesina, dio a luz a ocho hijos, de los cuales cinco sobrevivieron en la infancia. Su padre Fyodor Fyodorovich Mishurov murió en 1940.

La abuela vivió hasta los 96 años, murió en 1976. No vivía con nosotras, pero venía a menudo a visitarnos, o mi madre y yo íbamos a visitar a la hermana de mi madre donde vivía la abuela, así que casi estaba con nosotras. Era delgada, esbelta, con una cintura conservada hasta sus últimos días (cada vez me pregunto más a menudo ¿cómo una campesina que daba mucho a luz  tuvo semejante figura y, por cierto, yo, que no soy campesina en absoluto, tengo la figura más campesina?), anciana de aspecto muy agradable, a no ser que su atractivo se viera un poco estropeado por las gruesas gafas que llevaba a causa de la mala vista. Durante la guerra fue ocupada por los alemanes, su espaciosa casa fue ocupada por oficiales alemanes, y ella y otras mujeres del pueblo pasaron muchos meses viviendo en un foso. Yo sabía que durante la retirada los alemanes habían incendiado la casa y ella se quedó sin hogar, por lo que vivió todos los años hasta su muerte con su hija mayor y su yerno no demasiado amable, un coronel de la caballería. (Mi madre me llevó una vez de adulta a este pueblo y me enseñó la colina donde estaba su casa).

Mi abuela decía que, si pudiera, escribiría un libro bien gordo sobre su vida. Pero, por desgracia, no la molesté mucho con preguntas, y no me contó mucho. Por supuesto, no habría podido escribir nada por sí misma, tanto por su mala vista como por su escasa alfabetización: sólo había terminado dos o tres clases. En general, era muy sabia, podía mantener una conversación con todo el mundo, en eso tenía un acento de Smolensk del que nos reíamos, me parecía que era puro paleto, pero era sólo un dialecto local cercano al bielorruso (sin embargo, el bielorruso en sí no es nada urbano).

Me gustaría señalar que mi abuela tomó muy a pecho y amó a mi hija, y en su muy avanzada edad ayudó a mi madre en mi ausencia de un mes a cuidar de un bebé de 9 meses, lavando pañales, etc. Tengo muy buenos recuerdos de ella.

Mi padre, Victor Stepanovich Bystrykh, nació el 13 de febrero de 1911 en la estación de Sliudyanka de la región de Irkutsk, en la familia de un empleado del ferrocarril. Su padre también murió muy pronto, antes de la guerra. Su madre, Olga Afanasyevna, tuvo siete hijos. Murió en Leningrado, donde vivía con su hija mayor, a la edad de 76 años. La primera vez que la vi fue a los 15 años, cuando vine a quedarme con ellos durante las vacaciones de invierno. Y luego, creo, una vez más. Aparte de eso, no tuvimos contacto con ella. Recuerdo que quería que la besara, pero yo no era una chica cariñosa (a diferencia de Marina, mi prima, que vivió con mi abuela durante muchos años y siempre la besaba y acariciaba), y no quería besar a una «extraña» (como yo la percibía) mujer gorda (mi abuela Motya era delgada y agraciada). Ahora me arrepiento, por supuesto, porque yo era la única continuación de su hijo muerto.

Mi madre se graduó en una escuela de siete años en la ciudad de Vyazma y a los 15 años llegó a Moscú para estudiar en el colegio técnico. Al principio vivía con su hermano Nikolay, que ya trabajaba en Moscú, donde tenía una pequeña habitación de 7 metros en una casa de madera de dos pisos sin ninguna comodidad. Estaba a punto de graduarse en la escuela técnica de la industria química del petróleo cuando esa fue trasladada a Tyumen. (Cuando era joven, su especialidad «petróleo y lubricantes» no me parecía en absoluto interesante, pero ahora vemos esa especialidad relacionada con el petróleo y estas ricas ciudades productoras de petróleo de una manera diferente). Cuando mi madre tenía 23 años, estaba enamorada (no como ahora, sino de puro amor, sin intimidad) de un joven, pero fue exiliado al norte, más allá del Círculo Polar Ártico (que estaba «de moda» entonces!); se carteaban, pero finalmente fue «llevado» allí por una mujer con un hijo; la madre estaba muy apenada, pero a pesar de las cartas de arrepentimiento de su prometido, no le perdonó la traición. Mientras trabajaba en el aeródromo de Tiumén, en el laboratorio de petróleo, mi madre conoció a mi futuro padre. Voló por todo el Norte en aviones de pasajeros y de carga, es decir, trabajó en el sistema de la GVF (Flota Aérea Civil). Víctor estaba tan enamorado de la bella Lina (y mi madre era muy bella) que amenazó con tirarse del avión si no se casaba con él. Mi madre cumplió 26 años y ya debería haber pensado en casarse. Y se casaron, o, simplemente, firmaron en el registro civil, justo antes de la guerra.

Se trasladaron al aeropuerto de Vnukovo cuando comenzó la guerra. En otoño, mi madre y su hermana menor, Lenochka, estudiante de la Universidad Estatal de Moscú, fueron evacuadas a la ciudad de Ufa. Mamá ya estaba embarazada de mí, cuando ocurrió la tragedia: después de unos trabajos de excavación obligatorios, Lenochka tuvo fiebre tifoidea y pronto murió. Esta tragedia fue la más terrible para mi madre. La hermana menor de 18 años, que mostraba grandes esperanzas en sus estudios, era querida por todos de manera especial, y además mi madre se sentía responsable ante su madre, que estaba en la ocupación y que ya había pasado bastantes penurias, por Lenochka, a la que llevó a la evacuación — se la llevó y no la salvó. No fue culpa de mi madre, al principio la trataron por malaria, y cuando comprendieron que era tifus, ya era tarde, pero la desgracia fue terrible… (En los años setenta mamá fue a Ufa, visitó el cementerio donde estaba enterrada su hermana y aproximadamente de ese lugar trajo un puñado de tierra, que enterró al lado de la tumba de su madre).

En definitiva, mi madre estaba atravesando su embarazo en un estado profundamente estresante. Por no hablar de una desgracia tan universal como la guerra y su comienzo más amargo. Además, las condiciones de vida no eran nada fáciles: tres personas vivían en una pequeña habitación (Alevtina, la hermana mediana de papá, vivió allí algún tiempo), excepto papá, que volvía a casa sólo de vez en cuando despues de los vuelos..

Nací en Ufa el 22 de julio de 1942. Pronto mi madre regresó de la evacuación y se instaló en el pueblo del aeropuerto Vnukovo.

A principios de junio de 1943 mi tío, el hermano menor de mi padre, Boris Bystrykh, piloto militar y Héroe de la Unión Soviética, pereció en un combate aéreo. (El año pasado se inauguró un busto en su ciudad natal, Babushkin, en Transbaikalia). Al enterarse de la muerte de su hermano, mi padre, que trabajaba en el aeropuerto como secretario de la organización del partido y realizaba vuelos internos, insisitio que fuera al frente. En noviembre de 1943, cumpliendo una misión importante — un vuelo sobre la línea del frente hacia los partisanos en la región de Krasnodar, su avión se estrelló en circunstancias poco claras. Mi madre recibió un mensaje de que mi padre había desaparecido. Sólo en febrero de 1944 un forestal encontró los restos del avión y los restos de la tripulación y los pasajeros, 12 personas en total. Mamá y otras viudas de la tripulación fueron llamadas a volar a ese lugar (la región de Krasnodar ya estaba liberada) para identificar a sus maridos. Y mi madre voló y en ese bosque recogió literalmente los huesos de mi padre. (En 1975, no sin dificultad, yo he encontrado el entierro del padre en una fosa común en el pueblo Adagum de la zona Krymsky del territorio de Krasnodar).

Mi papá

Hasta siete años mi madre me dijo que mi padre había desaparecido. Y algo de esperanza perduraba en mí. Pero entonces, cuando tenía nueve años, tuve un sueño en el que papá había venido, el sueño fue largo y vago, y luego papá desapareció, y me desperté con la impresión de ese sueño, papá se había ido, y entonces comprendí claramente que no estaría, ¡nunca! Y lloré y lloré larga e inconsolablemente…

De mis primeros recuerdos: recuerdo vagamente que en Vnukovo tuve una niñera no muy amable — mi madre trabajaba, por supuesto. Y luego, cuando tenía tres años, nos mudamos a esa pequeña habitación en Moscú, en la calle B. Ekaterininskaya, donde mi madre habia vivido con su hermano, pero su hermano se casó y se fue. También recuerdo vagamente -creo que fue el Día de la Victoria, 1946, (tengo tres años), mi madre me despertó después de una siesta, dijo que era un día de fiesta y que iríamos a dar un paseo, y quiso vestirme, pero le arranqué las medias de las manos y grité: «Yo misma». decidi que ya era grande y que podía vestirme sola, pero no pude hacerlo y, de todos modos, no dejé que me vistiera: era testaruda. (Y en el Día de la Victoria de 1945 mi madre, como ella misma recordaba, caminó por las calles y lloró de pena — durante la guerra perdió a su querida hermana, a su marido y a su hermano — el comisario)…

Mamá consiguió inmediatamente un trabajo en la fábrica de perfumes, que estaba a 15 minutos a pie de casa (en la calle Meshchanskaya), y le costó conseguir una guardería para mi, en el sótano de la calle Oktyabrskaya, en Maryina Roscha. Y recuerdo muy bien esa guardería, porque era asquerosa. Recuerdo cómo me hacían beber leche quemada, cuyo olor me hacía sentir mal y me ahogaba, y la enfermera me la echaba en la boca; recuerdo cómo nos ponían a dormir a la hora de siesta en sacos de dormir en la terraza en invierno, cuando hacía mucho frío, y el aire helado me dificultaba la respiración; recuerdo que una vez me cagué en los pantalones y la niñera me regaño mucho por ello; y por fin recuerdo como el dentista vino a revisarnos los dientes y después de revisar a todos los niños llamaron los nombres de los que necesitaban un empaste, y yo me quedé temblando por escuchar mi nombre, y lo escuché y me llamaron a la sala y me taladraron con un taladro horrible que sonaba como un martillo clavándose en el hormigón: me pusieron un empaste. Y durante la noche tuve un dolor terrible, se me hinchó la mejilla, lloré mucho, y por la mañana mi madre me llevó a una clínica dental de pago. Allí me dijeron que me iba a doler, pero que tendría que tener paciencia — era necesario abrir el empaste, había una infección, pero «pensamos, que eres una chica valiente y aguantarás»; después de estas palabras yo con un temblor interno, pero con determinación externa (¡cómo! — no debería decepcionarlos y confirmar, que soy valiente) fui al despacho y, realmente, soporté un dolor terrible sin un grito y gemido — quería mostrarme valiente y audaz — ¡pero este dolor lo he recordado! (Es horrible: ¡no había anestesia para el tratamiento dental!) Luego me pusieron un medicamento en la muela, me alabaron por mi paciencia y se acabaron mis tormentos. Pero mi madre no volvió a llevarme a esa guardería.

Pronto mi madre me asignó a una guardería cerca de su trabajo, y fui a esa guardería hasta la escuela. Era, ciertamente, mejor que la anterior, y las educadoras allí eran buenas, y en verano nos llevaron a la dacha, pero la comida era toda igual de monótona, la fruta y las verduras frescas eran una rareza (¡y cómo podría ser después de la guerra!), y después del verano mamá solía rastrear mi pelo lleno de liendres y por lo tanto nos cortaban el pelo a desnudo. Allí la educadora me dibujaba cuadros rojos o negros por mi comportamiento, y había muchos cuadros negros o mixtos: la culpa era de mi terquedad y de mi testarudez. Pero al mismo tiempo estaba contenta de ir a la guardería, era interesante. Empecé a deletrear a los seis años y antes, ya sabiendo las letras, cogí un cuaderno escolar, lo corté en dos, quizás, para que fuera más cómodo escribir en él, puse un título: Pushkin (¡!) en la portada, pero no fue más allá: componer poemas no funcionó.

En mi primera infancia sólo tuve una muñeca y me bastó, pero me gustaban las pistolas y me alegré mucho cuando me regalaron un percutor (que disparaba con un palo con un pomo de goma en el extremo). Me gustaban mucho los barcos, incluso más que los aviones. En fin — era niña de la posguerra.

También recuerdo — cuando tenía cinco años- que hubo una fuerte helada en febrero y estuvimos con mi madre en una cola — de huevos o de harina-, mi madre me llevó a dar dos normas para dos, estuvimos tres horas de pie, mi madre me mandaba de vez en cuando a la entrada de un edificio cercano «para entrar en calor» (lo pongo entre comillas porque la entrada no tenía calefacción), después de ese día me dio una angina fuerte con altas temperaturas… También recuerdo mi viaje con mi madre a Vyazma a tia Marusa (era el 1947) donde todas las casas del centro de la ciudad estaban todavía en ruinas…

En el mismo año de 1947 fuimos con mamá (le asignaron en el trabajo) al balneario de Kuokkala, en el Golfo de Finlandia, y allí vi una vez pasar una columna de prisioneros alemanes. Mi cabecita estaba llena de sentimientos encontrados, pero a pesar de todo me acerqué y le di a uno un trozo de pan…

Kuokkala, golfo finlandez, 1947

En 1949 fui a la escuela femenina. Fue un gran acontecimiento para mí, porque hacía mucho tiempo que soñaba con la escuela, y ahora, por fin, era una alumna de 1«A», ¡e iba a estudiar sólo con honores! Mi madre se sentó conmigo durante mucho tiempo, me enseñó a escribir con la pluma, guiando mi mano y escribiendo bonitas letras (y entonces tenía la mejor letra de la clase), pero en el primer trimestre saqué más 4 que 5 (las notas empezaron a ponerse enseguida), y no fui de los primeros a los que se les permitió cambiar del lápiz a la pluma y la tinta (sólo lo conseguí en la segunda carrera). Pero poco a poco, con la ayuda de mi madre y mi diligencia, llegué a ser la mejor de la clase y pronto me convertí en una estudiante de sobresaliente.

Me encantaba aprender, me encantaba hacer los deberes, incluso disfrutaba inventando y dibujando en mis cuadernos de aritmética las bonitas cenefas que separaban la lección de casa de la de clase (eso nos decían). Yo estaba sola en la casa, mamá corría de la fábrica a su almuerzo de media hora, calentaba la comida en un primus (o queroseno), y dejaba las ollas de sopa y kashas en la estufa caliente de la mañana, envueltas en una toalla, y se iba corriendo al trabajo (prácticamente no tenía tiempo para comer ella misma). Mientras yo hacía los deberes, oía a los niños jugar en el patio, quería ir a dar un paseo, pero mi madre me enseñó que «Primero tarea, luego paseo», y yo me adherí a esta regla, porque respondía a mi deseo: ser la mejor, ser un ejemplo. Luego, a eso de las cuatro de la tarde, salía a la calle y apenas quedaban niños en el patio: a esa hora se iban a sentar a empezar sus deberes, y en invierno ya estaba oscureciendo. Pero igual, yo no cambiaba mis reglas.

Recuerdo un episodio más. Nuestra maestra vivía sola, y un día cayó enferma, y algunas chicas fuimos a visitarla. Vivía en una casa de piedra de 7 pisos, que me impresionó. Nos dio té y luego empezamos a llevar las tazas a la cocina para lavarlas. Las tazas eran bonitas, de porcelana fina. Y no podía sostener una en mis manos, se cayó y se rompíó (no estaba acostumbrada ir a lavar platos, mi madre nunca me permitía ir a la cocina, donde olía a queroseno, sólo me lavaba allí por la mañana). La maestra preguntó estrictamente quién había roto la taza. Y no me confesé. Yo, al ver su cara, tuve miedo de su enfado y de que ahora le cayera mal. He mostrado cobardía, y estoy muy arrepentida por la taza y por no habérselo dicho, Sofía Akimovna.

Unas palabras sobre nuestras condiciones de vida. Como ya he dicho, nuestra casa carecía de comodidades. El agua se traía de un pozo de la calle, el retrete de cuatro agujeros era sucio y maloliente, estaba en el patio, mi madre no me dejaba entrar allí — había una olla para mí; la comida se preparaba en primus con queroseno, o en una estufa — el horno holandés se calentaba desde el pasillo, mi madre se levantaba a una temperatura de 12—13 grados en la habitación en invierno y avivaba el horno al subir yo a la escuela; había tres familias (y socialmente muy diferentes — una familia de 4 personas — intelectuales, la segunda — un peluquero y su mujer, también vecinos normales, pero la tercera familia — vivía una mujer, que trabajaba de barredora, su hija y su hijo estaban en la cárcel, luego su hija volvió de la cárcel, estaba cumpliendo una pena por robar, probablemente, por alguna boberia, y nunca vi a su hijo; la madre y luego la hija estaban calladas y no se comunicaban con nosotros). Teníamos un saray (tipo granero) con leña en nuestro patio, me gustaba mucho ir allí, tenía un maravilloso olor a leña, y me construí de los palos de madera un patinete allí.

Sólo había casas de madera en la calle, aunque el centro de la ciudad no estaba lejos. Más tarde, durante la construcción del Estadio Olímpico y la Avenida Olímpica todo fue demolido y estas calles simplemente desaparecieron.

Nosotros, los niños de la calle, nos quedabamos solos para todo el dia. (Los padres también trabajaban los sábados y nosotros estudiábamos los sábados). Salía mucho de paseo, sobre todo me gustaba el invierno (los inviernos eran entonces nevados y helados): nos subíamos a los tejados de los graneros y desde ellos saltábamos a los ventisqueros; jugábamos al «rey de la montaña», patinábamos desde un tobogán de hielo, que los padres organizaron en el patio; patinábamos en nuestra calle, afortunadamente casi no había coches. Al principio tenía unos patines unidos a unas botas de fieltro (valenki), y a los 9 años mi madre me compró unos patines de verdad con botas, se llamaban «deporte inglés», no eran «canadas» ni «noruegos», pero no «muñecos de nieve» de algún tipo, Pero aún así, después de los valenki me resultaba difícil patinar sobre ellos, y empecé a patinar primero sobre un patín, y corría con tanto ímpetú sobre él, empujando con una pierna, en nuestra calle, que luego, habiendo puesto el segundo patín, no tuve más problemas para patinar. En la primavera y el otoño, a excepción de los saltos conocidos y la pelota, jugamos cosacos ladrones.

Bueno, y en verano — en las primeras vacaciones de verano mi madre me envió al campamento, y así fue cada año, enviada en uno o dos turnos. No me importaba ni refunfuñaba: en primer lugar, ya estaba acostumbrada a estar en instituciones estatales incluso en verano, y en segundo lugar, mi madre no tenía otra opción, tenía que trabajar, y la disciplina en el trabajo en tiempos de Stalin era muy estricta. La gente tenía pocas dachas justo después de la guerra, los niños solían ir a los pueblos en verano, los que tenían parientes allí. Nosotros no teníamos pueblo: fue quemado por los alemanes.

En su fábrica de perfumes, la madre conoció a un georgiano que había llegado de Tiflis para hacer unas largas prácticas. El tío Valiko me caía muy bien, a veces venía a visitarnos, o mejor dicho -qué clase de invitados en una habitación de 7 metros- venía a buscarnos para ir a algún sitio a dar un paseo. Evidentemente, mi madre le quería mucho, porque cuando se marchó a su Tiflis y se enteró de que había vuelto con su mujer, sufrió tanto que se puso hipertensa. (Le escribió algo, pero ella no respondió). Y en general, cuando todavía era pequeña, recuerdo a diferentes admiradores de mamá, era una mujer muy interesante, pero algunos no le eran favorables, y otros no tenían su propio hogar — ¡la cuestión de la vivienda era muy aguda!

En la primavera de 1952, después de mucho jaleo y nada fácil (incluso admito que se aceptara el soborno, aunque en aquellos días era una acción terriblemente arriesgada) mi madre consiguió mejorar nuestras condiciones de vivienda — nos proporcionaron una habitación de 10 m2 en un piso comunitario con comodidades en Sretenka (una calle céntrica), más concretamente, en una de sus calles laterales o callejones con un interesante nombre «La última». El apartamento tenía gas, un aseo, un baño e incluso un teléfono. Había dos familias más en él. Con una de ellas mi madre discutía de vez en cuando, porque la familia era insolente, el número de sus miembros aumentaba constantemente, estos enfrentamientos me desanimaban, comprendía que mi madre tenía razón, que eran unos descarados, pero seguía sin gustarme. Pude ver que mi madre se puso muy nerviosa, que no dormía bien. Mamá consiguió un trabajo en un laboratorio de análisis químico en la cercana calle Sukharevsky, de nuevo para estar más cerca de casa.

Al final del tercer grado, después de mudarnos, fui a otra escuela. Allí desde una tercera clase ya estudiaban alemán, pero con la ayuda de la maestra al final del año me he puesto al día con el programa. Me gustaba mucho aprender un idioma extranjero y hacía tiempo que soñaba con clases de idiomas extranjeros, aunque soñaba con aprender francés, pero en la mayoría de las escuelas de Moscú era alemán.


El 5 de marzo de 1953 murió Stalin. Mi madre y yo lloramos amargamente, pero mi abuela (que pernoctaba con nosotras) no lloró por alguna razón. Era el último día de la despedida y ya sabíamos que mucha gente moría en enormes multitudes, pero el último día todo estaba mejor organizado, había cordones por todas partes. Por supuesto, no hicimos cola de muchas horas. Mi ingeniosa madre, que conocía muy bien Moscú y aprovechaba los patios de paso, superó los cordones conmigo y cuando se ponían delante de nosotras cada vez le rogaba a un policía que nos dejara pasar, así que conseguimos pasar no menos de diez cordones y finalmente nos pusimos en la fila más cercana, cerca del Sala de las Columnas, para despedirnos de nuestro entonces querido camarada Stalin.

Al principio también fui excelente en la nueva escuela, pero en el quinto grado empecé a sacar 4, mi comportamiento se deterioró, de vez en cuando mostraba mi, como lo llamaban, arrogancia o mal genio. Tengo que decir que no me gustaban especialmente los profesores de ese colegio y tampoco la directora.

Participe en diferentes círculos de la Casa Municipal de los Pioneros de Moscú, siempre de forma gratuita.

En el sexto curso, cuando los chicos se incorporaron a la escuela y a nuestra clase, — se produjo una «fusión» de las escuelas femeninas y masculinas, y al principio fue muy interesante. No sé las otras chicas, pero yo elegía mentalmente quién me podía gustar, y me gustaban tres chicos a la vez, cada uno a su manera. Pero un chico todavía me gustaba más, y sentía que yo también parecía gustarle a él. Se llamaba Oleg Kormilitsyn y también vivía en nuestro callejon. No estudiaba bien, pero era muy activo, ingenioso e inofensivo, nunca ofendía a las chicas; tenía una altura pequeña, pero era muy corpulento. Una dia en el séptimo curso, le escribí una nota: «Alik, vamos a ser amigos» (el no la escribiria, era más niño). Y esperé con la respiración contenida una respuesta. Me envió una respuesta: «De acuerdo». Yo estaba en el séptimo cielo, pero la verdad es que no sabía cómo ser amigos… Bueno, probablemente, volviendo a casa juntos de la escuela, tal vez haciendo los deberes juntos a veces… Y ese día, recuerdo, tuvimos una clase de educación física: esquiar en el parque Ostankino; después de esquiar, Alik y yo (todos los Olegs se llamaban Aliks en aquella época) fuimos juntos a la parada del tranvía, en el camino nos detuvimos en una panadería y compramos un cuarto de pan negro. Partimos y comimos ese pan fresco y oloroso, y recuerdo la sensación de felicidad que tuvimos los dos juntos, comiendo ese pan… ¡y nos sentimos tan bien! Y también pensé entonces: sólo teníamos trece años, y cuánto había que esperar hasta que tuviéramos al menos dieciséis para poder cogernos de la mano y quizá incluso besarnos. Y otra cosa: si me siento tan bien sólo caminando a su lado, ¿qué sensación experimentaría entonces, unos años después, con los abrazos y los besos…?

Pero a esa edad ya no había posibilidad de que Alik y yo estuviéramos juntos, sólo en la primavera de ese mismo año fuimos con él a la sede de la VDNJ para que me enseñara a montar en bicicleta. Y creo que lo hizo. En octavo grado, se involucró con un grupo de chicos malos de nuestra clase, y dejó de gustarme. Después del octavo curso, Alik dejó la escuela y se fue a una escuela de la formacion profesional y un tiempo no relacionamos.

No había nada más particularmente interesante en mi vida durante esos años de adolescencia. Me miraba en el espejo y me odiaba por mi imagen. Me convertí en una gran introvertida. Me encantaba leer, no leía libros para adultos, cogía libros para niños de la biblioteca del distrito que lleva el nombre de Turguéniev y fue imposible separarme de ellos. Tal vez, mi libro favorito fue «El Conde de Montecristo» y «El Tábano». En octavo curso, después de que mi madre me comprara una cámara para mi cumpleaños (la más barata, ni siquiera con película, sino con marcos negativos), me dediqué a imprimir fotos en casa y compré todo lo necesario para ello. Todavía iba a los campamentos en verano y a veces iba a Vyazma con mi abuela a visitar a mi tía Marusia. Cuando estaba en el noveno grado, mi madre consiguió un billete para el campamento del GVF en el Mar Negro (Anchor Gap, cerca de Sochi) y volé allí por primera vez en un avión, no de pasajeros, sino uno especial que era gratuito para los niños de Moscú y Vnukovo. Era el IL14, y volamos durante mucho tiempo, más de 4 horas, y había mucho parloteo, sentí náuseas, en general, no era como en los aviones modernos…

La relación con mi madre no era muy buena. Mi madre solía ir de vacaciones (mientras yo estaba en el campamento) a Casas de Reposo asignadas y pagadas por el sindicato. Y de alguna manera conoció a un hombre allí. Continuaron su romance en Moscú. Estaba más o menos divorciado, pero vivía en el mismo apartamento con su mujer, y en invierno, según tengo entendido, no tenían dónde ir, y a veces por la noche se quedaba hasta tarde en nuestra habitación de 10 metros con mi madre, yo me iba a la cama y ellos se sentaban en el sofá y se besaban y se acariciaban; creyeron que estaba dormida y me quedaba sin aliento y todo dentro de mí ardía por el asco que sentía tanto por él como por mamá y no podia dormir hasta que mamá lo echaba. El caso es que no me gustaba, lo rechazaba intuitivamente, y cuando mi madre habló de que el tío Arseniy le propuso casarse, yo me rebelé literalmente, la tía Tanya y probablemente alguien más me convencía, pero yo decía que lo odiaba y que no viviría con él. (De hecho, no tenía intención de vivir en nuestra habitación junto con un hombre extraño). Con el tiempo (por mi culpa) su relación empezó a desmoronarse y se fue apagando poco a poco. Pero la aversión a mi madre me acompañó durante mucho tiempo. Por supuesto, no era culpa de mi madre, era una mujer y su feminidad, su juventud pasaban estériles, y no había condiciones para el amor o el sexo. Pero yo percibía las cosas según mi edad…

Ya no era una alumna excelente, aunque era una de las tres mejores en ruso, literatura, matemáticas, historia y geografía. No me gustaban ni la zoología ni la biología y mi asignatura más floja era el dibujo técnico (no tuvimos profesor durante mucho tiempo y luego fueron cambiando). La mejor de la clase era Yulia Tolstova, una niña de altura pequeña con una frente enorme como la del joven Lenin. Era un ejemplar para mi, porque a ser exelente en estudios conseguía estudiar en el círculo de teatro, tocar el piano y ser la secretaria del Komsomol en la escuela. Pero a veces incluso ella me preguntaba, al llegar a la clase, si yo había resuelto alguna ecuación muy difícil y yo, que me había sentado tres horas en ésta, le respondía que lo había hecho y estaba orgullosa de ser la única que la había resuelto. No cabe duda de que Yulia Tolstova era inteligente, sólo que a veces no disponía de tres horas para hacer una ecuación antes de ganar. (Creo que su nombre me gustó tanto que le puse ese nombre a mi hija. Es interesante que Yulia Tolstova, habiendo ingresado en la Facultad de Mecánica de la Universidad Estatal de Moscú, se casó y dio a luz antes que todas nosotras, y llamó a su primera hija Lyudmila; luego dio a luz a tres hijos más, y se convirtió en una científica — una lingüista matemática; ¡sí, era una personalidad excepcional!

En el décimo curso, mi aspecto empezó a mejorar y me animé. Los exámenes finales comenzaron. Y entre examen y examen nuestra cálida compañía — 3 chicas y 3 chicos, todos en parejas, yo y Alik (renovamos nuestra relación con él), ibamos al callejon Ulansky a la glorieta (justo detrás del edificio Corbusier) y nos besamos y nos besamos…

Por alguna razón no me he acordado de mi fiesta de graduación, pero durante mucho tiempo guardé un precioso (para aquellos tiempos) vestido de moiré plateado, que cosí en el atelier. Después de muchas dudas no tenía una atracción evidente por una profesión en particular- solicité el ingreso en el Instituto de Ingeniería Civil de la Facultad de Construcción Urbana; (pensé erróneamente que se trataba de una especialidad de perfil amplio, y que en mi facultad de urbanismo no habría tanto dibujo como en el de ingeniería civil). En realidad soñaba con la facultad de Matemáticas de la Universidad Estatal de Moscú, o con el periodismo, pero tuve que hacerlo, porque entonces todavía me pagarian la pension por mi padre un año más, hasta mi 18º cumpleaños — 450rub. (más al sueldo de mamá 700rub.) que era más alto, que la beca, por lo que arriesgar, ir allí, donde la competencia muy alta, no podía. La competencia para la facultad elegida fue suficiente, pero no terrible: 6 personas por plaza. Tuve que hacer cinco exámenes y durante todo el mes de julio recibí clases particulares de matemáticas y física. Obtuve las notas requeridas con 5 y 4. ¡Sí, he entrado! Mi madre me compró un vale a una casa de vacaciones durante 12 días, me hice un corte de pelo corto a la moda y por primera vez fui sola a este lugar.

La infancia ha terminado. Empezaba nueva etapa de mi vida.

JUVENTUD, MATRIMONIO FALLIDO, NUEVO AMOR

En septiembre de 1959 comencé mis estudios en el MISI. Pero en lugar de una vida estudiantil plena nos esperaba el nuevo decreto de Jruschov según el cual los estudiantes que no tuvieran prácticas debían adquirirlas en dos años, combinando el trabajo con los estudios nocturnos. Así que nuestro grupo fue enviado a las obras, como aprendices de pintor. Trabajé en parejas con Liana Akhuba, que había llegado de Gudauta, (Abjazia. Cáucaso, Mar Negro) con la que más tarde nos hicimos amigas, aunque a menudo nos peleábamos por mi carácter y el suyo, aún más testarudo.

Empezó una vida difícil, había que levantarse muy temprano, ir a las afueras de Moscú para las 8, ponerse el mono de trabajo, trabajar hasta las 14:30 (todavía era menor de edad, trabajaba 6 horas), volver a casa a las 16, y a las 18 ir al instituto a las clases. Pero después de almorzar en casa, después de inhalar pintura y polvo en una obra de construcción, solía quedarme dormida, y a menudo me perdía las clases. Sobre todo empecé a evitar la geometría descriptiva que no entendía y cada vez que pensaba que para qué ir a la siguiente clase si ya estaba atrasada y lo primero que tendría que hacer seria sentarme y estudiar la asignatura desde el principio. Y así fue como abandone la asignatura que al final del primer curso fui suspendida, y no se me permitió hacer exámenes. Tuve que admitirlo ante mi madre; ella llamó al departamento del instituto de la construcción por correspondencia y se puso de acuerdo con uno de los profesores de delineación sobre el coaching; este coach me hizo todos los ejercicios y esquemas, me explicó el sentido de las lineas, en general, durante tres o cuatro clases me coacheó tan bien, que aprobé el proyecto de delineación, y luego aprobé el examen, y lo aprobé con «tres», ¡pero aprobé! Todo el grupo estaba preocupado por mí y cuando salí por la puerta de la sala de examen y, exhalando, dije: «Tres», todos los chicos también respiraron aliviados y comenzaron a felicitarme. Entonces fue mi única «3» en mi diploma.

Pero en matemáticas superiores era la mejor, y entonces me enamoré de temas como la mecánica teórica, la resistencia de materiales, así como las estructuras de hormigón armado.

En verano, Liana nos invitó a mí y a otras dos chicas a su casa de Gudauta situada en la costa. Era la segunda vez en mi vida que nadaba en el Mar Negro. Una vez estuve a punto de ser violada por un abjaso que me siguió desde la playa cuando me adentré sola en las montañas. Al principio estaba muy serio, me resistía a que me agarrara, le rogaba, y afortunadamente no era del todo salvaje, escuchó mis súplicas, o quizás se asustó cuando le dije que mi amiga es abjaza y vive aqui (Liana fue semiabjaza-semigeorgiana) Incluso me acompañó a casa de Liana, donde se familiarizó con ella y con su madre y después vino a visitarla, pero yo ya no iba sola a ningún sitio. Esto fue una lección para mí, una tonta, tanto por mi imprudencia como por mi habitual ingenuidad sobre las «puras» intenciones de los hombres.

Un mes más tarde, una chica y yo viajábamos de vuelta a Moscú en un coche cama de segunda clase. Yo estaba en el segundo estante, como siempre, recuerdo que estábamos sin dinero y que no habíamos comido ni bebido durante unas 24 horas (fueron dos días de tren), yo estaba acostada tranquilamente, los compañeros de vagón estaban comiendo abajo, y una de ellos adivinó y nos ofreció algo de dinero, y en la siguiente estación me apresuré al anden y compré algo de pan y algunas latas de comida… (Le pedí su dirección, por supuesto, y le devolví el dinero con gratitud).

En un segundo año continuamos trabajando en cualquier obra de construcción todavía medio año, pero desde un nuevo semestre nos han pasado por fin a las clases matutinas con el horario normal; por fin nos hemos despedido de nuestra brigada de los pintores — malpalabrotes, de nuestros monos sucios, y nos han adjudicado la 3ra categoria profesional de pintores de casas. Comenzó la vida normal de los estudiantes.


Una vez, en una fiesta de estudiantes en el salón de actos del Instituto, me llamó la atención un guapo moreno, estudiante, pero obviamente no de nuestra facultad. Me fascinaba, y estaba segura de que era un georgiano. (Me atraian mucho los georgianos igual que a mi madre). Pero luego me olvidé de él por un tiempo.

Seguí saliendo con Alik, y no tenía la compañía de mi instituto, sino la mía propia: Rita y Alesya, que vivían en el patio de al lado; con ellas y sus novios pasábamos las fiestas Alik y yo. Una vez, recuerdo, celebramos el Día de la Constitución el 5 de diciembre, y bebí demasiado (aún no conocía mi cuota: dos tragos de vodka) y me desperté sobre el colchon puesto en el suelo junto a Alik. Pero me sentía tan mal y mareada que no podía pensar en nada prohibido, así que salí al frío y caminé por el patio hasta que se me pasaron las náuseas y el mareo. Por la mañana llegué a casa, mi madre estaba de pie en el patio esperándome — no la había llamado ni le había dicho que no iba a veni r- y me abofeteó con la palabra «prostituta». Y de nuevo, durante mucho tiempo sentí antipatía por ella, no tanto por la bofetada como por el insulto; «prostituta» no tenía nada que ver conmigo. Ahora casi podría entenderla: había estado preocupada toda la noche, no había dormido, pero no debería haberme llamado así, era muy insultante para mí. Pero ya he dicho más arriba que mi madre ya era una persona muy nerviosa.

Al pasar al tercer año, volví a ir a Gudauta con una de nuestras amigas del albergue estudiantil donde vivía Liana. En la estación de tren nos recibieron Liana y… Lyosik, el abjaso que casi me había violado el año pasado. ¡Vaya! No quería dejarme sola y quería ganarse mi confianza, incluso me empezó a gustar un poco, resultó ser un profesor de historia, pero — ¡sus formas salvajes de relación con las chicas rusas! — estaba claro que debería haberme alejado de él.

Una vez que regresamos a Moscú, Alik y yo empezamos a hablar de matrimonio. No le cogieron en el ejército, porque le diagnosticaron un defecto cardíaco; trabajaba como tornero en una planta de aviación cerrada; es cierto que no teníamos absolutamente ningún sitio donde vivir, pero pensábamos más en otras cosas: en la intimidad legal. Mi madre, por supuesto, estaba en contra, en primer lugar, mis estudios eran lo principal para ella, y en segundo lugar, no le gustaba la idea de que su hija-estudiante se acostara con un chico -no lo ocultaba-, y, en tercer lugar, no quería ver a su futuro yerno en su habitación. Sin embargo, la madre de Alik y su hermana mayor acudieron a ella para pedirle matrimonio, pero ella les dijo todo esto directamente. Y entonces la madre de Alik lanzó su ultimo «as» — una frase diciendo que de todos modos ya se habian acostado. Y mi madre estaba desarmada. Y yo no sabía cómo objetar: sí, hubo una vez que fuimos a su pueblo un invierno: él quería ver a su amigo de la infancia que vivía en el pueblo y acababa de volver del ejército; tuvimos que caminar dos kilómetros por el bosque desde la estación del km 43, había mucha nieve en el bosque, me caí en él y Alik me llevó en brazos; hacía mucho frío en la casa vacía sin calefacción, había una cama con un colchón de plumas y una manta caliente, y nos acostamos juntos y, por supuesto, hubo abrazos y besos cercanos e intentos de novio, pero en el último momento decisivo «no di». En aquella época todavía era un gran tabú perder la virginidad antes del matrimonio. Así que de hecho su madre tenía razón, pero de yure, por así decirlo, que era lo que le importaba a mi madre, se equivocaba y ponía a mi madre en apuros. Y se rindió.

Alik vivía con su madre en una habitación de 12 metros en el sótano. Pensé que al principio me quedaría con él y luego tal vez podría alquilar algo, aunque en aquella época, cuando todo el mundo vivía hacinado, poca gente alquilaba algo, bueno, a veces las viejas alquilaban algún «rincón». Pero el deseo estaba por encima de la cabeza e hicimos una solicitud en el Palacio de Matrimonio de la calle Griboyedova, que había sido abierto recientemente. Nos casamos justo después de la sesión de examenes de invierno, el 23 de enero de 1962, yo tenía 19 años y medio, Alik tenía 20.

La boda se celebró en el piso de su hermana, había unos 30 familiares e invitados. Por la noche volvimos a la habitación de Alik, se suponía que íbamos a tener una verdadera noche de bodas, pero se arruinó: al cabo de dos horas su hermano mayor, que había llegado el día anterior de Magadan (Extremo Norte), donde cumplía su condena, entró en la habitación, estaba absolutamente borracho y se quedó dormido en el suelo junto a nuestra cama. (El día anterior había dicho que tenía un lugar al que ir y donde alojarse, pero..) Aún así insistí en que Alik lo sacara de la habitación, pero esta discusión con el borracho se prolongó, así que la noche se arruinó.

Pero al día siguiente nos íbamos a Vyazma, a la tía Marusia, y ella ya había creado todas las condiciones para que los recién casados disfrutaran el uno del otro. Y disfrutamos de la intimidad. Entonces estaba muy a gusto con mi Alchonok. Luego volvieron a empezar las clases, intenté vivir con mi suegra, y entonces descubrí que, en primer lugar, era una bebedora, y en segundo lugar, Alik le daba todo su sueldo, y ella ahorraba en nosotros, dando comida que yo no podía comer, cocinando sopas de despojos y cabezas, y después de unos meses no pude soportarlo y empecé a quedarme con mi madre cada vez más (vivíamos en el mismo callejon). Empecé a intentar alquilar una habitación, no había nada adecuado para nuestro escaso dinero, y cuando encontré una y le propuse a Alik ir a verla, se negó, diciendo que no quería vivir en la casa de otro, quería vivir en la suya. Me sentí ofendida y finalmente volví a mi casa. Así es como nuestra vida en común no funcionó desde el principio.

Pero nuestra relación esporádica continuó, y en otoño, cuando ya estaba en cuarto curso, me enteré de que estaba embarazada. Por supuesto, no estaba preparada para tener un bebé a la edad de 20 años, pero di por sentada esta noticia: si iba a haber un bebé, lo habría. (¡Mamá ayudará!) Pero apenas dos semanas después de saber que estaba embarazada, una mañana tuve un fuerte dolor y empecé a sangrar con coágulos de sangre. Me asusté muchísimo, llamé a mi madre el trabajo, llamaron a una ambulancia, el médico dijo que era un aborto espontáneo y me llevaron al hospital. Y en el hospital me formaron una ejecución: la doctora que empezó a hacerme una purga, no sólo no hizo ninguna anestesia, sino que todo el tiempo dijo que estaba segura de que yo había hecho algo para abortar, y me manipulaba sin piedad. El propio aborto, el dolor y la actitud del médico me llevaron a una crisis nerviosa, y me quedé en la habitación llorando amargamente. Alik vino a visitarme, no le dejaron entrar, y me envió una carta muy cariñosa en la que se disculpaba por toda su irresponsabilidad y me aseguraba que tendríamos otro hijo, y quizás no uno. En definitiva, me apoyó y queria creerlo.

Pero seguimos sin vivir juntos. Pronto Alik empezó a perder la promesa y a beber de nuevo, y cuando bebía, pasaba de ser de un tipo amable a uno agresivo. El verano siguiente mi madre se fue de vacaciones a su «casa de reposo», y Alik vino a quedarse conmigo. Pero después de su paga, él, en primer lugar, llegó a casa visiblemente borracho, y en segundo lugar, cuando le pregunté por el dinero -porque estaba comiendo en mi casa- me dijo que no había dinero, que le había devuelto la déuda a alguien y se lo había dado a su madre, y esto era probablemente cierto; yo acepté esta situación la primera vez, pero después de su segunda paga oí la misma respuesta y le dije que si era así, podía ir a casa de su madre. Mi madre volvió de vacaciones, y un día Alik llegó a nuestro apartamento con su hermano, ambos completamente borrachos (yo sabía que su hermano era alcohólico), empezaron a gritar, acusando a mi madre de separarme de Oleg, y cuando mi madre les señaló la puerta, su hermano se abalanzó sobre mi madre con los puños, le dio un puñetazo en el estómago. Naturalmente, nuestra relación llegó a su fin. Entonces Oleg se disculpó, pero eso no cambió nada. Presenté la solicitud de divorcio y nos divorciamos.

Quiero añadir sobre Alik aquí, adelantándome. Pronto les dieron a él y a su madre una habitación en Sviblovo, y a su hermano una habitación un piso más abajo. El hermano pronto bebió hasta morir. Alik bebió más tiempo. Le echaron de la fábrica y consiguió un trabajo en una tienda cercana como guardia de seguridad. Dos veces fuí a visitarle, siempre de forma inesperada para él, sabia que le va alegrar a verme y cada vez se alegró mucho, si su madre empezaba a regañar, le decía que se callara; me acompañaba a casa y me dijo que era un tonto, que debería haber adoptado a mi hija, pero que ahora era demasiado tarde. (Por supuesto, esas fueron sólo las palabras de un hombre borracho). Pero aún así sentí lástima por él y sentí lástima por los sueños incumplidos de la juventud sobre la felicidad. La última vez que vine después de mi viaje a Cuba, nadie me abrió la puerta. Una mujer de un apartamento cercano salió y dijo que Alik había sido asesinado: unos ladrones habían entrado en la tienda por la noche y lo habían apuñalado hasta la muerte. Pero creo que fue un montaje de su vecino de piso, un policía, que reclamaba la habitación de Alik, quien habia caido bastante bajo tras la muerte de su madre, y este policía había amenazado repetidamente con meter a Alik en la cárcel. La mujer que me abrió no sabía dónde estaba enterrado Alik, y yo no tenía a quién preguntar. Ahora me gustaría mucho visitar su tumba, (estoy segura de que está completamente abandonada), pero ¿dónde está?..

* * *

Una vez en el instituto vi a ese «georgiano» en la biblioteca y le dije a mi amiga del grupo que mira quien me gusta y ella se rió y me dijo: «Pero ese es Hussein, un árabe de Siria, vive en nuestro albergue». Estaba visiblemente descepcionada — un extranjero no es buena opción, no es nuestro. Pero, al parecer, ella le habló de mí, y en el siguiente encuentro casual en las escaleras, sonrió, me saludó e incluso me preguntó algo. Me sonrojé, le contesté algo y salí corriendo; y cada vez que notaba que aparecía cogía mi peine y mi espejo, me peinaba y miraba mi aspecto, y sólo entonces aparecía delante de él. Nos saludábamos y pasaba rápidamente, pero el fugaz encuentro resonaba en mi corazón. No me creía lo suficientemente bonita para alguien tan guapo como él. Era como enamorarse de una estrella de cine: no pensabas conocerlo ni contar con nada, tenías tu propia vida mundana, y una estrella de cine sólo servía para la adoración platónica.

En la universidad estaba cerca de un grupo de tres chicas más destacadas, a veces participaba en sus fiestas, los chicos que estaban allí eran de nuestro grupo, pero ninguno de los chicos me interesaba, me parecían ordinarios, corrientes o algo así; las chicas todas fumaban, yo también lo intenté, pero no me acostumbré, tenía miedo de que si me volvía adicta, luego no tuviera fuerza de voluntad para dejarlo.

Empecé a visitar la residencia de Liana, en la calle Studencheskaya, porque Hussein vivía en la misma planta que ella. La compañera de cuarto de Liana era Ninotchka Sarkisova, una armenia encantadora dos cursos menos que nosotras (a la que le encantaba freir patatas e invitar a todo el mundo a comer en lugar de hacer sus estudios), y yo también me hice amiga de ella. Ambas, al ser chicas caucásicas de pelo negro, encontraron fácilmente un lenguaje común con Hussein y algun dia lo invitaron a nuestra compañía con un banquete. Y Hussein me pidió que le ayudara con su proyecto de graduación. Estudiaba en la Facultad de Hidrotecnia, que gozaba de gran prestigio en aquella época -era la de la construcción de grandes centrales hidroeléctricas -; el tema de su trabajo de diploma era una presa de arco en el río Éufrates. (Él también era un estudiante de quinto año, pero terminaba el instituto en verano, mientras que nosotros, por el tiempo perdido en el primer año, teníamos que terminar medio año más tarde). Yo, por supuesto, estuve de acuerdo. Y para mi primera visita a su habitación pase mucho rato en maquillarme para mejorar mi aspecto. No recuerdo en absoluto en qué le ayudé, estoy segura de que esta ayuda fue ineficaz, porque estaba en un estado de completa tensión emocional.

No recuerdo ahora si fue después de mi primera visita o después de la segunda, pero Hussein se había ofrecido a acompañarme. Al principio sólo caminábamos uno al lado del otro, luego me tomó bajo el brazo, y después empezó a besarme lentamente, y finalmente nos besamos de verdad. Nos paramos y nos besamos y nos besamos y nos besamos. En este excitado estado de semiembriaguez recorrimos todo el camino desde su albergue hasta mi casa (siete kilómetros, nada menos); nos besamos durante mucho tiempo más en la puerta de mi casa. Entonces él, no sé cómo (eran las dos de la mañana) volvió a casa. No pude dormir en toda la noche debido a la excitación emocional; todo lo que había dentro ardía, el fuego del amor ardía. Estaba en la cúspide de una felicidad fantasmal!

HUSSEIN

Hussein era su apellido, su nombre era Abderazak, pero por alguna razón todos le llamaban Hussein. Era dos años mayor que yo, es decir, del 1940. Procedía de una familia de campesinos religiosos de Alepo. Altura media, 174 cm, delgado. ¡¿Y su cara?! Fue perfecta. Su pelo negro y ondulado, sus dientes blancos sin empastes, su piel de melocotón, sus bonitos labios, su regular nariz árabe, y sus ojos… Esos ojos del color del chocolate negro me volvían loca, no por su belleza, aunque eran hermosos, sino por su mirada, que me inquietaba, por ser tan profunda, sobre todo cuando fruncía el ceño, entonces su mirada era como una nube negra bajo una tormenta. ¡Y quién era yo en comparación con semejante -no un hombre guapo, no, eso no sería suficiente-, sino un árabe fatalmente irresistible!

Hussein era un estudiante muy serio, estudiaba mucho, era un alumno excelente y se preparaba con diligencia para obtener su diploma.

Sabía que los árabes que venían a estudiar a la Unión Soviética firmaban un contrato antes de ir a Moscú para no casarse con chicas soviéticas, lo que significaba que no podían ir en serio con ellas. ¡Pero si me importaba en ese momento cuando la llama dentro de mí estaba ardiendo!

La siguiente vez que vine a verle tras aquella noche en Moscú, el contacto no se limitó a los besos. Pero no era frecuente. Y quería verle, comunicarme con él, aunque fuera sin sexo fugaz, pero sólo para estar cerca de él y sentir su tacto.

Pero la relación fue esporádica hasta el momento en que Hussein, tras graduarse con honores, tuvo que abandonar nuestro país. La víspera de su partida me acerqué al albergue de Liana, Hussein tenía una compañía masculina de árabes reunida allí, estaban bebiendo, toqué a su habitación, le entregué eclairs que yo misma había horneado (¡por primera vez!), él agradeció y siguió divirtiéndose con sus amigos. Pasé la noche en el cuarto de Liana. A primera hora de la mañana, Hussein llamó a la puerta y se despidió. ¡Fue terrible! Es cierto, dijo que en un año vendría a solicitar el ingreso a la escuela de posgrado. Había una leve esperanza de volver a verlo algún día.


Empezamos las practicas. Nuestro grupo desde el 4º curso estába dividido por especialización: un subgrupo — urbanización de ciudades, y el segundo, que me he preferido, — puentes, túneles, carreteras y transporte urbano. Por tanto, la práctica estaba relacionada con el transporte urbano. Y entonces empezó nuestro último semestre, ya era, como si fuera, el sexto año cuando debíamos hacer la tesis. Y no había tiempo para pensar en otras cosas. El tema de mi trabajo de diploma fue un desenlace completo (la llamada «hoja de arce») en el cruce de dos autopistas en Vladivostok. El 24 de diciembre de 1964 fue el día de la graduación. Me enfermé de angina. Llegué a la defensa con una temperatura de 38,5. Pero me defendí con éxito y obtuve un sobresaliente. Y pronto recibimos nuestros diplomas. ¡Hurra! Estaba empezando mi vida adulta.

Fui designada a trabajar al Instituto de Proyectos de Infraestructuras urbanas Giprokommundortrans, que diseñaba puentes urbanos, túneles y pasos elevados en ciudades de todo el país. Pero, en primer lugar, el salario era obscenamente pequeño — en el departamento de estructuras de ingeniería, donde me enviaron, era de 81rub. al mes, y en segundo lugar, en el instituto era el departamento de geodesia, donde el salario era un poco más alto — 85rub, pero lo más importante — había viajes, y por lo tanto las ganancias reales eran más, y, los viajes me interesaban. A principios de marzo hice un largo viaje de servicio a la ciudad de Dushanbe, Tadzhikistan.

Dushanbe, Dushanbe, nunca te olvidaré. No sólo porque, efectivamente, era exótico y bello entonces, en los años soviéticos, sino también porque fueron muchas las dificultades que tuve en mi primer viaje de trabajo en esta ciudad.

El primer percance fue que en el camino del avión nos enteramos de que había un terremoto en Dushanbe; aterrizamos en Tashkent, donde pasamos casi un día en un hotel, todos los pasajeros se conocieron, y un tadzhik me prestó su abrigo porque estaba nevando en Dushanbe (probablemente la primera vez en un siglo), y yo volaba hacia la cálida primavera del sur y no quería llevarme un pesado abrigo (entonces no se usaban chaquetas). Cuando por fin llegamos a Dushanbe, nos quedamos sentados en el hotel durante tres días esperando a que dejara de nevar (tiempo durante el cual mi madre me había enviado el abrigo), me senté en mi habitación, aburrida y volviéndome loca con la interminable música y cantos monótonos de los tadzhikos que salían por la radio. Pero debo decir que, probablemente debido a las largas horas de inculcar esta música en mi cerebro, poco a poco empezó a gustarme.

Nuestra misión era hacer un plan topográfico para una nueva ruta de trolebuses. El jefe del grupo me pidió que hiciera bocetos para preparar un mapa geodésico de la ruta. Un día de finales de marzo llovía mucho, la acera estaba llena de agua y las zanjas que se habían colocado a lo largo de todas las calles entre la calzada y la acera ya no eran visibles. Me bajé en la parada del trolebús frente al hotel donde nos alojábamos, así que me olvidé por completo de la existencia de la zanja y seguí recto y, por supuesto, me sumergí en la zanja llena de agua corriente. Mi libreta de bocetos con el trabajo realizado durante casi un mes se había caído del bolsillo interior de mi abrigo, y el agua se lo había llevado. Pero sólo me di cuenta de que faltaba cuando llegué a mi habitación. Aterrada, con mi abrigo y mis zapatos mojados, salí corriendo, sin esperar encontrar mis bocetos. Caminé a lo largo de la zanja y, después de un kilómetro aproximadamente, noté primero una hoja, luego otra y después una tercera en el agua. Las llevé a mi habitación y comencé a secarlas. Y, básicamente, conseguí restablecer las mediciones, y a finales de mes terminamos las mediciones faltantes en un par de horas. Pero ¡cómo me gritó el jefe, amenazando con quitarme todo el sueldo y mandarme a Moscú avergonzada! (Este viejo mujeriego al principio se acercaba a mí, pero se enfadó cuando falló). Y en general, la moral de los geodésicos y geólogos viajeros, tal y como yo la veía, era muy libre. En cuanto llegaban a algún sitio se hacían novias temporales).

Al cabo de un mes dejé el hotel «Tayikistán», de estilo antiguo, con alfombras y cucarachas, y conseguí una plaza en el hotel «Dushanbe», más moderno, pagando un poco más por una habitación doble. Además, no quería estar bajo la constante mirada del jefe (lo que volvió a provocar su disgusto).

El tiempo mejoró, hizo calor y empezamos a trabajar a las 7 de la mañana y a las 6:30 en verano. Mi vida y mi trabajo también estaban mejorando. Me gustaba levantarme temprano y empezar a trabajar antes de que llegara el calor. A las 14:30 lo terminábamos, iba al mercado, compraba deliciosos tomates y fruta y me iba al hotel. Y por la tarde, trazaba las mediciones hechas en el campo; los fines de semana, me reunía con amigos rusos, que había hecho en Dushanbe, en su mayoría entusiastas de Moscú que amaban las montañas. Me hice amiga de una chica rusa del lugar, con la que fui a bañarme en un río de montaña. Una vez fui al teatro de la ópera para ver la ópera «Eugene Onegin». Fue bastante divertido: había unas veinte personas sentadas en la sala, el papel de Onegin lo interpretaba un judío gordo de Bujara (tienen un aspecto característico), el coro de chicas rusas también estaba formado por chicas tayikas. Pero de todos modos, fue una época maravillosa para Tayikistán, en la que la cultura se estaba desarrollando. Dushanbe era una ciudad multinacional. (Ahora no hay nada de esto, y tampoco los rusos, que se vieron obligados a salir de allí a principios de los 90).

Una vez emprendí un viaje largamente planeado al desfiladero de Varzob, donde todo el país estaba construyendo la central hidroeléctrica de Varzob con una presa en forma de arco (que yo asociaba con la tesis de Hussein). Recuerdo que cuando llegué allí, estaba caminando con un calor terrible de 40 grados, mirando la presa de arco en construcción en medio del áspero y estrecho río de montaña. Era un día libre, por desgracia, se veía muy poca gente en la calurosa tarde, y yo tenía sed, así que tuve que coger un puñado de agua marrón del río mezclada con arena debido a la rápida corriente, colar el agua entre los dedos y beberla.

A finales de julio, una vez terminado todo el trabajo, regresamos en tren a Moscú; íbamos en un compartimento lleno de melones, uvas y melocotones, que nos llevábamos a casa. Mamá probó fruta tan dulce como nunca antes había probado.

En septiembre me apunté a la lista de espera para el curso de español de dos años de la ciudad (había tantos solicitantes que era imposible entrar a la vez). Hacía tiempo que quería hacer cursos de español o inglés: los idiomas me fascinaban. Por otro lado, el español estaba de moda y la revolución cubana tenía su influencia. En 1962 Fidel Castro, el líder de esta revolución, vino a la Unión Soviética por primera vez, visitó muchas ciudades, pero su visita y discurso en Volgogrado fueron especialmente impresionantes — Fidel sintió todo el heroísmo de nuestros soldados, casi lloró; muchas personas le escribieron cartas de admiración, estas cartas fueron leídas en la radio, y yo también le envié una carta donde, entre otras líneas, prometía aprender español; Fidel permaneció en nuestro país cerca de un mes, el día de su partida se mantuvo en secreto, por lo que cuando se anunció por radio que Fidel ya volaba a Cuba, no pude contener las lágrimas. Y Fidel fue mi ídolo durante mucho tiempo.

En septiembre partí para el siguiente viaje de trabajo a Ulyanovsk. Era más corto. Aquí ya trabajé con el teodolito. Me gustó la ciudad, por supuesto visité la casa-museo de la familia Ulyanov, recuerdo esa calle cubierta de nieve con casas de madera de dos pisos.

En diciembre regresé a Moscú y, debido a mis próximos estudios (desde enero), me trasladé al departamento de ingeniería, donde empecé a ocuparme del trabajo de diseño. Pronto, nuestro ingeniero jefe me distinguió como buen trabajador; me ascendieron al puesto de ingeniero superior y me aumentaron el sueldo en diez rublos.

* * *

A finales de diciembre de 1965 fui a visitar a Ninochka en su albergue de la calle Studencheskaya (todavía estaba estudiando). Y allí me enteré de que Hussein había vuelto. Por supuesto, ¡fue una gran noticia! Y entonces, por buena suerte, me lo encontré en el pasillo. Me preguntó por mi vida, le conté que me había divorciado de mi marido, y al parecer la noticia le agradó, se ofreció a quedar. Compré entradas para la ópera “El barbero de Sevilla” en el Teatro Bolshoi y le invité a acompañarme. Él lo aceptó. Así comenzó la segunda etapa de nuestra relación, más estrecha y larga, y que al final influyó o incluso determinó mi vida posterior.

Nos reuníamos los fines de semana, a veces los miércoles, dependiendo de nuestra carga de trabajo. Yo Iba a los cursos, las clases eran tres veces por semana, había muchos deberes y estudiaba con diligencia; los estudios de posgrado de Husein también eran muy intensos.

A mi madre le gustaba Hussein: era muy guapo, y muy educado y respetuoso. Y alguna vez ella fue al albergue a visitarnos, Ninotchka era muy amigable con ella y adoraba a mamá (sobre todo por la correcta y hermosa nariz de mamá en contraste con la gran nariz armenia de Ninotchka, sin embargo, armoniosa en su rostro amigable). Mamá también se encariñó con ella, no veía mucho afecto en mí, y Ninotchka era la persona más angelical, también me colmaba de cumplidos, y ¡quién no se alegra de oírlos, sobre todo porque eran sinceros! En general, mi madre apoyaba tanto a Nina como a Liana, como si fuera una sustituta de sus madres. Ambas, Liana y Nina, tenían una naturaleza absolutamente honesta y noble, que es lo que nos acercó a mí y a mi madre, y para toda la vida. (Nosotras, que vivimos en ciudades y países diferentes, seguimos manteniendo un contacto mínimo hasta el día de hoy).

En verano, Hussein recibió un vale para un sanatorio en Yalta, Krimea y sugirió que fuéramos juntos. En Yalta apenas pudimos encontrar un balcón para mí, no pudimos encontrar una habitación, todo estaba lleno de huéspedes de vacaciones. (El año pasado estuve un día en Yalta y fui a buscar la casa donde había alquilado aquel balcón y donde Hussein a veces venía a pasar la noche. Pero, desgraciadamente, en los cincuenta y dos años transcurridos desde entonces, todo había cambiado tanto que sólo podía identificar el lugar de forma muy aproximada). Mientras paseábamos por los malecones las chicas se quedaban mirando a Husein e incluso le hacían cumplidos, sin rehuir de mí. Yo era feliz: estábamos juntos todo el tiempo, excepto para sus tratamientos y comidas. Pero de alguna manera también tuvimos una pelea. Sí, eso también ocurrió, porque mi carácter era inflexible, y aunque temía la ira de Hussein, no me volvía complaciente, sobre todo cuando se trataba de opiniones sobre política u otras cosas serias, y si discutíamos, me lanzaba una frase demoledora y se iba, dejándome desesperada.

A veces me poseia la angustia de que el se marchara un dia, cuando yo no podía imaginarme la vida sin él, y eso me hacía sentir mal, y no se me daba bien ocultar mi mal humor. A el eso no le gustaba y se iba. Y entonces sufría y esperaba su llamada. Después de un tiempo, que parecía muy largo, me llamaba…

Liana vino a ingresar en la escuela de posgrado y también al principio vivió en la calle Studencheskaya. Un día nos reunimos un grupo de personas en la habitación de Liana, había un georgiano allí, cantamos una canción popular georgiana de la época con la letra «Quiero besarte, pero estás en otra orilla, y no puedo contener el flujo de agua del rio…". Hussein salió de la habitación, estaba celoso de ese georgiano, diciendo que ese «quería besarme». Recuerdo también un par de casos de celos ridículos y disparatados de Hussein, le convencía, tanto como pude, en la completa estupidez de su picada, y el decia — bueno, qué puedo hacer, si tengo un corazón tan celoso.

En el invierno del 67, descubrí que estaba embarazada. Se lo conté a Hussein. En realidad, conocía su veredicto: no a los hijos, tenía que terminar sus estudios, y esa era toda su misión en la Unión Soviética. Ofreció dinero para un aborto. Y decidí aceptarlo, es que me había advertido de todo. Después del aborto, cuando llegué a casa, recuerdo que tenía fiebre y él fue muy cariñoso conmigo, algo más que nunca. Y eso era todo lo que yo, la tonta, necesitaba: me sentía mal y me sentía bien, ya que el hombre a quien amaba estaba conmigo. Pero le dije que no iba a abortar más y, siguiendo el consejo de mi médico, tomé yo misma las precauciones.

Durante mis siguientes vacaciones, en el verano de 1967, Hussein fue a Siria. Volvió con regalos. Su hermana me tejió dos bonitos jerseys de lana y Hussein me regaló un anillo muy bonito e inusual en forma de pétalo de oro con un rubí en el centro. Luego, en Moscú, me compró un anillo de oro con un rubí, que llevé hasta los últimos años sin quitármelo. (En la actualidad nadie puede sorprenderse por los artículos de joyería, pero en aquella época todos los adornos de oro eran regalos preciosos).

Pasaba el tiempo. Trabajé; incluso fui elegida secretario de la organización del Komsomol en el Instituto. Por supuesto, no sabían de mi relación con un extranjero. Mi madre dijo una vez que era poco probable que tú, Lyudmila, te casaras, así que tal vez podrías tener un hijo de un hombre guapo… Pero no me atreví a hacerlo deliberadamente, tenía miedo de la reacción de Husein, si entendería que pretendía quedarme embarazada de él. Y sin embargo, sucedió. Sí, una vez, sólo una vez, me equivoqué y no me protegí, en esos días que se llaman seguros.

Y entonces sucedió. Era el 30 de abril, la víspera del Primero de Mayo. Llegó Husein, estábamos a punto de ir a dar un paseo. Y entonces le cuento la noticia. No parecía sorprendido, dijo: «Lo sabía». — "¿Sabías qué? Yo misma lo descubrí ayer en la consulta del médico». Y me recuerda nuestra conversación sobre un libro sobre el sexo, que conseguimos (esos libros eran raros en aquella época). En algún momento de finales de marzo estuvimos discutiendo ese libro y dije entonces, razonando en voz alta, siendo una tonta y un simplón, que entendía todo lo relacionado con el embarazo, pero no está claro si una mujer puede quedarse embarazada de dos hombres a la vez, bueno, primero de uno y luego del otro. (Y todavía no lo tengo muy claro!). Y entonces Husein dice: "¿Por qué lo preguntas?» Dije: «Sólo tengo curiosidad». Luego la conversación pasó a otros temas y se olvidó. Resulta que no se había olvidado, y sacó su «piedra sinusal». Fue un shock para mí, no me esperaba este giro de los acontecimientos. Le dije que no se inventara ninguna tontería y que esta vez no iba a abortar. Me dijo: «Bueno, ahora que te has decidido por ti misma, no tengo nada más que hacer». Y se fue.

Me quedé en una profunda confusión y desesperación. Sabía que Hussein puede ser cruel, que sus palabras pueden azotar más fuerte que una bofetada, pero no esperaba tanto delirio y tanta crueldad.

Una vez, estando sola en el apartamento, me desmayé y perdí el conocimiento; cuando éste volvió, me arrastré hasta el apartamento de al lado y le pedí que llamaran a mi madre al trabajo. Mi madre vino inmediatamente corriendo (por suerte, trabajaba a diez minutos de casa). Un par de semanas más tarde, cuando fuimos con mi madre al Mercado Central, volví a sentirme débil, me temblaban las piernas, perdí el conocimiento, mi madre me sostuvo, luego me puso en el suelo y empezó a pedir ayuda. La gente me rodeó, llamó a una ambulancia, y poco a poco fui volviendo en mí, oía los gritos de mi madre, y quería tranquilizarla, que mi conciencia volvía, que no estaba muerta, pero mi lengua no me obedecía. Llegó la ambulancia, se enteraron de que estaba embarazada de tres meses, enseguida lo entendieron todo, me ayudaron y me llevaron a casa. Mi madre, aún tambaleándose por el susto, llamó a Hussein, él le dijo que vendría. Y vino.

¡Oh, qué tentación era! ...Se sentó junto a mi cama y comenzó a persuadirme… Y me vienen a la mente las palabras del romance:

«Él me decia: sé tú la mía,…

Me prometia las delicias del paraíso.

Pero — no me amaba, no, no me amaba,

No, no me amaba a mi»…


…Él me decia: «Liudenka, hay que hacer el aborto. Porque tengo dudas. Sí, aunque sea un por ciento de duda, pero no debería serlo».

Él me decia: «Pronto tendrás un apartamento, viviremos juntos, si Dios quiere, nos casaremos y entonces podrá haber un hijo. Pero no este, ya que tengo dudas».

Y yo le creía entonces, y me estaba desgarrando el alma, porque sólo podía soñar con el paraíso con él… Pero — no podía arriesgar más a quedarme estéril, ni traicionar al ser vivo que ya se estaba formando dentro de mí.

Así que le dije que el bebé era suyo y sólo suyo, que yo no tenía la culpa de nada y que no podía abortar.

Bueno, se levantó y se fue. Para siempre — ya lo estaba claro a estas alturas.

(Ahora me doy cuenta de que esas palabras suplicantes suyas eran un farol, simplemente tenía mucho miedo de mi embarazo y del nacimiento de precisamente SU hijo). Pero en ese momento le creí, pensé que era el hombre más honesto del mundo. ¡Y me consentia con él en sus dudas involuntarias, inspiradas por sus celos hipertrofiados, y eso me rompia aún más el corazón!

…He terminado mi curso de español. En el trabajo alguien ya empezó a notar mi barriga. En casa lloraba, no dormía, tenía rabietas. Fui a una casa de reposo durante doce días, pero no me calmaba.

Me aterrorizaba mi futuro como madre soltera; era una posición bastante humillante en aquel entonces. Pero aun así no era nada comparado con los sufrimientos que me había traído la traición del hombre que tanto había exaltado, creyéndolo el más intransigente y honesto del mundo. Que era mi gran amor. Sí, siempre pensé que se iría, oí que le estaban preparando una joven novia en Siria, pero — ¡no podía dejarme a mí y al mio, no nacido, pero ya futuro hijo ahora, mientras está aquí, en la Unión Soviética! Pero eso no era lo único que me atormentaba: resultó ser un cobarde y un calumniador, ¡me calumnió!

Mientras tanto, en el albergue, Nina y Liana tuvieron una fuerte discusión con él, indignadas por sus calumnias hacia mí, y él les gritó a voz en cuello: «No es mi hijo, no es mi hijo».

Y en general empecé a admitir y explicar esta calumnia por el probable grado leve de esquizofrenia con agravante debido a los celos patológicos y al miedo… Creyendo aún en su decencia subyacente, ¡buscaba explicaciones a su cruel reacción!

Ninotchka fue a ver al jefe del departamento que supervisaba el trabajo de doctorado de Hussein y le contó el comportamiento indigno de su estudiante de posgrado, llamó a Hussein para hablar y éste dijo lo mismo: que no estaba seguro de que fuera su hijo. Sólo un argumento desarmante — bueno, ¡qué podría decir el profesor a eso! No existía el ADN o no se hacía en aquella epoca…


«Mi alma esta agotada

— La noche y el día es todo sobre él…»

Estas palabras de aria de Liza en “La Dama de Piques” de Chaikovsky son precisas para mis sentimientos de entonces…

Un día, tras mis llantos y el estado de depresión continuo (ya estaba embarazada de seis meses), mi madre no pudo soportarlo y dijo que iba a venir conmigo a hablar con Hussein. Fuimos al albergue. Mi madre se quedó fuera y yo subi a ver a Hussein para pedirle que saliera con mi madre. La conserje, que me conocía, dijo en la portería: “Tiene una señora allí”. No entendí muy bien, subí al piso, toqué a la puerta de su habitación, y Hussein abrió ligeramente la puerta, y al verme, la cerró de inmediato, pero ya pude ver que hay una chica sentada en la cama. Veo, pero -no creo- no, es imposible, según mi pensamiento Husein tuviera que sufrir todos estos meses a su manera, atormentado por las dudas o los remordimientos, pero resulta que se está divirtiendo…

Increíble. Hussein salió, y la chica se escabulló detrás de él, sin ser notada, y desapareció. Estoy en el pasillo, me acerco a él, le miro a los ojos y le digo: "¡Hussein, esto no es verdad! Dime: ¿no es verdad?” Y él, sin ninguna confusión, de la defensa al ataque, responde: “No, es verdad. Y no soy peor que tú, ¡y por qué no voy a hacer lo que tú te permites!” Y bajó corriendo las escaleras, huiendo de mí. Pero en la calle se encontró con mi madre. Yo también salí y le dije a mi madre, llorando, que tenía una mujer allí. Y Hussein le grita a mi madre mientras se va: “Polina Fyodorovna, reúnase conmigo en el juicio. Que el tribunal reconozca mi paternidad”… El canalla, sabía que ningún tribunal soviético era prácticamente posible con un extranjero! Sobre el ADN ya dije mas arriba..

Las dos, destrozadas y deprimidas, nos fuimos a pasar la noche a casa de la tía Tanya, volver a nuestra casa y quedarnos a solas con la desgracia era impensable. Sí, mi madre probablemente tenía miedo de que me hiciera algo. Mama y yo estábamos tumbadas en el suelo en casa de la tía Tanya, yo estuve despierta y lloré toda la noche. Lloraba la caída de mi ídolo. Me quedó muy claro que Hussein estaba perdido para mí para siempre. Porque, aun suponiendo que alguna vez se volviera para mirarme a mí y al niño, yo no podría perdonarlo de ninguna manera.

Pasó más tiempo, era finales de diciembre, se acercaba el día del parto. El 26 de diciembre, a las 8:00 de la mañana, sentí débiles contracciones. Mi madre y yo nos vestimos y nos dirigimos al Instituto Regional de Obstetricia y Ginecología de Moscú, que está en Pokrovka, donde ya había hecho una historia clínica. Allí estuve todo el día con contracciones cada vez más fuertes. Después de las seis empecé a tener contracciones mal toleradas y me dieron una almohadilla de oxígeno, pero no me pusieron ninguna inyección en ese momento. A las ocho horas y diez (había un reloj enfrente) di a luz a una niña, que pesó 3630g y midió 53cm. Cuando la vi, quise decir: "¡Qué belleza!», pero no tuve fuerzas. Y el horror del dolor llegó cuando me estaban cosiendo, los analgésicos no ayudaron por alguna razón, yo gritaba.

Y al día siguiente me esperaba otro horror: tenía fiebre y querían trasladarme a una sala de enfermedades infecciosas. Hacía 30 grados bajo cero en el exterior. La niña tenía que ser trasladada conmigo, y eso era lo que más temía: que se resfriara, ¡y ya está! Me resistí, empecé a llamar a mi madre, aunque apenas podía mantenerme en pie, todo me pesaba como una libra, pero qué podía hacer mi madre si lo habían decidido todo. Tuve que obedecer y me condujeron a través del paso subterráneo hasta el pabellón en el que podían estar las enfermas venericas. Por alguna razón, la bebé fue llevada a través del frío. Pero, gracias a Dios, salió bien. Fue allí donde me trajeron a Yulenka para alimentarla por primera vez. Cuando los niños de su habitación lloraban antes de alimentarse, la mía lloraba especialmente exigente; todas las enfermeras se enamoraron de ella, porque la bebé tenía el pelo negro largo y en general era una belleza. Estuve allí dos semanas. Mi madre y mi tía Tanya nos recibieron y no dejaron de admirar a mi hija.

Nuestros amigos trajeron una cuna casera, porque una estándar comprada en la tienda no cabría en nuestra habitación. Y mis compañeros de trabajo compraron un hermoso cochecito.

Liana, que por aquel entonces cursaba estudios de posgrado, se dirigió especialmente a Hussein y le felicitó por el nacimiento de su hija. Le preguntó si iba a registrar a la niña, a lo que recibió la respuesta de que por supuesto que no. Pero la muy buena amiga Liana se las arregló para robar su foto en la mesa de noche para tener su imagen para mi hija, por así decirlo…

…Le di a la niña mi patronímico, es decir, el de mi padre.

MI HIJA. HUSSEIN — continuación

Comenzó una nueva vida: con mi hija Yulenka. Mamá se retiró y ayudó con todo: lavar pañales, plancharlos, etc. Todos mis amigos vinieron a ver a la niña y todos quedaron encantados con su hermoso rostro de ojos negros y pelo caoba. Un día, una anciana de la calle vió a Yuliunya en el cochecito, se echó las manos a la cabeza y lloró: “Oh, es un ángel, un verdadero ángel, cuida de este bebé”. Amamanté a Yulia con mi leche hasta los dos meses, luego no lo hice: tenía miedo de que mi estado neuropsíquico se transfiriera a mi bebé, y la leche desapareciera.

Cuando Yulenka tenía seis meses recibimos -como familia de un combatiente en la guerra y a la cola de la mejora- un piso de dos habitaciones de 44,5 metros cuadrados en la calle Ibrahimova, cerca de la estación de metro Semenovskaya. Estábamos muy contentas con el lugar, porque la familia de la hermana de mi madre vivía no muy lejos de nosotras y allí estaba nuestra abuela, y a 12 minutos a pie el enorme parque forestal Izmailovsky, donde solíamos pasear con nuestra hija, cuando creció un poco. En junio de 1969 nos mudamos a un nuevo apartamento, en el que vivimos durante muchos años.

Por alguna coincidencia, Hussein fue trasladado a un albergue que estaba a unas cuantas paradas de autobús de nuestra calle (no muy lejos de la estación de metro Electrozavodskaya). Un día de verano cogí un autobús con mi bebé en brazos y me dirigí al albergue. Mi objetivo era que su padre viera a mi hija y lo grabara en su memoria. Bajé del bus.. y vi la espalda de Hussein delante de mí cruzando la calzada y dirigiéndose al albergue. Grité: "¡Hussein, Hussein!», oyó y aceleró el paso, pero como yo seguía llamándole y otras personas lo observaban, cambió de táctica: se dirigió a la espesura de los arbustos donde había un banco (¡sabía dónde esconderse!), yo le seguí. Nos sentamos, él sostuvo al bebé, dijo: «No se parece a mí» (lo cual era evidentemente falso); luego dijo: «Es la hora de llevarla a la guardería e irte a trabajar». Le dije que vivimos aquí cerca, escribió la dirección, mi teléfono del trabajo (no tuvimos telefono en casa todavía), pero dijo que estaba muy interferido con el proceso educativo, que se quedó en la escuela de posgrado por alrededor de un año más, y que hasta no lo termine, no llamará y no vendrá.

Nosotras realmente Intentamos a poner a Yulia en la guardería desde los 8 meses. Como madre soltera yo recibía unos miserables y vergonzosos 5 rublos al mes y tenía que ir a trabajar. Yulia se enfermó enseguida y no la llevamos más a la guardería. Además, se me formaron unas manchas de humedad en la cabeza y se me empezó a caer el pelo a mechones; fui a los dermatólogos, nada me sirvió, me dijeron que era psoriasis; sólo un médico de una clínica de pago me aconsejó que me frotara el pelo con aceite de bardana, lo que poco a poco me ayudó (si hubiera psoriasis difícilmente me libraría de ella, todo era por motivos nerviosos). Siempre andaba con la cabeza aceitada y con un pañuelo, no quería atravesar la ciudad con ese aspecto.

Mi amiga Liana, que por aquel entonces trabajaba en la obra de construcción de una carretera cerca de Gudauta, me sugirió que fuera a verla para «cambiar de aires» y trabajar en la oficina durante un tiempo; ella se lo pediría a su jefe. Y así, cuando Yulenka tenía 9 meses y mi pelo dejó de caerse a mechones, volé al Cáucaso, a Liana. Mi madre aceptó enseguida y se quedó con mi hija y mi abuela, que vino a ayudar a mi madre con el bebé.

Un mes y algo más tarde volví a Moscú, ya algo recuperada. Yuliunya zumbaba y se gateaba. Disfruté de sus tarareos, grabé sus largos monólogos «kalya-malya» en la cinta (desgraciadamente, tras la mudanza no se salvaron ni los casetes ni la engorrosa grabadora, pero el equipo era tan fuera de tiempo que sería imposible reproducirlo de todos modos).

Yulia estuvo gateando durante mucho tiempo, no se mantenía de pie, y cuando con un año y tres meses empezó a ponerse de pie, hice una estupidez: la llevé a la peluquería (quería que le creciera pelo nuevo) y la rapé. Fue a finales de marzo, Yuliunya cogió un resfriado y se puso muy enferma con mucha temperatura, llamamos al médico, vino y dijo que tenía neumonía y que debíamos llevarla al hospital. La llevaron en ambulancia y la ingresaron en el hospital. En aquella época, ni siquiera los padres de niños tan pequeños podían quedarse con ellos en el hospital. Pero empecé a buscar al médico jefe, que estaba en ninguna parte, por fin lo atrapé fuera del hospital, empecé apasionadamente rogar que me dejara con mi hija, en un primer momento — no, pero al final, me hizo señas, diciendo que yo era una especie de madre loca, y permitió, a condición de que voy a cuidar y otros niños en la sala. Así que me quedé con mi bebé. Asustada por el estado de Yulenka, llamé a Husein al albergue y le conté su enfermedad. No reaccionó en absoluto. Pero la enfermera dijo que un hombre con acento llamó y preguntó por el estado de Yulia. Y me alegré mucho de que se interesara. (Ahora pienso: ¿tal vez esperaba que ella muriera? Era muy inteligente, ¿no? Pero en aquel momento no era capaz de pensar así — el velo no se quita inmediatamente si uno ama). En ocho días nos dieron el alta y nos atendieron ya en casa. Pero la niña estaba muy debil y no empezo a caminar hasta el verano.

Ya trabajaba en mi instituto de diseño, pero se había trasladado a las afueras, y la mayor parte del tiempo trabajaba desde casa. A principios de junio (era 1970) leí en el boletin del Instituto donde habiamos estudiado que se defendía la tesis doctoral de Abderazak al-Hussein. Y poco después, cuando estaba en el trabajo en mi instituto, me llamaron al teléfono, me dijeron — un hombre te estaba llamando (el teléfono, uno para toda la planta estaba en el pasillo y a veces nadie iba de los departamentos a coger el teléfono, así que fue una suerte para mí que lo consiguiera). Corrí al teléfono y escuché SU voz en el receptor; informándome secamente que se había defendido y que quería venir a ver a la niña mañana. He dicho que venga. No expliqué que la niña estába en un sanatorio de cinco dias. Me puse a temblar literalmente: ¡por fin, después de un año y medio, expresó su deseo de ver a su hija!

Le conté a mi madre la sensacional noticia. Y mi madre, un alma fino, se marchó aquella tarde, dejándome sola a la espera de la visita de época.

Hussein vino con una enorme y preciosa muñeca. Le expliqué la ausencia de la niña y acordamos que vendría el sábado, cuando Yulia estuviera en casa. No hablamos mucho, me habló de las dificultades con su tesis; había estudiado cinco años en lugar de los tres prescritos. Entonces sacó una botella de coñac de su bolso y brindamos la exitosa defensa de su tesis. También dijo algo sobre el daño que se le causó a él y, en consecuencia, a mí, al quejarse Nina a su supervisor científico. Que si no hubiera sido por eso, tal vez habría reconocido al bebé. (Blah, blah, blah — digo ahora. Pero por aquel entonces me tomaba todo lo que decía al pie de la letra, lo que no aliviaba mi sufrimiento). Se fue. Me quedaba con la impresión de que se trataba de una reunión muy esperada (¡más de dos años!) pero mas bien formal. Pero al menos el quiso ver al bebé, ¡por fin! (Luego vertí el resto del coñac en una botella de cerámica y lo dejé, pensando que lo terminaría en el 15º cumpleaños de Yulia -¿o con él?..¿o sola?…). Pero Yulia, con unos quince años, descubrió y bebió este coñac por sí misma)…

El sábado esperé a Hussein por la mañana, para ir a buscar a la niña, pero no apareció, así que fui sola, cogí a Yulia la última, ya había empezado a llorar. Fui a la entrada de la casa, Husein estaba de pie bajo las escaleras, esperando. (Era un astuto, no quería venir conmigo a propósito, para no darse a conocer). Le digo a mi hija: «Yulia, mira — es tu padre, y añado — «pero el se lo niega». Hussein siseó: «Si sigues asi, me voy». (Bueno, cómo es que — se dignaron a venir, condescendieron, por así decirlo, y yo estoy cacareando algo aquí). Me quedé en silencio y no iba a añadir nada. Ha jugado con la niña un rato. Se fue, diciendo que volvería en una semana (o dos, no lo recuerdo). Y así vino varias veces durante junio y julio. Llamaba a la puerta sin entrar, esperaba, yo salía con Yulia y el cochecito, y caminábamos hasta el bosque Izmaylovsky, dábamos un paseo; una vez trajo su cámara de fotos y sacó algunas fotos de Yulia, luego trajo esas fotos. Casi no hablamos de nada.

Luego dijo que pronto se marchaba y que vendría a despedirse. Y no venia, y no venia, y yo no sabía qué significaba eso. Y una tarde iba en bus para casa y veo por la ventana a Husein saliendo del metro Electrozavodskaya. Mi primera intencion era bajarme en la parada del autobús y alcanzarlo. Pero luego cambié de opinión y me di cuenta de que si aún no se ha marchado, debería venir. Y esa noche no dormí durante mucho tiempo, oí una especie de crujido en la puerta de entrada, pero no me levanté, me dormí por la mañana y me desperté tarde. Y vi una postal que había deslizado por debajo de la puerta a las tres de la mañana. Era el mensaje de despedida de Husein. Escribió: «Adiós, me voy. Quiero mucho a Yulenka. Te deseo felicidad. Te daré mi dirección. Pero, no voy a escribir. Husein».

...Caminé por las calles y lloré, inconsolablemente. Se acabó. Para siempre. Ya no fue sólo para mí. Para Yulenka…

(No puedo escribir más: me he hecho daño, voy a llorar otra vez).

Yulenka, con tres añitos
Hussein; mi hija rompió esa foto en pedazos

Y LA VIDA CONTINUABA

Si el día reina, si el silencio de la noche.

Ya sea en los sueños ansiosos, en las luchas de la vida

Donde quiera que sea, llenando mi vida,

Tengo el mismo pensamiento fatal.

Todo sobre ti, todo sobre ti,

¡Todo, todo, todo, todo sobre ti…!

¿Serán mis días claros, serán mis días aburridos,

Si pronto pereceré arruinando mi vida?.

Sólo sé que hasta la tumba,

Mis pensamientos, mis sentimientos, mis canciones, mi fuerza

Todo para ti, todo para ti,

Todo, todo, todo, todo para ti…

(A. Apukhtin / P. Chaikovsky — romance)


...Así, con estas palabras del romance suscribí la foto de Hussein (obtenida para nosotros por Liana). Y así me sentí durante muchos, muchos años más…

Yulenka creció como una niña encantadora pero nerviosa y traviesa. Le costaba mucho conciliar el sueño, teníamos que mecerla durante dos o incluso tres horas, hasta que quedaba agotada. Fui gentil y cariñosa, pero al mismo tiempo nerviosa y no lo suficientemente paciente con ella. La abuela, en cambio, casi siempre encontraba el camino hacia su querida y adorada nieta.

Por consejo del ftisiólogo (Yulia tuvo una mala reacción de Mantoux) en otoño de 1970 enviamos a nuestra hija a un sanatorio de tres meses situado en la zona verde de Izmailovo. Y después de la pausa de tres días -para el segundo trimestre, y resultó que Yulia gritaba y estallaba cuando la llevábamos a casa en taxi- ¡se olvidó de nosotras! (Sin embargo, al entrar en la casa, lo recordó rápidamente y se calmó).

Luego, que durante todo un año, hasta que cumplió los tres años, estuvo en casa con mi madre, y yo también estuve con ella, trabajando en casa. También asistí a cursos de costura en Izmailovo, y a veces cosía algo para mí.

Una vez Hussein me envió una foto suya en un sobre, en la que aparecía vestido como un oficial subalterno: fue reclutado por el ejército, la foto llevaba la subscripción “para Yulia”. Desgraciadamente, perdí esta foto junto con la bolsa en la que la llevaba, y la habia dejado en un teléfono público, porque siempre andaba nerviosa y distraida. Escribí a Hussein (tuve que escribir al número del buzón que había enviado) y le pedí que me enviara otra foto, explicándole el motivo de la petición, pero no me contestó.

Luego Yuliunya fue a la guardería y yo dejé Giprokommundortrans y conseguí un trabajo en el Instituto Soyuzkurortproekt, que estaba a unas paradas de tranvía. El trabajo aquí era totalmente desconocido para mí: tenía que diseñar edificios para balnearios y, para empezar, me encargaron las vidrieras; perseveré, quedándome a veces en el despacho después de haber terminado la jornada. (Entonces nuestro especialista jefe, al marcharse a otro instituto, admitió que al principio no creía que yo fuera capaz de hacer ese trabajo, y ahora me invitaba a ir con él. Pero me negué, de nuevo por la distancia). Al igual que antes, ocupaba el puesto de ingeniero superior, pero tenía a dos dibujantes mujeres bajo mi mando y mi tarea consistía en proporcionarles tal cantidad de trabajo que no estuvieran ociosas y ganaran dinero, por lo que tenía una gran carga de trabajo.

Todos los veranos iba o volaba con Yulia al Mar Negro: a Pitsunda, a Evpatoria, a Gelendzhik (donde enfermó gravemente de un resfriado y tuvo que volver urgentemente a Moscú), a Anapa, donde se rompió el brazo, Yulia a menudo se rompía algo.

Cuando tenía 4 años y medio, la envié al jardín de infancia departamental (del Ministerio de Ferrocarriles), cerca de Moscú, de cinco días. Y se quedó allí hasta la escuela, es decir, hasta 6 años y medio.

Por aquel entonces ya trabajaba en «Soyuzdortrans», otro instituto de diseño, donde me ascendieron al jefe de equipo. Un nuevo trabajo de nuevo. Pero tenía que ascender en mi carrera, y confiaba en mí misma, en mi capacidad de trabajo y en mi potencial. Y, en general, por supuesto, me he lanzado a un torbellino. Aquí también tuve que involucrarme en el diseño de edificios, pero con un propósito diferente; más bien en el diseño de villas de carretera y estaciones de servicio técnico en carreteras proyectadas. Aquí también tuve que dar trabajo a dos jóvenes ingenieros, pero afortunadamente no eran trabajadores a destajo, así que pude trabajar tranquilamente sin esforzarme demasiado. El instituto estaba situado en un enorme patio, y el propio patio estaba situado justo enfrente del Kremlin, en la otra orilla del río Moscova.

Un día (Yulenka ya tenía cinco años) me llamó un hombre con acento caucásico, dijo que acababa de volver de Siria y que tenía que pasarme algo. De nuevo estaba temblando de tensión nerviosa hasta que me encontré con él, literalmente, durante un minuto en el metro y me entregó dinero, en rublos (los dólares estaban prohibidos en nuestro país entonces) de Husein, a través de un amigo de Husein, con el que este azerbaiyano (¡apellido Huseynov!) trabajaba en Siria. Según él, no conocía a Husein.

Usamos el dinero para comprar un sofá (después de todo, vivíamos muy apretadas, diría yo, contando el dinero hasta nuestros sueldos), y puse el resto del dinero en una cuenta bancaria para Yulia. (Pero, por desgracia, en 1990 se «quemaron» debido al default).

En 1973, fui a un curso de inglés urbano en Novy Arbat, del que me gradué en 1975. Más tarde volví a estudiar inglés en varios cursos más de una vez.

Un día me llamó Tamara, mi amiga de Giprokommun. Me sorprendió mucho su llamada, ya que no era mi amiga porque era delineante en otro departamento y casi nunca nos cruzábamos en el trabajo. Ella, sabiendo que yo habia estudiado español, me propuso ir a alguna velada en la Academia Militar, donde ya había conocido a un cubano y me llamaba para que le hiciera compañía. Dije que sí, fui, pero no me gustó nadie del baile en esa academia en ese momento. Aun así, me involucró en el círculo cubano.

Conocí algunos, con un par de ellos tuve relaciones muy cortas.


Pero hubo en mi vida una relación que no se me olvida aunque estaba condenada. Me refiero a Joaquín Durán, a quien conocí paseando con Tamara por el parque Lefortovo a principios de octubre (1975).

Era un cubano que había venido a estudiar durante un año en la escuela del KGB en uno de los tranquilos callejones de Shabolovka. Yo tenía 33 años, el más o menos igual. Después de sus estudios tuvo que ir a Angola. Empezamos a vernos. Y me lo pasaba bien con él. Joaquín no era el “abusador o alfons” como muchos de los cubanos que venían a estudiar a la Unión. Era un hombre noble y honesto. Me enseñó muchas cosas buenas. Un día, poco después de conocerlo, vino a visitarme para las vacaciones de noviembre, mi madre y Yulia estaban fuera, se habían ido a Vyazma. Mamá me había encargado que limpiara el parquét, le pusiera masilla y lo puliera. Le dije a Joaquín que tenía un gran trabajo que hacer, y me dijo: “No hay problema, pongamos música y hagámoslo”, e hicimos mi trabajo en tres horas, ¡con música! En resumen, me enseñó a no desanimarme. Sabía cómo vivir de la positividad. Y lo acepté y lo amé. Espero que él también me queria de verdad.

¡Qué bien lo pasamos con él! De mis recuerdos: reservamos una fiesta de Año Nuevo en una cafetería cerca del metro Novokuznetskaya; en aquel momento se acababa de abrir una oportunidad así y, por cierto, mis compañeras de trabajo siguieron nuestro ejemplo, así que nos sentamos en las mesas vecinas y ¡fue realmente genial! Entonces Joaquín y su grupo se fueron a Leningrado, yo compré un billete para el mismo tren, él vino a mí en mi ón y no volvió con su grupo hasta que llegó eaago
a mi vagón y se quedaba conmigo hasta que llegara l tren. Y en Leningrado vino al piso de mi prima Marina (no había nadie más que yo), y luego fuimos a un restaurante… ¡Sí, lo pasamos muy bien!

Saliamos hasta el verano siguiente. Se marchaba y no podia escribir. Antes de irse vino a despedirse, estábamos sentados en un banco no muy lejos de casa, dijo que siempre guardaría el recuerdo de mí, y yo quise creerle, y también dijo una frase que recuerdo a menudo: “Liuda, tienes un carácter duro, pero un corazón blando, y tendrás dificultades en tu vida a partir de este contraste”. Sí, es cierto, Joaquín…

¡Cómo me gustaría saber de ti! ¡Te echo de menos como a nadie! (¡Con el habría vivido “alma a alma”! ) Pero has desaparecido para siempre, y puede que hayas muerto, allí, en Angola. O en otro lugar. Eras un explorador cubano…

LOS AÑOS DE ESCORRENTIA

A finales de mayo se fue! definitivamente! Joaquín — para llevar a cabo una misión difícil y peligrosa. Había un vacío en el alma. Y tampoco hay mucho rastro de los años siguientes en mi memoria.

...Sentí que la vida me pasaba por encima. A las 9 salir de casa, en la rutina del trabajo: vincular edificios y como jefe de grupo dar tareas a tres ingenieros y comprobar su rendimiento, a las 18:30 el final de la jornada laboral, a las 19:30 estoy en casa, cansada, mi madre sirve la comida. (Luego se sienta en la mesa de enfrente y empieza a reprenderme por algo. Me desgañito, saliendo de la cocina, a veces sin terminar la comida. Después de que aprendí por la vida que no se puede regañar a nadie a la hora de comer!) Despúes estar con mi hija, tal vez revisar sus deberes, un poco de televisión. Eso es todo. 35 años. Sin amor, sin marido…

De vez en cuando me entraba la histeria: era muy consciente de mi soledad, del trauma que me había causado Husein; me faltaba un poco de oxígeno en la vida que tenía. Mi madre tenía que soportar estas rabietas, para consolar, y ella consolaba, traía agua, daba medicinas, pero ella, una persona sobria y con los pies firmes en la tierra, no me comprendía, y yo, egoístamente, exigía esta comprensión y la atormentaba. Mis sollozos no cesaban, a veces ella no lo soportaba y se iba, y entonces yo gritaba, no — aullaba con más desesperación. Sufría mucho mentalmente… A veces, para cambiar de aire, cada seis meses o más a menudo, me iba unos días, sola o con un viaje turístico. a Tallin, Kiev (con Yulenka), Ucrania, el Cáucaso.

En el 77 empecé a solicitar un viaje de negocios a Angola como intérprete de español. (Aunque allí hablan portugués, el español me vino muy bien porque el portugués era un poco escaso). Tuve que conseguir la firma del presidente del sindicato donde trabajaba, del secretario de la organización del partido y del propio director del instituto. Lo que costaba eso, sólo lo saben mis contemporáneos. Después de un mes o más de ejecuciones, habiendo recibido sus firmas, el caso fue presentado a las autoridades para su inspección, que duró dos o tres meses. Durante esos meses viví con la angustiosa expectativa del rechazo. Tenía motivos para temerlo, ya que era madre soltera; por regla general, a este tipo de personas no se les permitia ir al extranjero. Y la negativa siguió: supuestamente, no era razonable enviar a un especialista de tal rango como yo a trabajar como intérprete en una escuela profesional angoleña. Tal vez esa fue la razón, porque era realmente irrazonable, pero esta negativa me golpeó muy fuerte. Se podría decir que me quitó la última esperanza de liberarme. En aquel momento había pensado que morir luchando por unos ideales era mejor que morir de viejo en mi cama. Por eso anhelaba escapar de toda la rutina, tanto personal (¡me faltaba tanto el amor de un hombre de confianza!) como pública, soviética-brezneviana, en la que vivía, en la que vivíamos todos, (¡y me faltaba tanto el oxígeno de la libertad!) Después del rechazo -todos mis compañeros sabían de mi proceso- fue humillante para mí quedarme en mi lugar de trabajo en este instituto, y comprendí que el “triángulo” mencionado anteriormente no me daría el permiso para ir al extranjero de nuevo. Así que decidí irme.

Desde entonces, mi histeria se acabó. Empecé a trabajar como traductor con contratos con el Comité Estatal de Relaciones Económicas Exteriores. Mi primer trabajo fue con trabajadores de la construcción cubanos en la ciudad de Vladimir. Reconozco que con mi nivel de español no fue tan fácil traducir términos de construcción desconocidos. Pero lo intenté: anotaba las palabras desconocidas en el curso de las discusiones y conferencias, y en casa, es decir, en la pensión, donde nos alojábamos, me sentaba en la habitación hasta la noche con un diccionario y copiaba su traducción. El resultado no tardó en llegar y cada día tenía más confianza. Así pasaron dos meses.

El siguiente trabajo contratado fue trabajar con marineros cubanos en la Compañía Naviera del Báltico en Leningrado. Aquí me ayudó Sergei Dorenko (más tarde un famoso periodista), a quien sustituí en este trabajo: había trabajado con marineros durante dos meses y tenía que continuar sus estudios en la Universidad Rusa de la Amistad de los Pueblos. Le llamé y me dirigí a su albergue en Miklukho-Maklaya, y me dio su vocabulario acumulado de terminología náutica muy específica. El chico tenía 19 años, pero su español ya era bastante bueno. (Ahora, después de su muerte, recuerdo este episodio con especial frecuencia). Durante tres meses viví en Leningrado, en el Hotel Sovetskaya, que estaba a 10 minutos de la casa de la hermana de mi padre, tía Lucy. En la víspera de Año Nuevo llegó Yulenka, ella estuvo en casa de la tía y prima y las vacaciones escolares de invierno las pasamos juntas. El invierno fue muy frío, los tranvias sin calefacción y tanto los cubanos como yo nos conjelabamos mientras llegabamos a sitio. Lo bueno y agradable era lo que yo comraba biletes a los teatros, especialmente al teatro de opera Malyi donde disfrutaba de los espectáculos más modernos de aquellos tiempos. La opera siempre me gustó.

Y en febrero y abril, yo, ahora en Moscú, trabajé con una especialista cubana en la organización del almacenamiento de información. El trabajo no era interesante, pero Violeta y yo nos hicimos amigas. Me visitaba con frecuencia en casa y le tenía mucho cariño a mi hija. Este trabajo también duró un par de meses. (Déjenme contarles una curiosidad sobre los hábitos nacionales. Violeta le pidió agua a mi madre, bebió mucha, y como en invierno no bebemos agua del grifo, sólo té (entonces no había agua embotellada), mi madre decidió que se necesita agua para beber la medicina, y le dio agua en un vasito para la medicina. Los ojos de Violeta se abrieron de par en par, sorprendida. Tuve que explicarle su error y servirle un vaso lleno de agua del grifo. En otra ocasión, Violeta preparó café en nuestra casa y se lo ofreció también a mamá. Mamá puso de buena gana un vaso para verter el café, y Violeta lo sirvió en una pequeña taza de 50 gramos, de las que usan los cubanos para tomar su café más fuerte. Y fue entonces cuando mi madre se sorprendió. Como en la fábula: “La zorra y la grulla”).

Llegó el verano del 78. A mamá le preocupaba mucho que mi antigüedad de trabajo se viera interrumpida a causa de esos acuerdos temporales y que se reflejara mal en mi futura pensión y, en general, que esos acuerdos no se tuvieran en cuenta para el total de la antigüedad. Yo también estaba un poco inquieta por eso. Así que encontré un trabajo en la Dirección de la autopista Moscú-Riga en construcción, que iba a convertirse en la autopista más avanzada de Moscú. Me contrataron como ingeniero superior para supervisar la construcción de los puentes de esa carretera. Cada dos semanas, más o menos, los representantes de las organizaciones de subcontratistas venían a buscarme y me llevaban a las obras donde tenía que inspeccionar y firmar las órdenes de trabajo para que los trabajadores recibieran sus cheques. Por lo general, lo hacía, pero a veces, al ver la evidente discrepancia entre los papeles y el trabajo realizado, me negaba a firmar. Terminó en un conflicto con el director, y me fui después de trabajar allí durante casi un año. Pero antes de irme encontré un nuevo trabajo, y el lugar se llamaba Intourbureau y mi puesto era de guía turístico con turistas de habla hispana. Y de eso trata el siguiente capítulo.

YO — GUIA

En el verano de 1979, me incorporé al Inturburo como autónoma, y en otoño me convertí en guía de plantilla.. El Inturburo formaba parte, administrativamente, del Departamento de Turismo y Excursiones de Moscú y, metodológicamente, del Comité Central Sindical (VTSPS), y aceptaba a los turistas que llegaban a través de la línea sindical. Me contrataron como guía sin formación filológica superior porque el año siguiente se iban a celebrar los Juegos Olímpicos en Moscú y la necesidad de guías en español era cada vez mayor. Por supuesto, tenía dudas de un plan material, porque el sueldo de guía era simplemente bajo (lo sabía por Intourist, donde visité un año antes, pero no hubo allí mucha perspectiva para una persona con un solo idioma, y entonces me tranquilicé por un tiempo). Pero me gustó mucho el ambiente aquí, era amigable, informal, la oficina estaba ubicada en varias habitaciones del hotel Druzhba, en la avenida Vernadskogo (ahora hay algo más), fueron muy amables conmigo. Y pensé que me ayudarían económicamente los viajes en los que no tendría que gastar dinero en nada. Y yo dije que sí. ¡Eso fue un giro en mi vida! Mi madre, como era de esperar, recibió muy mal mi decisión. Refunfuñó: «Eras un buen ingeniero y has cambiado tu trabajo por acompañar a los turistas al aseo». ¡Pero yo era feliz! Y nunca me he arrepentido de mi arriesgada decisión. En primer lugar, me encantaba el trabajo de guía turístico en sí mismo, (obviamente, me encantaba la interacción en vivo con la gente a la que estaba ilustrando sobre algo). Acompañaba al grupo durante toda la semana o dos semanas de estancia, y había grupos de interés especial con estancias de tres semanas en el país, y yo tenía toda la responsabilidad de su viaje. En segundo lugar, hacía mi propias excursiones de visita a Moscú, al Kremlin y a otros lugares, y esto también disfruté mucho. Por supuesto, yo aprendía estas excursiones y luego pasaba la aprobación de nuestrs jefes. Y a mi siempre me gustó a estudiar. Y en tercer lugar, mi trabajo en la Unión Soviética, que era un país del telón de hierro, estaba muy bien considerado y gozaba de mucho prestigio a los ojos de la gente de mi entorno. Y en definitiva, ¡fue una ventana a Europa! Pero el hecho de que los turistas me hicieran regalos al final del recorrido o que los nuevos amigos de España enviaran vaqueros y otras cosas para mi hija, no lo pensé en aquel momento ni lo asumí.

Sí, pero el comienzo — como siempre — no fue fácil: mi primera traducción de la visita al Hermitage dejó mucho que desear. Como soviética, nunca había leído la Biblia, por lo que me resultaba muy difícil traducir los nombres de los cuadros basados en temas bíblicos. Era bueno que los propios españoles conocieran las fábulas biblicas. Tuve que volver a subir mi calificación, como en Vladimir, por la noche con la ayuda de un diccionario

En 1980 tuve un romance corto pero muy intenso con un turista mexicano. Era un grupo de “atención especial” con dos guías y un asistente del Comité Central del Consejo Central de Sindicatos de toda la Unión (y probablemente un agente del KGB, ¡cómo podría evitarlo!). Un hombre mexicano, de aspecto muy agradable y no indio, se rompió la pierna al tercer día de su estancia. Nuestro acompañante me indicó que lo llevara a la clínica de trauma. Fue en Riga o en Vilnius. Luego tuve que acompañarlo a diferentes trámites, a la farmacia, etc. Me enamoré de él por durante todos esos trámites, aunque él se había enamorado antes que yo. Al principio, en señal de agradecimiento por mi ayuda, me compró un vestido impresionante en “Beryozka” (tienda de divisas sólo para extranjeros). Entonces siempre buscaba un asiento en la mesa junto a mí durante el desayuno, la comida y la cena. Pronto los demás turistas se dieron cuenta de ello y un asiento a mi lado siempre quedaba libre para él, que llegaba el último con muletas, por regla general. Entonces su compañero, que se encontraba en la misma habitación que él, un cantante profesional de canciones con la guitarra, me invitaba a su habitación, donde junto con Alfredo cantaban canciones mexicanas, dedicándolas a mí. “Malagueeña salerosaa…” — ¡No olvidaré esos momentos de felicidad femenina! Sí, Alfredo me hizo girar la cabeza, a pesar de que mi guía Marina se refirió a él de forma semipreferente como un aristócrata pequeño-burgués (realmente tenía su propia tiendecita, y en aquel entonces ya era un capitalista a nuestro entender). Y, efectivamente, tenía ciertas “costumbres pequeño-burguesas”; por ejemplo, cuando, después de la excursión, llegamos tarde a la cena en el hotel, se pidió a todos los turistas que fueran directamente al comedor sin pasar por las habitaciones, pero Alfredo dijo que se ducharía primero, ya que prefiere “comer a gusto” (comer con gusto). Y definitivamente había algo contra la disciplina colectiva y la solidaridad en eso… (Sí, Marina era probablemente un personaje ideológicamente más firme que yo..

El siguiente día de excursión mi colega de viaje se fue con el grupo, (era posible que fuera una guía y Marina se ofreció a ir), yo me quedé en el hotel; Alfredo también se quedó, explicando esto por la dificultad de desplazarse con muletas, lo cual también es comprensible. Y esa mañana me llamó a mi habitación y me declaró su amor. Pero ni él ni yo pudimos ir más allá de nuestras explicaciones y miradas: los guías y los turistas estábamos siempre vigilados por el KGB. Es cierto que los turistas que volvían de la excursión nos miraron entonces muy significativamente, decidiendo que habíamos puesto nuestra no salida a propósito y que no perdimos el tiempo. Alfredo y yo sólo tuvimos una noche. Era la última noche de la estancia del grupo, cuando todos regresaron de la gira al hotel de Moscú por la noche y tuvieron que volar de vuelta a casa a la mañana siguiente. Tal vez podría haberle invitado a mi habitación de hotel, aunque esto debería haberse evitado por razones obvias. Pero quería que viniera a nuestra casa y viera el apartamento de Moscú. El todavía estaba con muletas, por supuesto. Cogimos taxi, fuimos a mi casa, le presenté a mi madre, que aún estaba despierta, aunque eran las 12 de la noche. Y para las cinco se reservó un taxi para que él vuelva al hotel — la Casa Central de Turismo, un famoso y enorme hotel situado al final de Leninsky Prospect, y que estaba lejos de Semyonovskaya. No recuerdo qué tipo de sexo tuve con Alfredo, con su pierna escayolada — lo que me importaba era la intimidad corporal, los abrazos, los besos calientes — todo lo que acompaña a un enamoramiento romántico. A las 8 de la mañana llegué al hotel para desayunar, y a las 9 el grupo y yo nos dirigimos al aeropuerto, donde me despedí de él. Fue el último en irse…

Alfredo me mandaba una carta, otra, me envió gafas con marcos muy de moda, discos de canciones románticas de Roberto Carlos, que era popular en esos años; me escribía que quería venir a la Unión Soviética, quería vivir conmigo, pero todavía nuestro clima no era muy adecuado, el sistema tampoco, y no había otra forma de que yo viniera a México todavía; y esa era la verdad. Y luego llegó una carta de su esposa -que el estaba casado, lo sabía, y no habría tenido que ocultarlo: parte de su grupo era de su pequeño pueblo de Uruacan, donde todos se conocen. Su mujer me escribió que sabía de los sentimientos de su marido por mí, pero que debía quedarse con ella ya que tenían un hijo pequeño, y me rogaba de que no volviera a escribirle. Esta carta me hizo sollozar amargamente. Justo en ese momento mi madre estaba en casa y me consoló con simpatía, (probablemente recordando algo suyo). No escribí más cartas a Alfredo, por supuesto, me envió otra carta preguntándome por qué estaba callada, por lo que le envié la carta de su esposa. El punto fue puesto.

Año 1980

En casi tres años como guía había hecho muchos amigos en España, México y Venezuela, y tenía muchas direcciones en mi agenda. Es cierto, no tenía ni idea de que pudiera utilizarlas. La primera vez que fui a España, me invitaron unos amigos, fue en 1988, la segunda en 1990 y la tercera en 1991. Mientras trabajaba como guía visité ciudades como Kiev, Minsk, Kishinev, Tiflis, Ereván, Samarcanda, Bujara, Tashkent, Ashkhabad, Riga, Vilnius, Murmansk, Vladimir, Tver, Novosibirsk, Irkutsk, Khabarovsk y, por supuesto, siempre Leningrado.

Pero estaba pensando en el futuro. Me presenté a un puesto de intérprete en la UPDK (Dirección del Cuerpo Diplomático) -¡qué demonios, sabiendo los pinchazos de mi biografía como madre soltera! Pero ya sabe quién no se arriesga no toma shampañ. Además no pretendía trabajar en una representación capitalista, sino sólo en la misión cubana. Los cuadros de Cuba los llevaba Ivan Ivanovich, un hombre gordo y rojadizo (medio alky, por supuesto) con ojos astutos. Pero -debía tener yo carisma- aceptó mis papeles, y esperé unos tres meses para que se decidiera por mí. Y entonces llamó y dijo que me enviaba a la misión comercial cubana. En el otoño del 81, comencé una nueva etapa en mi carrera.

Tuve que mecanografiar muchas traducciones técnicas (entonces en una máquina de escribir electrónica) y pronto me llevaron a las negociaciones entre representantes soviéticos y cubanos, técnicos y especialistas en comercio para la entrega de diversos equipos a Cuba. Las negociaciones más duras fueron las relativas a los precios. Entonces, por regla general, llegaba una delegación cubana o un delegado de precios; esas negociaciones duraban muchas horas, y lo peor era que todos fumaban, y yo no soportaba el olor, y al final del día estaba agotada, llegaba a casa con la cabeza dolorida y un persistente olor a tabaco; mi madre se compadecía de mí. Pero mi sueldo no estaba mal: 220rub. más pedidos semanales de buenos comestibles (no hay que olvidar la época de escasez constante en la que vivíamos) más la posibilidad de organizar una visita al departamento diplomático de la GUM para comprar ropa de prestigio. (Así es como compré y vestí a mi mejor amiga Sveta, su hija y su yerno. También le compré a mi madre un precioso abrigo de piel de oveja, que nunca había soñado). Estaba en buena posición con los cubanos y nuestros intérpretes me eligieron para ser secretario del sindicato.

En general, todo iba bien. Hasta 1983, cuando me casé con un cubano y tuve que abandonar la UPDK por violación de las instrucciones internas de no relacionarse con extranjeros. Continuaré en lo adelante con la historia de mi relación con Francisco y nuestra historia en general. Aquí sólo explicaré que cuando Francisco me envió una invitación para ir a Cuba y se la llevé a Iván Ivanovich para que me diera permiso (recordemos que las firmas del «triángulo» son necesarias para el Departamento de Asuntos Internos, que da el permiso de salida), él se sorprendió bastante, luego sacó un papel y dijo: «Escribe la solicitud de dimisión y luego tendrás nuestras firmas a cambio». Resultó que no sabía nada de mi matrimonio, ¡nadie me delató! Así que tal vez podría haber seguido trabajando. Pero hay que conocerme. Mi naturaleza de amante de la libertad no permitía ninguna condición de celda, ni traición a mi vida y a la de Francisco. Redacté esta solicitud y pronto recibí el permiso y luego el visado para ir a Cuba.


* * *

La gente suele preguntarme, cuando se enteran de que trabajé en el sistema UPDK, con quién me acosté para conseguir un trabajo en el sistema. Y cuando digo que no me acosté con nadie, y que nadie me lo sugirió, no me creen. Reconozco que tenía carisma y fui a buscar puestos con toda mi determinación. Ese era todo el secreto. Por supuesto, no podría vencer a la KGB. Bueno, entonces, ¡he tenido suerte! (Por cierto, sin tener contactos ni nada por el estilo, me aprobaban a todos los sitios donde trabajé, y fue con un aumento de sueldo y de puesto o trabajando en un área que no conocía antes).

En cuanto a la KGB: trabajando como guía después de cada excursión teníamos que escribir informes, señalando el comportamiento poco amistoso o sospechoso de los turistas, y entonces un «camarada» te llamaba y te hacía preguntas. No sé los demás guías, pero mis informes le interesaron poco. Pero este organismo me ha pillado dos veces cuando he mostrado una «independencia excesiva». Odiaba la KGB y la odio ahora.

Como le gustaba decir al inolvidable Sergei Dorenko: «Yo, un simple chico de Kerch, y he sido invitado a una recepción en el Kremlin…", también analogicamente podría decir: «Yo, una simple chica de una habitación de 7 metros en una casa de madera de la calle Ekaterininskaya, sin estudiar en un instituto de idiomas, llegué a trabajar con importantes funcionarios extranjeros y a participar en altas negociaciones; compraba en una tienda diplomática y recibí sueldos increíblemente altos, ¡comparables a los de mineros y científicos!

Pero al mismo tiempo, por supuesto, tenía un gran defecto: mi intolerancia, a veces la intransigencia; y, sin embargo, la mayoría de las veces me dejaba llevar por el sentimiento de que tenía que seguir adelante. Por eso no me quedé mucho tiempo en mis lugares de trabajo: por razones objetivas o sugetivas pero cambiaba o el puesto o el estilo de vida. Siempre queria cambios.

FRANCISCO

Y me asusta ahora de creerlo

Que de haber abierto la otra puerta

De haber pasado por la otra calle

Yo nunca te hubiera encontrado

(Una canción de los 70)


En este capítulo describiré el inicio de mi vida con Francisco de la Nuez Marrero. Lo conocí por casualidad, cuando fui al albergue de la Universidad Estatal de Moscú, para entregar unas sandalias a una cubana para Violeta (una chica cubana, con la que trabajé en Moscú en 1978 y que era mi amiga), fué ella quien me pidió esas sandalias (¡en Cuba ni eso había!) a través de una cubana de la Universidad Estatal de Moscú. Cuando encontré su habitación, leí en la puerta que ella no estaba, pero para «cualquier pregunta, pueden dirigirse a la habitación No…»__- Bueno, no volvería yo sin mi misión cumplida a Leninski Gory de Semiónovskaya, así que llamé a la puerta del letrero. Me abrió la puerta un cubano no muy joven, de apariencia europea, en general, no se veía mal el tio.

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