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EL MISTERIO DE LA BELLEZA EXACTA

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Traductor de ruso: Oscar Zambrano Olivo

Copyright © Sergey Baksheev, 2019

“El número es la esencia de todas las cosas”

Pitágoras.

1

La puerta del apartamento se abrió con facilidad, la llave maestra fue escogida idealmente. La vieja alfombra peluda de la entrada también le agradó, no dejaría huellas. Si, el día en San Petersburgo, a pesar de ser mitad de octubre, se presentaba seco y con ligera brisa. Las cúpulas doradas y las cruces de las iglesias brillaban bajos los rayos del bajo sol norteño, así los anteojos oscuros y el capuchón pasarían desapercibidos. Con ese tiempo hasta las viejitas vecinas salen a los patios y no se apuran en regresar a la humedad grisácea de sus casas. El día óptimo para cometer el robo pensado. Y no cualquier robo, sino un hecho que la historia le agradecería.

El intruso, que entraba en el apartamento, trataba de controlar su creciente excitación y revisaba su recorrido. Derecho, por el corredor estaban la cocina y el baño y a la derecha estaba la única habitación. Era posible que en este apartamentico viejo y descuidado se guardara la clave del Gran misterio, clave que persiguieron las mejores mentes de la humanidad por cientos de años? Si eso era así, entonces el mundo era de una injusticia burlona. Aunque los diamantes más extraordinarios se encuentran en el barro.

Y si no hay nada? La idea desagradable le apretó el corazón. No! descartado! El tesoro del genio está aquí! Esta visita audaz debe dar el premio largamente esperado.

El intruso, delgado y ligeramente encorvado se detuvo en la entrada de la habitación. En esta había una silla giratoria vieja, un viejo sofá, un escritorio con papeles, una biblioteca llena de literatura científica, una cama estrecha; en el rincón, un estante pasado de moda con cosas innecesarias y más nada. Ni siquiera un televisor o un computador. Cierto que dicen: la saciedad es hermana de la flojera y amiga de la ociosidad. Los genios siempre han vivido pobremente. Y entonces, los que son sólo inteligentes, en comparación, debe vivir bien! Ha sido así por siglos, y cambiar eso no lleva a nada. Sintiendo anticipadamente un escalofrío agradable, se acomodó los guantes y se dirigió al escritorio. Sus ojos devoraban los papeles y las notas. El instante deseado se acercaba. Y en ese momento se oyó el ruido de una llave en el cilindro de la puerta. Las sienes se le cubrieron de un sudor frío. Quien podría venir antes de tiempo? El intruso en chaqueta azul y capuchón se metió en la cocina.

Lo más probable es que fuera el matemático. Su comportamiento extraño impedía predecirlo. Seguramente iría a su habitación y él estaría seguro en la cocina. Se presentaría una nueva situación.

Sin embargo desde la entrada se oyó una respiración pesada y pies que se arrastraban.

La vieja bruja regresó! El intruso había calculado que ella tardaría más de una hora en el mercado. Pero regresó enseguida. Que le había pasado? Miró la mesa y se dio cuenta que la vieja había olvidado el monedero. Eran una cosa seria esos viejos tontos.

Los pasos se acercaban… El intruso se colocó pegado a la pared entre el refrigerador y la puerta de la cocina. Único sitio para esconderse. Si la anciana tomaba el monedero, miraba al suelo, y se alejaba, nada sucedería; pero… si se da cuenta? La puerta de la cocina era de vidrio mate. Demasiados desagradables “si”. Sería posible que por esa vieja tonta se le echara a perder el buen plan que tenía? Irse era imposible, ya había llegado muy lejos. Un tesoro estaba cerca… En su camino estaba una vieja inútil. Salir de ella sería fácil. Empujarla y listo. Pero correr enseguida sería estúpido. O sea no bastaría con un simple empujón. Era necesario apartarla por un rato. Y para lograrlo necesitaba algo…

Se abrió la puerta… La triste anciana entró en la cocina…

Con que golpearla en la cabeza?

Y que tan fuerte pegarle?

2

El oficial de policía Capitán Rizhkov adscrito a la zona terminó de comerse su emparedado de salchichón, de tomarse su té y sólo entonces levantó la bocina del teléfono que repicaba hacía rato. Aunque la guardia apenas comenzaba su voz sonó profesionalmente cansada.

— Aquí Rizhkov — el cachetón capitán se quitó una migaja de pan de los labios, la cual cayó en el micrófono del teléfono y tuvo que sacarla con la uña.

— Si, la escucho, diga. No se atropelle, hable ordenadamente. Apellido? Le pregunté su apellido.

Con expresión aburrida, el capitán escuchó a la doctora de primeros auxilios, quién le informaba que la habían llamado por un ataque al corazón y donde consiguió el cuerpo de una anciana ya sin respiración.

— Y para que nos llama? Resuélvalo Ud.

Rhizhkov quiso colgar la bocina pero lo detuvo la voz apresurada de la doctora.

— El asunto es de Uds., es un asesinato.

— Y de dónde saca eso? — el capitán arrugó el rostro.

— En la cabeza se observa trazas de un golpe.

— Hay sangre?

— Un poco. Hay una contusión con abrasión.

— Fractura de cráneo?

— No.

— Bueno, se da cuenta? La vieja se sintió mal del corazón, se cayó…

— Escuche — se disgustó la doctora — yo no soy una pasante nueva y ya he visto muchos cadáveres! El corazón no tiene nada que ver. Si quiere no me atienda, pero que conste que ya le advertí.

— Okay, okay. — Condescendió el capitán, sabiendo perfectamente que un médico experimentado de primeros auxilios no se equivocaría en tales asuntos.

— Cuando murió la ciudadana? —

— Aproximadamente hace una hora. —

— Quien llamó la ambulancia? —

— Una vecina o conocida de la occisa. Ella está aquí. —

— Perfecto. No deje ir a la vecina. Que todo se quede como está y que nadie toque nada. Enseguida envío una comisión. Dícteme la dirección exacta. —

El capitán escribió la dirección del apartamento y el apellido de la señora asesinada y con un gesto detuvo al oficial que pasaba. Terminó la conversación por teléfono, le sonrió al oficial y le dijo.

— Llegas tarde Strelnikov. Que pasó? La amiguita de turno no te dejaba salir? —

— Ojalá y fuera eso… Un asunto de una encuesta de un investigador, caminé por ahí y le pregunté a la gente. — Estaba tenso el oficial treintón, se desabrocho la vieja chaqueta de cuero turca y sacó un cigarrillo.

— Tienes otra tarea, Viktor. Toma esta dirección y vuela con los muchachos a ese apartamento. Es aquí cerca. Y no te obstines antes de tiempo! —

— Que hay allá? — El oficial, hosco, miró el papel.

— Una viejita muerta. Una tal Sofía Evsevna Danina. Creo que la “ayudaron”, pero puede ser un accidente. —

— Si es un asesinato, llama de una vez a la judicial. Ellos tienen expertos. —

— El de turno es Simionich, tú lo conoces, ese puede tomarle huellas digitales a una mosca en vuelo… Vamos, vamos, ver tu descontento no me interesa. Allá está una doctora y un testigo. No te estoy castigando, es un procedimiento común y ustedes lo verán en caliente. Que te pasa? Una garrapata te va a molestar en el informe? —

Strelnikov puso un cigarrillo en sus labios y, pensativamente, comenzó a jugar con el encendedor. Prendió el yesquero…

Prohibido fumar aquí… — Lo detuvo el capitán. — Puedes echar todo el humo que quieras en tu oficina. O mejor, fuma por el camino, agarra la gente y vete. —

— Me das un carro? —

— Si, tómalo. Pero no te tardes. Creo que el asunto es sencillo. —

En doce minutos, ya los tres oficiales de policía estaban subiendo al tercer piso del viejo edificio de Piter. Dirigía la comisión el teniente Viktor Strelnikov. Tras él iba el joven oficial, algo fornido, Alexei Matykin, con nariz y puños de boxeador. De último iba Barabash, el experto cuarentón, de anteojos oscuros, bigote delgado y rostro altivo. En su sección, lo llamaban Simionich con respeto. En sus manos, el experto llevaba la maleta de servicio gastada por los años.

Ya en el patio anterior, Strelnikov había notado la ausencia de gente. A pesar del tiempo claro que hacía, los bajos rayos del Sol no llegaban al patio y no se podía esperar encontrar pensionados, calentándose en los bancos, que hubieran visto algo sospechoso. En días así ellos preferían pasear por la avenida o ir a la orilla del río.

La doctora de primeros auxilios, una mujer grande y fuerte con voz grave, los recibió no muy contenta que digamos.

— Por fin! Y yo, para que ustedes lo sepan, todavía tengo otras llamadas, para las cuales no me van a sustituir. —

— Oficial superior Strelnikov. — Con sequedad se presentó el policía. Hacía tiempo se había convencido que el tono oficial, la credencial abierta y el arma sugerida bajo la axila bajaban innecesarias altanerías de la gente común.

— Maslova Vera Anatolevna, médico de primeros auxilios. — Respondió con reserva la doctora.

Strelnikov dejó a Aleksei en la puerta y él acompañado de Simionich pasó a la cocina donde se veían los zapatos de la mujer que yacía en el piso. La doctora se apuró tras ellos.

— Cuéntenos como encontró el cuerpo, Vera Anatolevna. —

— Nos llamaron, al principio supusimos un infarto; pero al primer vistazo nos dimos cuenta que llegamos tarde. Miren ustedes mismos… —

La mujer, anciana y gorda, yacía boca arriba, con el abrigo abierto. Sus ojos estaban cerrados y su rostro mostraba una mueca de dolor. En el piso, cerca, había restos de un florero de vidrio y tres rosas marchitas en un charquito de agua sucia. El oficial consideró donde pudo haber estado el florero y dedujo que, o en la mesa o sobre el pequeño refrigerador. Le llamó la atención el monedero en un extremo de la mesa y la cartera en el piso, ambos cerrados.

— Continúe Vera Anatolevna. — Recordó Strelnikov. — Como estableció la causa de muerte? —

— Al principio le abrí la ropa en el pecho, para ponerle una inyección, pero noté que no tenía pulso ni respiraba. Le levanté la cabeza, le quité la boina, la puse en el taburete, y noté la huella de un golpe fuerte en el cráneo. —

Viktor Strelnikov dirigió la vista hacia la boina marrón y delgada. Esa boina no la iba a proteger de un golpe fuerte, pensó.

— No pudo golpearse en la caída? —

— No. La excoriación con sangre está en la parte superior de la cabeza. Ahí no te golpeas con el piso. Además ella cayó de frente. —

— De frente? —

— Si. La mano izquierda tiene una fractura característica. Trató de apoyarse en la caída pero la edad y el peso… —

El imperturbable Simionich, asintió enérgicamente, aprobando las palabras de la doctora.

— La golpearon desde atrás con un objeto contundente, presumiblemente con el florero. El golpe no fue fuerte, pero lo suficiente para la viejita. —

— O sea, cien por ciento asesinato. Y el cuerpo ya lo manipularon mucho. — Constató el teniente superior. Su voz descolorida no transmitió ninguna emoción.

— Yo no toqué más nada. — Se justificó la médica.

— Quien fue el primero que encontró a la víctima? — Strelnikov quiso decir “cadáver” pero se detuvo a tiempo para no herir susceptibilidades. No hay nada peor que interrogar a quienes están al borde de un ataque de nervios.

— A mí me recibió una anciana. Está en la habitación. –Respondió la doctora y preguntó. — Me puedo ir? —

— Primero que nuestro colega escriba su declaración. Y después si el experto no tiene más preguntas, quedará libre. — Strelnikov llamó al oficial-boxeador. — Aleksei, atiende a la doctora. En cualquier lado, menos en la cocina, allí trabaja Simionich. —

— Dónde? — preguntó Matykin.

— Si quieres en el baño. Yo estaré en la habitación. Ahí está la testigo principal.-

El teniente entró en la habitación. De espaldas a la puerta estaba sentada una mujer delgada con el cabello completamente canoso, en impermeable beige y con el cuello levantado. Ella se distraía hojeando un libro con el brazo extendido y no notó al policía sino cuando este golpeó la puerta y se presentó.

— Vishnevskaia, Pensionada. — Con dignidad respondió la dama, como si pronunciara un título nobiliario.

— Se quedó sentada y sólo volteó con la silla giratoria. Ahora Strelnikov podía verla mejor.

De postura altiva, cabello y cejas arreglados, con pequeños zarcillos de oro y un toque de lápiz labial se veía que la dama cuidaba su apariencia. El cuello cubierto con un pañuelo cuidadosamente anudado, pero las arrugas alrededor de los ojos denunciaban su edad. Más de cincuenta y, seguro, gran lectora.

— Su relación con la dueña del apartamento? —

— Nos conocemos hace muchos años. Yo vivo en el edificio de al lado, a la derecha del arco. —

— Usted confirma que la señora en la cocina es Sofía Evcevna Danina? —

— Indudablemente, es ella. —

El oficial se extrañó del tono tranquilo de la vecina. Estaba más bien acostumbrado a mujeres histéricas y desmayos en presencia de un cadáver.

— Cuando vio usted, por última vez a la dueña del apartamento? Quiero decir, viva. —

— Hoy. No hace ni una hora. —

— Ajá. Cuénteme con más detalle. —

— Dos veces por semana vamos al almacén. Ella es mayor que yo, y yo la ayudo con sus compras. Hoy, por teléfono, nos pusimos de acuerdo en encontrarnos en el almacén. Conoce el almacén “Productos”, en la esquina de la avenida? —

Viktor asintió, también era su barrio.

— Pero Sofía se dio cuenta que había olvidado el monedero. Propuse prestarle dinero, pero ella no quiso. El tiempo está bueno, dijo, no hay que apurarse, paseamos. Regresamos a la casa y ella entró. Yo la esperé afuera, para aprovechar el Sol. Pasaron quince minutos y me preocupé. Le habrá pasado algo? —

— Tan rápido? — El oficial arrugó las cejas.

La mujer se apuró a explicar.

— La salud de Sofía ya no era buena. Vivía de las medicinas. Sobrepeso. Presión. Diabetes.

— Y usted decidió ir a buscarla. —

— Sí. —

— Cuando esperaba, y después cuando entró, vio a alguien? —

— Por supuesto, en la calle había gente. Pero pasaban. —

— En el arco, tampoco? —

— No. — La mujer negó con seguridad. — Nadie. Esperaba a Sofía y todo el tiempo miraba hacia el arco. De todas maneras por aquí se sale a la ota calle también. Para el metro es más corto. —

— Y en la escalera? Cuando usted subió. —

— No había nadie. Lo hubiera informado inmediatamente. Con el tiempo que ustedes tardaron, lo hubiera recordado todo con detalle. —

— “O inventar la versión para esconder su participación en el crimen” –, sin querer pensó el oficial mirando a la imperturbable mujer. Mataron a su amiga cercana y ella conserva su tranquilidad de hierro.

— Ahora, dígame, como entró en el apartamento? —

— La puerta estaba semicerrada. Yo toqué el timbre y entré. Desde afuera ya se veían sus piernas. Pensé que se sintió mal y se cayó. Caminé hasta la cocina, la volteé, la sacudí, le rocié agua en la cara, pero no reaccionó. Enseguida llamé a primeros auxilios. Mientras llegaban noté el florero roto y la herida de Sofía en la cabeza. —

— Bien. Supongamos que fue así. —

— Como que supongamos? No me cree? — La mujer canosa se molestó. Sus pequeños ojos grises se clavaron inquisidoramente en Strelnikov.

El oficial superior ignoró esa reacción. Ya es tiempo de ponerla en su sitio, decidió. No es infrecuente que el primer testigo sea el asesino.

— Como pudo haber notado la herida en la cabeza si la occisa tenía puesta la boina? — preguntó con voz capciosa.

— Es muy bueno que usted ponga esa atención. — Reaccionó tranquilamente la mujer aguantando la mirada fría del teniente. — Efectivamente Sofía tenía puesta la boina. Cuando yo la volteé y le agarré la cabeza para ponerla más cómoda noté con los dedos el cabello mojado en sangre.

— O sea, en el momento que usted la vio estaba boca abajo. —

— Sí. Cuando quiera le muestro como se veía. —

— Más tarde. — De nuevo extrañándose de la tranquilidad de la anciana testigo.

Observó lo simple del mobiliario del apartamento y pensó. — Aquí no hay nada que robar, hasta el monedero, está ahí. Crimen doméstico? Hasta puede ser. Aunque señas de borrachera no hay. Pero ya ha sucedido, a consecuencia de la resaca y por estupidez, matan, en sentido propio y figurado.

Strelnikov, de nuevo, se dirigió a Vishnevskaia.

— Dígame, quién más vive en el apartamento? —

— El hijo de Sofía Evseevna, Konstantin. —

— Ajá. Y a que se dedica? —

— Viktor Strelnikov, usted es el detective. Adivínelo usted! — Las palabras sonaron duras, como una llamada de atención.

El oficial superior se cortó. Se sintió, literalmente, en un examen. Ni siquiera pensó en hacerle un desaire a la dama. De nuevo recorrió con la vista la habitación.

Por todas partes se veían cosas sin valor, la ventana desvencijada, la vieja lámpara de mesa y en la cocina goteaba una llave. No parecía que aquí viviera un trabajador manual. Pero los innumerables libros y revistas científicas decían que vivía algún “nerd” científico con lentes que ni televisor necesitaba. Siempre metido en sus papeles y ni siquiera se preocupaba de limpiar bajo el escritorio. — Ya vamos a determinar su profesión. — pensó.

Strelnikov se detuvo ante el retrato de un barbudo sobre el estante. Debía ser un escritor o un científico. Pero no era ni Einstein, con su lengua afuera, y a Hemingway no se parecía. A estos últimos el teniente los conocía bien. A la intelectualidad de Piter en la época de sus padres le gustaba colgarlos en la pared. También científicos y escritores, al igual que estrellas, de cine y del deporte, de acuerdo a la moda. Pero llegó el tiempo del caos global, en pensamientos y acciones. Ahora las mentes están dirigidas por las bolsas financieras y los “talkshows” televisivos.

A su espalda chirrió la silla. La testigo se había levantado.

— No reconoce, Viktor Strelnikov? —

Con asombro se volvió. La mujer lo miraba con ironía. Qué quiso decir con la pregunta? A quién no reconoce? Al barbudo del retrato? La profesión del habitante del apartamento? Puede ser que a ella?

— Y yo, cuando escuché su apellido, lo miré, y enseguida lo recordé. Como está usted, Viktor? —

La mujer intencionalmente caminó por la habitación, cojeando del pie izquierdo, y ahí, a la memoria del policía, se le vino como un chispazo, una clase escolar.

— Vishnevskaia. Profesora de matemáticas. — balbució él confusamente.

— Como dos por dos es cuatro! Esa misma, Valentina Ipolitovna Vishnevskaia. — confirmó le valiente mujer, que nunca se avergonzó de su cojera, ni de sus canas. Hizo una pausa y con condescendencia señaló el retrato. — Y este es Pitágoras. El gran matemático del mundo antiguo. —

— Yo les conté acerca de el en la escuela. Recuerda? —

3

510 años antes de Cristo. Crotona. Antigua Grecia

El rugido de la muchedumbre bajo las ventanas se hacía más amenazador. Pitágoras abarcó con la mirada el rostro preocupado de algunos alumnos. Se alisó la barba blanquecina por las canas y, conservando la dignidad, salió al balcón. Abajo, decenas de antorchas, temblorosas en manos inseguras, peleaban contra la densa oscuridad de la noche. Toda la plaza de la famosa escuela de matemáticas estaba llena de una turba enfurecida. La gran casa, en la cual vivía Pitágoras con sus mejores alumnos, y también el palacio del gobernante de la ciudad de Crotona, estaban rodeados por el pueblo indignado. Se habían colocado barricadas en el interior de las puertas del edificio, pero era dudoso que fueran un obstáculo serio para los insurgentes.

Viendo en el balcón al ciudadano más influyente de la ciudad, por un momento, la turba hizo silencio.

— Que quieren Uds? — preguntó el matemático.

De la masa negra, embriagada por el vino, salió una persona obesa en túnica ancha con adornos plateados en los hombros. Entre los dobleces de la túnica se observaba un gran kinyal.

— Justicia! — gritó el susodicho. — Tu, Pitágoras, y tus alumnos, viven en comodidad, y nosotros trabajamos para Uds. —

— Uds. viven con lujo y nuestros niños mueren de hambre. Ustedes no saben lo que es trabajar y, nosotros, descansar, solamente en sueños.

A Pitágoras le pareció esa voz y esa agresividad vagamente conocidas.

El matemático quiso objetar, pero él estaba acostumbrado a trabajar con cifras exactas y afirmaciones claras, las cuales se necesitaba demostrar o contradecir. Por eso sólo sonrió.

— Dices disparates. Nosotros también trabajamos. —

— Ajá! — Se oyeron carcajadas entre la turba — Miren, él trabaja!

— Muéstranos los callos en tus manos!

— Nosotros producimos lo más importante. Conocimientos! — Precipitadamente gritó Pitágoras.

El que dirigía el populacho agarró la palabra en el aire. Las antorchas dejaron ver su rostro distorsionado por la maldad.

— Uds. convierten sus conocimientos en misterio! Son altivos y se escabullen. Ninguno de nosotros sabe que hacen detrás de esas paredes. Su hermandad se aisló del mundo. Como utilizan los misterios conseguidos? Que ritos realizan? A que dioses veneran? Exigimos respuesta! —

— Respuesta! Respuesta! — gritó la muchedumbre.

Cientos de ojos resentidos taladraron a Pitágoras. Se les veía con impaciencia codiciosa, como si vieran manjares a través de una reja.

— Al número — exhaló el matemático, y viendo, que, no lo escucharon, con pasión gritó.

— Nosotros veneramos al Número!

Quiso explicar la grandeza y el poder de la más exacta majestad, pero la muchedumbre lo calló.

— No hay tal Dios! —

— Se burla de nosotros! —

— Aprendió a contar, para robarnos! —

— Silencio! — Agitó con sus manos el rufián que dirigía. Se sentía que, de toda la chusma reunida, era el único que sabía exactamente que quería.

— En la última salida de nuestro ejército, con su propia sangre, obtuvieron una dura victoria. —

— Los ciudadanos los apoyaron con lo que pudieron. Regresaron con un gran botín. Y donde están estas riquezas?

El maleante, con la mano levantada, se volvió hacia la muchedumbre callada.

La gente, sin respirar, esperaba la respuesta. Haciendo una pausa, levantando un dedo, con ira, y apuntándolo hacia el matemático.

— Lo tomaron todo y lo dividieron entre el gobernante de la ciudad y la hermandad de Pitágoras. Y a la gente sencilla la dejaron otra vez, sin nada. Es justo?

— No! — gritaron cientos de voces.

— Quién es el culpable? —

— Él! —

— Que se debe hacer? —

— Que muera! Que muera! —

La gente, agitando amenazadoramente las antorchas, se acercaba a las paredes del edificio. El ruido de la muchedumbre no dejaba responderle. Pitágoras se dirigió a uno de los estudiantes

— Abandone el balcón, alumno. Usted sólo los enfurece más. —

Pitágoras se metió en la habitación. El rufián con túnica y adornos plateados lo siguió con la mirada triunfante.

— Quién es el que dirige a los locos? — preguntó el matemático.

— Silón. Hace muchos años usted no lo recibió en la hermandad. Él desarrolló odio hacia usted. —

— La envidia negra es capaz de convertir un muchacho con mala suerte en un malhechor vengativo. — Sacudió la cabeza con tristeza Pitágoras.

— Donde está el gobernador? Por qué no viene a nuestra ayuda? —

— Se fue en la mañana con sus guardias. En el palacio sólo queda la servidumbre. —

Gritos aislados afuera se fusionaban en un zumbido iracundo de un mar que se levantaba. En el balcón cayó una antorcha prendida. El más joven de los alumnos rápidamente la tiró de nuevo a la calle y volvió con Pitágoras. Sus bellos ojos estaban horrorizados.

— Están prendiendo las paredes del edificio. — Con miedo informó el joven.

Con una mirada triste el matemático dijo pensativamente:

— Lástima que no lo lograré. —

— Maestro! Nuestra casa se incendia. —

Pitágoras miró lentamente al asustado joven y con palmadas paternales en el antebrazo le dijo:

— El pánico es mal consejero, amigo mío. Vamos donde los hermanos. —

Por la ancha escalera bajó Pitágoras hacia la cómoda sala grande donde lo esperaban más de una veintena de alumnos preocupados. Entre ellos había tanto jóvenes de quijada lampiña como hombres maduros con tupida barba. Por muchos años Pitágoras escogió a los más talentosos y los introdujo al maravilloso y misterioso mundo de los números. Ellos vivieron como hermanos y obtuvieron resultados excelentes pero fueron incapaces de llevar esos conocimientos afuera de la escuela. La belleza descubierta y lo grandioso del mundo matemático lo guardaban como objetos invalorables en el santo altar de la ciencia. Con ayuda de los resultados obtenidos construyeron un modelo del mundo circundante y no quisieron presentar al público un trabajo inconcluso. Sin embargo hoy se destruía ese sistema.

El matemático se detuvo en el penúltimo escalón. Desde ahí el sería visto y oído mejor.

— Hermanos — Pitágoras se dirigió a los presentes. — muchos años nos hemos inclinado a su majestad El Número. Y gracias a nuestra perseverancia y paciencia hemos descubierto no pocos y asombrosos misterios. Entre ellos hay grandes, y con los cuales se puede mejorar el mundo que nos rodea. Cuidadosamente los guardamos y sólo los trasmitimos entre nosotros. Muchos envidian nuestros conocimientos. La envidia se traga sus pequeñas almas, nos temen, y por eso nos quieren destruir. Ustedes escuchan como arden las paredes de esta buena casa que siempre nos ha resguardado. Aquí nos ha visitado la iluminación. Aquí construimos una atmósfera donde el mismo aire estaba lleno de números y fórmulas. Los respiramos y nos deleitábamos con ellos. Pero hoy les ordeno que abandonen esta casa para siempre. Traten de salvar nuestros manuscritos, salvarse ustedes mismos y dispersarse por todos los rincones de la gran Grecia. Llegó el momento de compartir nuestros conocimientos con la sociedad. De ahora en adelante Uds. no son alumnos sino maestros. Nuestros éxitos en las matemáticas no deben ser destruidos! —

Se oyó un murmullo de preocupación en la hermandad.

— Maestro, con quién se irá Ud. —

— Ya estoy viejo y me quedo aquí. —

— Pero Maestro…

— No tienen tiempo! Apúrense! Dispérsense por la casa y salgan por diferentes ventanas. Alguno de Uds., sin falta, saldrá. — Pitágoras, con un gesto, detuvo los murmullos.

— Y recuerden mi último gran problema. Aquellos, que queden vivos, deberán hacer los mayores esfuerzos para resolverlo. Si ustedes no lo resuelven, pásenlo a sus estudiantes. Este problema hay que resolverlo. —

En un rincón de la sala se prendió una cortina, el fuego se extendió a la pared y alcanzó el techo.

— Ya es hora! Corran! — agitó la mano Pitágoras.

Esperó, hasta que los alumnos apresurados abandonaron la sala y se dirigió a su habitación en el ala derecha del edificio. El viejo matemático cerró completamente la puerta, tapó la rendija inferior con una cobija y se sentó a la mesa. Le quedaban algunos minutos para dedicarse a su amada actividad. En los últimos días yacía en su mesa de trabajo la fórmula de su más famoso teorema:

a2 + b2 = y2

en cualquier triángulo rectángulo la suma de los cuadrados de los catetos es igual al cuadrado de la hipotenusa. Abajo estaban escritos tríos de números enteros que satisfacen la fórmula y a la cabeza de ellos el trío más bello de todos: 3, 4, 5. Estaba también la asombrosa combinación: 99, 4900, 4901. Sus alumnos llamaron a estas combinaciones las triadas pitagóricas. Pitágoras desarrolló un método para hallar tales tríos y demostró que había un conjunto infinito de ellos. Pero en esa ecuación si, simplemente, se cambia el exponente 2 por 3 todo cambia de una manera insondable. El problema se convierte en un problema archicomplicado. En el último año Pitágoras no había podido hallar ni una sola combinación de números enteros positivos que satisficieran la ecuación de tercer grado. Ni sus alumnos más adelantados pudieron enfrentarlo. Un problema que, a primera vista, es muy simple, no se le dio a nadie.

El gran matemático se hundió en meditaciones. Con gran pasión él quiso encontrar esas misteriosas combinaciones de cifras para completar su vida y disfrutar de una nueva victoria de la razón sobre el mundo secreto de los números.

La habitación se puso caliente, ya se colaban delgados hilos de humo, pero el sabio sólo se cubrió la boca con un paño delgado, empapado en vino. El siente que la solución está cerca, en el aire. Bajo la presión del fuego chasquea la puerta y las llamas irrumpen en la habitación alcanzando con tentáculos amarillos la mesa y la silla bajo Pitágoras. El matemático se estremeció. Pero no se estremeció de las llamas que ya alcanzaban su ropa, sino de la idea extraordinaria que, como un relámpago iluminó su mente.

Y si, de repente, él busca algo que no existe? En efecto, los resultados negativos en matemáticas también pueden ser muy valiosos.

No hay tales números enteros! Precioso resultado!

Rápidamente escribe rigurosas fórmulas que demuestran su idea. Toma el manuscrito y se dispone a salir de la habitación. Estos nuevos resultados no deben desaparecer, está obligado a salvarlos!

Se lanza a la puerta pero ahí respira aire muy caliente y entonces se dirige a una ventana. Ya está agarrando el borde, la salvación! Pero, en ese momento, cae una viga encendida sobre su espalda que lo hace caer. Trata de levantarse pero sus piernas no le responden.

Y entonces Pitágoras se tranquiliza. Cierra los ojos sumido en la alucinante Belleza de su demostración genial. El fuego ya lo toma pero la felicidad que invade su espíritu es mayor que el dolor del cuerpo en llamas.

El gran matemático muere absolutamente feliz.

4

El sorprendido oficial Strelnikov se reprendió a sí mismo. Donde estaba la capacidad de observación que le alababan los colegas? Como era posible que el no reconociera, en esa viejita con personalidad y mirada aguda e inteligente, a la severa, pero no común, profesora de matemáticas de la escuela especial? Como se podían olvidar sus alegres decires: “dos por dos — cuatro” y “dos por dos — cinco”? El primero, aprobatorio, acompañado de una sonrisa; el segundo, reprobatorio, con una mirada regañona.

Todavía joven, Vishnevskaia no se preocupaba por las canas tempranas y no se pintaba el pelo. En aquellos años la escarcha plateada ganaba espacios en los rizos negros de la joven mujer, pero ahora podía declarar la victoria total.

Pero hay que ser justos; las canas no la estropearon. La ropa y el maquillaje a la moda de Valentina Ipolitovna la distinguían de sus colegas, adultas también. Pero su fuerte cojera unida al intelecto poco común y su intolerancia a los errores de los demás ahuyentaron a los posibles pretendientes. Siempre estuvo sola y ahora no tenía un anillo matrimonial en su dedo anular.

Valentina Vishnevskaia se lastimó gravemente la pierna izquierda en un accidente automovilístico. Inclusive los médicos consideraron la amputación, pero se encontró un cirujano traumatólogo que hizo magia con su pierna y la pudo reconstruir, sólo que quedó un poco más corta que la pierna derecha sana. La traviesa quinceañera Valia Vishnevskaia de una belleza floreciente que era se transformó en una pobre cojita. Sus compañeros de escuela la rechazaron. Algunos descarados, de vez en cuando la abordaban, pero con un único fin. Contaban con que una muchacha con un defecto sería más acomodaticia y no se resistiría si ellos “fuertes y bellos” la llevaran a la cama. Y sucedió que Valia le creía a un desvergonzado de esos, y se entregaba ciega y desinteresadamente, sólo para después pasar por una amarga decepción. El desgraciado no se preocupaba por ser afectuoso ni cariñoso, porque, sinceramente creía que le hacía in favor a la cojita y ahora podía usarla cuando quisiera. Entre ellos se contaban sucias historias de ella y la llamaban la pobre lisiadita. Eran sobre todo tipos simplones los cuales habían sido rechazados por las muchachas bonitas y arrebatados por la ira del complejo de inferioridad, se convertían en pequeñas criaturas inmorales.

Después de terminar el instituto pedagógico y harta de aquellos infelices, Valentina Vishnevskaia ya no creyó más en ningún hombre y evitó, en lo sucesivo, cualquier muestra de atención de su parte. Los sueños de que un bello príncipe la sacara de la tortura de su cojera con un dulce beso, quedaron en el pasado. La almohada ya no se mojó más con las lágrimas juveniles y Vishnievskaia se concentró en su trabajo. No en sesudos artículos ni en una carrera científica, sino en su trabajo cuotidiano de maestra escolar de matemáticas. Se dedicó a buscar interesar, asombrar, capturar a los alumnos en el estudio de su más amada asignatura. Como también al autoestudio, enfocándose, sobre todo, en la variedad de manifestaciones de las leyes de la ciencia en la vida corriente. Principalmente le atraían esos misterios científicos no resueltos. Generosamente compartía los conocimientos adquiridos y con frecuencia se salía del programa escolar, lo cual suscitaba regaños en los consejos de clase y miradas entusiasmadas en los alumnos de su curso.

Es difícil decir en que hubiera terminado la joven y rebelde maestra en esa escuela soviética, si no hubiera sucedido que la madre de uno de los alumnos compartiera dudas sobre eso con una de sus amigas. Esta última averiguó detalles de la maestra rara y le contó a su padre, director de la mejor escuela, que había en Leningrado, especializada, con inclinación a las matemáticas. El experimentado profesor pidió referencias, asistió a clases de la maestra, y pronto, Valentina Ipolitovna Vishnevskaia fue trasladada a su escuela. Ahí había profesores eruditos y apasionados, también con enfoque no común en la enseñanza.

Valentina Ipolitovna se arregló el elegante pañuelo en el cuello y se acercó a Strelnikov que continuaba, confundido, frente al retrato de Pitágoras.

— Usted, Viktor, estudió en nuestra escuela hasta el séptimo grado, después pasó a una escuela corriente.-

— Si, Valentina Ipolitovna, usted tiene buena memoria. —

— No me quejo, inclusive recuerdo sus errores en los exámenes.–

— Eran tan interesantes? —

— No. Simplemente los otros alumnos no hacía tantos como usted. Lo recuerdo bien. Hizo bien en cambiarse de escuela. — La ex-maestra sonrió ligeramente.

Strelnikov carraspeó confuso, como si se sintiera en el salón de clase.

— No fui yo. Usted se lo recomendó a mis padres. —

— En serio? — La mujer torció significativamente los ojos, como si se dirigiera a un alumno en clase. — Y usted se lamenta de eso? —

El oficial sonrió y sacudió la cabeza. Con la vista recorrió de nuevo los estantes de libros y el retrato de Pitágoras, se irguió de nuevo y dijo:

— Volviendo a su pregunta, Valentina Ipolitovna, con seguridad puedo afirmar que el ciudadano que vive aquí se dedica a las matemáticas. —

— Como dos por dos es cuatro. —

El policía se ruborizó al escuchar el olvidado decir de la maestra.

— Se llama Konstantin Denin. — continuó Vishnevskaia. — Él es 5 años mayor que usted y fue uno de los mejores estudiantes de la escuela. Usted entiende que significa eso? —

— Déjeme adivinar. Usted no recuerda ningún error de él en sus exámenes.

— Pero recuerdo lo bello que resolvía los ejercicios. —

— Si, cada quien tiene sus recuerdos. —

— Es mejor que el olvido total. Blanco-negro es preferible a lo sucio-opaco. –Lo tranquilizó la experimentada pedagoga.

— Usted era un muchacho muy inquieto, y ahora! Un oficial superior de la policía, detective! Reconozco que siempre envidié su profesión. Hubiera nacido hombre, sería su jefe. — La anciana suspiró y en ese suspiro se sintió, efectivamente, una frustración.

El oficial de policía recordó sus deberes y preguntó:

— Donde trabaja Konstantin Denin? —

— En los últimos tiempos en ninguna parte. Es decir, si trabaja, pero en casa.-

— En casa? — Strelnikov se interesó en esta información. — No me diga que no hay lugar donde valoren a los genios. —

— Viktor, ser genio es difícil. — La maestra disimuló no haber captado la ironía en las palabras del policía. — Para ellos es diferente lo que es el éxito y la felicidad. —

— Eso no me gusta. Si Danin no trabaja, quiere decir que, en el momento del asesinato pudo haber estado en el apartamento. —

Vishnevskaia miró al oficial con escepticismo.

— Creo que es una hipótesis incorrecta. Como dos por dos es cinco! —

— Esconde usted algo? — Con cierto disgusto preguntó Strelnikov. — Sofía Evseevna dijo algo de su hijo cuando regresaba a su casa? —

— No. No dijo nada de nadie. Se apuró por su monedero. —

— Y el monedero, por cierto, está en su lugar. — Entre dientes dijo el policía. La convicción profesional volvió a él. — Pasa con frecuencia que un asesinato sucede en una pelea familiar. —

— Ellos no pelearon! —

Con condescendencia, el policía miró a la anciana. Él hubiera podido contarle acerca de las miserias que se esconden en las familias bien y como salen a la superficie en la forma de esos estúpidos homicidios.

La puerta de entrada se abrió y entró alguien. Strelnikov se tensó, se pegó a la pared e inmediatamente llevó su mano a la funda. Sólo había dos posibilidades, era de nuevo la médico de primeros auxilios o era el principal sospechoso. La ex maestra se inquietó cundo vio la mano del policía.

Un hombre delgado y despeinado, con una temprana calva, entró en la habitación. Sobre su rostro alargado había unos grandes anteojos de plástico.

Una barba escasa mostraba que la última vez que se había afeitado, y muy irregular, de paso, era tres días atrás. Un viejo sweater estirado y pantalones, que no veían una plancha hacía tiempo, con salpicaduras sucias en la parte baja, completaban el retrato de un hombre de mediana edad al cual le faltaba el cuidado femenino. El hombre entró a la habitación, miró al piso, y sólo se dio cuenta de los presentes cuando Valentina Ipolitovna lo abrazó y le dijo. — Hola Kostia, a tu mamá le sucedió una tragedia. —

Konstantin Danin se detuvo en el medio de la habitación y, con preocupación, dirigió sus grandes ojos marrones al desconocido Strelnikov que lo miró con expresión fría.

— Sus documentos, por favor. — Secamente le exigió el policía.

— El pasaporte está ahí en la gaveta. — El confundido Danin señaló a un lado de la mesa.

— Este es Konstantin Iakoblevich Danin, matemático, hijo de Sofía Evceevna. — Lo presentó al policía. — Y este, es el oficial superior Strelnikov. — Bueno, ya se conocieron. —

El policía no compartió el tono amistoso de la pensionada. Ya hojeaba el pasaporte y miraba al extraño matemático. Danin notó el desorden en su escritorio e impulsivamente se lanzó hacia el policía.

— Que pasa aquí? No le permito a nadie tocar mis papeles. A nadie! —

— Ya esto nos incumbe a nosotros. –Cortó el teniente.

— Konstantin, eso estaba así. — Vishnevskaia intercedió. — Los policías no han tocado nada. Algo está mal? —

— Alguien revolvió mis papeles. Mi mamá nunca hace eso. — Nerviosamente los revisó, como si buscara algo. Y de repente rió histéricamente. Las hojas se le cayeron de las manos y volaron al suelo.

— Falta algo? — Con preocupación preguntó Valentina Ipolitovna.

— Sólo tonterías. — El rostro del matemático, lleno de sarcasmo, se volvió al policía. — Que pasa? Que hace usted está aquí?

— En su apartamento sucedió algo triste Konstantin Iakoblevich. Mataron a su madre. —

El oficial de policía se mantuvo atento a la expresión del rostro de Danin. Las primeras emociones pueden decir mucho del sospechoso. Danin como si no comprendiera al oficial volvió su cara a la ex maestra.

— Si, Konstantin, alguien golpeó a Sofía Evseevna en la cabeza. Está muerta.

— Acaso no notó nada cuando entró? — Preguntó el oficial con agudeza.

— Yo? No. — Negó con la cabeza el matemático.

— Extraño. —

— Está en la cocina. — Dijo Vishnevskaia.

La maestra sabía que muchos científicos, cuando se concentran, todo lo hacen de manera mecánica y no notan nada a su alrededor. Danin corrió a la cocina y se encontró con el experto que trabajaba en el cuerpo de la madre.

Éste le hizo una severa señal a Alexei Matykin:

— No dejen entrar a nadie! Ya pisaron suficiente por aquí. —

El joven policía bloqueó el paso con su ancho pecho. Danin se quitó los lentes, se limpió los ojos y regresó a la habitación. El flaco matemático se dejó caer en la silla.

— Debe saber que yo debo hacerle algunas preguntas. — Continuó Strelnikov, con una mirada inquisidora al matemático. El estado en que se encontraba Danin le convenía perfectamente. En este caso es fácil descubrir una mentira. El policía presionó. — Donde estuvo hoy en la última hora y media? —

— En San Petersburgo. — Respondió con voz cansada.

— Eso está claro. Pregunto, donde se encontraba en el lapso — Strelnikov miró su reloj para determinarlo con precisión — de las once y media hasta ahora?

— Paseaba por las calles de San Petersburgo. —

— Salió de la casa al mismo tiempo que Sofía Evseevna? —

— No. Cuando yo salí ella se preparaba para ir al almacén. —

— Supongamos. Para donde fue usted? —

— A casa. —

— Usted tiene una segunda casa? —

— No. Yo salí de casa para volver a ella. —

— La finalidad de su paseo? —

— Cuando uno camina de manera monótona las ideas se ordenan. —

— O sea, salió de manera ociosa. —

— Yo salí a pensar! Que no se entiende? —

— Bien. Quien lo vio durante su paseo? —

— La gente que no sufre de ceguera, con la condición de que yo cayera en su campo de visión y sus ojos estuvieran abiertos. —

— Umjú. Quien puede confirmar sus palabras? —

— Cualquiera, si me recuerda, y puede hablar. —

— Usted pretende burlarse de la investigación? — Se disgustó Strelnikov.

— Yo trato de responder sus preguntas lo más exacto posible. — Tranquilamente contestó Danin.

A la habitación se asomó Simionich. Sus delgados bigotes, los cuales necesitaban cierto cuidado laborioso, reflejaban muy bien su personalidad. El experimentado investigador realizaba su trabajo cuidadosa y minuciosamente.

Simionich evaluó la situación, le hizo una seña a Strelnikov y le susurró algo al oído. Este movió la cabeza con lentitud, como pensando algo y decidió:

— Bien. Ahora tomaremos las huellas digitales, de usted y de usted. — El oficial señaló a Danin y Vishnevskaia.

— Es necesario? — preguntó la ex maestra.

— Esto permitirá responder una cuestión importante. —

— Entonces no me opongo. — aceptó la pensionada.

Mientras el experto imprimía las huellas digitales, el oficial dio una nueva orden.

— Ahora, Valentina Ipolitovna, vamos a determinar, con su ayuda, la exacta posición del cuerpo cuando usted lo descubrió. —

La mujer asintió, apartó el trapo con el cual se limpió los dedos manchados de tinta y fue a la cocina. Sin más preámbulos se dispuso a dirigir al joven oficial con cara de boxeador.

— Voltéela, por favor, cara abajo. Así. Un poco hacia acá. El rostro estaba mirando a la derecha. La mano izquierda encogida, pegada al cuerpo. Por el contrario, la derecha estaba extendida. La palma yacía en el charco entre las flores. Estas rosas se las regalé hace dos semanas, el primero de octubre. Apenas este verano me jubilé. Y todavía algunos alumnos me regalan flores el día del maestro. Yo las compartía con ella. Sofía Evseevna también fue maestra, enseñaba matemáticas en PTU, pero a ella la olvidaron.

Valentina Ipolitovna miró a Strelnikov como reprochándole que él fuera el culpable del olvido de la maestra muerta.

— No se distraiga. — Amablemente le dijo el teniente. — Ponga atención. Ahora está todo como usted lo consiguió? —

La pensionada asintió con seguridad. — Si, exactamente. —

— Y hasta ahora donde estaba puesto el florero? — Se interesó Strelnikov mirando alternativamente a Vishnevskaia y Danin.

— Sobre el refrigerador. — Respondió Valentina Ipolitovna.

— Ajá. Suficientemente alto. O sea que no pudo haberse movido por la caída del cuerpo. — El oficial gritó hacia el corredor. — Simionich, terminaste? —

— Listo. — Respondió Barabash.

— Toma las fotos. —

El experto pidió a todos salir y tomó varias fotos. Cuando terminó, el oficial le preguntó.

— Simionich, que hay de los dedos? —

— En el florero, el cuál es el arma homicida, hay huellas frescas de la mano derecha de este ciudadano. — El experto señaló fríamente a Konstantin Danin.

Una sonrisa de victoria le pasó por la cara a Viktor Strelnikov. Al fin y al cabo no había sido complicado el asunto. Con voz fría como de acero dijo:

— Konstantin Iakoblevich, queda detenido como sospechoso de la muerte de Sofía Evseevna Danin. —

El oficial superior le hizo una seña al policía-boxeador. Matykin se acercó inmediatamente y con puño de hierro le agarró las muñecas al matemático.

— Y eso porque? No tiene sentido! — Se molestó Vishnevskaia. — Konstantin vive aquí y sus huellas van a estar en todos lados.

El policía sintió la mirada de rabia de la ex maestra, pero mostró dureza.

— Llévalo a la comisaría. — Le dijo al colega.

Las esposas cliquearon. Danin, todo el tiempo callado y tenso, mirando al piso, dijo de una manera apenas audible:

— El Teorema de Fermat… por su causa… —

Quiso mostrar algo pero el joven policía lo empujó a la salida.

— Vamos. — murmuró el policía. — Allá vas a hablar paja de teoremas. —

Konstantin casi pierde el equilibrio. Pero logró acercarse a la maestra. Por un momento sus ojos oscuros brillaron detrás de sus lentes gruesos. Y le dijo:

— Ahí no estaba todo. —

— Apúrate! — Groseramente le dijo Alexei Matykin y lo empujó de nuevo.

Salieron y el experto Barabash tomó su maletín y quiso seguirlos pero se detuvo en la puerta, observó la cerradura y sacó un destornillador.

Vishnevskaia, incrédula, acompaño con la vista la figura encorvada del mejer alumno y se volvió hacia el oficial superior.

— No es posible! Yo conozco a Kostia Danin hace treinta años. Él es incapaz de eso. Es inocente. Konstantin sólo piensa en Matemáticas. —

— En la vida hay de todo, Valentina Ipolitovna. — Strelnikov sintió lástima por la maestra. Como muchos ciudadanos comunes, ella vivía con la convicción de que los asesinos y los delincuentes existían en algún lugar aparte de la gente corriente.

— Vamos a sentarnos. Ahora vienen de la judicial y, otra vez, necesitarán su testimonio. Después sellaremos el apartamento. —

— Usted comete un error. No era necesario arrestar a Kostia. —

— Yo hago mi trabajo. El resto debe hacerlo el investigador. —

Sentados en la habitación Strelnikov esperó a que la mujer se tranquilizara y le preguntó:

— Cuál es ese teorema que él mencionó? —

Con asombro, Valentina Ipolitovna levantó las cejas.

— De verdad es increíble. Yo no sé dónde está usted. El teorema de Fermat es el teorema más importante no demostrado en las matemáticas. Las mentes más geniales han tratado de demostrarlo durante tres siglos y medio. Usted no lo recuerda? Yo les hablé de él en la escuela después que vimos el teorema de Pitágoras. —

— Yo recuerdo, que si no hay demostración, es sólo una hipótesis, no un teorema. —

— Sin embargo, Pierre de Fermat, quién lo enunció afirmó que él conocía la demostración. —

5

1637. Toulouse. Francia.

— …y en base a los argumentos presentados yo concluyo que la culpabilidad del acusado está totalmente demostrada. — El viejo procurador terminó su discurso y cansado e indiferente miró al jurado.

Pierre de Fermat, juez principal del Tribunal Soberano del Parlamento de Toulouse, sonrió con condescendencia. Pero ninguno de los presentes notó el leve movimiento de sus labios. Fermat apoyó la barbilla en la palma de su mano y casi cerró los ojos. A su lado parecía que él analizaba las palabras del procurador y gravemente consideraba la suerte del acusado. Sin embargo, si alguien del público hubiera escuchado su voz interior se hubiera horrorizado.

— Y eso es una demostración? Acaso tus delirios se pueden definir con esa palabra tan sublime? — Mentalmente se dijo el juez sobre las palabras del procurador. — Una hora antes esos mismos argumentos llevaron al abogado defensor a las conclusiones contrarias. — Infelices, que saben ustedes de demostraciones? Sólo en las matemáticas, una vez demostrada una verdad, nadie puede contradecirla. La demostración en matemáticas es absoluta! A ella no la amenaza el tiempo, ni razonamientos cínicos de estúpidos como ustedes. En las matemáticas las leyes no cambian con la aparición de nuevos amos y gobiernos y la verdad no depende de la voluntad de un juez. La inmutabilidad de las demostraciones matemáticas es merecedora de admiración al contrario de su verborrea corrupta.

Pierre de Fermat bajó las manos y levantó la cabeza. Todos en la sala, en tensión, seguían al actor principal en el proceso y esperaban el fallo. Y el juez, vestido de juez, sólo deseaba quitarse el incómodo manto y estar en su casa, en su mesa de trabajo, donde lo esperaban los interesantísimos problemas de matemáticas.

— “Ya está bueno de esta tontería” — decidió Fermat y con fuerte y grave voz, emitió la sentencia: Será quemado en la hoguera!

Recogió sus papeles y, rápido, abandonó la sala. La reacción de los asistentes no le interesó. Al fin y al cabo el mundo no será peor si se elimina un delincuente.

Después de cenar se encerró en su cabinete. El brillo de su mirada le daba el aspecto de un depredador escondido en los arbustos listo para caer sobre su presa. En su casa sabían que no podían molestar al jefe de la casa en tal estado. Pierre de Fermat se sentó a la mesa y prendió las velas. Dos luces en los candelabros iluminaron el tomo abierto de la “Aritmética” de Diofanto de Alejandría. Los dedos del juez, amorosamente, pasaban las hojas del libro con mil quinientos años de historia.

En aquellos tiempos los libros y manuscritos se recogían en todo el mundo para la biblioteca de Alejandría. Cada barco que llegaba estaba obligado a entregar los libros a bordo a la biblioteca de la ciudad. El texto se copiaba, la copia se entregaba al dueño y el original se quedaba archivado.

Con la dedicación laboriosa de griegos educados se formó, a lo largo de siglos, la biblioteca más grande del mundo antiguo.

El eminente matemático Diofanto, quien trabajaba en la biblioteca, no sólo reunió todos los logros de aquel tiempo sino que los sistematizó y completó con reglas generales y notaciones. Creó la enciclopedia matemática de trece tomos, la cual ayudó al renacer del interés en las matemáticas en los siglos medios. Los incendios y las guerras destruyeron parte de su trabajo. Sólo se salvaron los primeros seis tomos, los cuales recorrieron un largo camino a través de los países árabes, Constantinopla y el Vaticano, para que en el siglo XVII vieran de nuevo la luz en latín.

Fermat supo del famoso griego a través de sus curiosidades matemáticas. Como un tributo a la pasión de Diofanto, generaciones posteriores escribieron en su tumba el siguiente epitafio:

“Esta es la tumba de Diofanto.

Sólo el sabio te dirá cuántos años vivió.

Por voluntad de los dioses su niñez ocupó la sexta parte de su vida.

Y en la mitad de la sexta parte apareció el primer bozo en sus mejillas.

Pasada una séptima parte con su amada él se casó.

Con ella y otros cinco años, tuvo su hermoso hijo.

Cuando alcanzó la mitad de la vida del padre murió de muerte trágica.

Cuatro años, llorándole, le sobrevivió su padre.

Hasta ahí llegó su emérita vida”.

Habiendo resuelto con gusto el rompecabezas de la edad a la cual murió Diofanto, Fermat se dedicó a ordenar sus trabajos. Ese, a quién se dedicara tal epitafio, no podía haber escrito libros aburridos.

Ahora, en la mesa de Fermat, estaba el segundo tomo de la legendaria Aritmética de Diofanto. Ya hacía dos semanas que había descubierto, entre los ejercicios interesantes, el famoso teorema de Pitágoras. Su solución le había dado una gran satisfacción. En este tiempo Fermat, laboriosamente y con persistencia, ya los había resuelto todos salvo uno. No había podido resolver una ecuación sencilla, la cual Pitágoras, ya había mencionado:

a3 + b3 = y3

Se trataba de hallar, simplemente, los números naturales que satisficieran esa ecuación.

Ya llevaba una semana trabajando en esa ecuación. En cada minuto que le dedicaba surgían las ideas y métodos para la solución del problema. Algunos, inmediatamente, se veían infructíferos. Otros, llevaban a variantes que tampoco conducían a nada.

Apenas ayer, tarde en la noche, se asomó la insomne esposa:

— No vienes a dormir? —

— No molestes, estoy ocupado. — moviendo las manos y continuando en la búsqueda de la combinación de números.

— Es difícil buscar un gato negro en una habitación oscura, — dijo la esposa alejándose.

— …sobre todo si no está ahí. — Terminó el refrán el esposo.

Escuchó su propia voz, como si viniera de afuera, y su rostro se congeló conmocionado. La verdad descubierta parecía paradójica y hasta cínica. Pero considerándola mucho más cuidadosamente y desde diferentes puntos de vista, se dio cuenta porque nadie, durante dos mil años había podido hallar una solución.

— No existe solución! Números naturales que satisfagan esa ecuación no hay y no pueden haber! — casi gritó el aturdido Fermat.

Pero esa afirmación es poco. Las matemáticas sólo admiten una demostración rigurosa sin discusión y sin exclusiones. La pluma se le rompió en la mano, sus dedos mesaban sus cabellos y arrugaban el cuello de la camisa, la llama de la vela temblaba bajo la respiración acelerada. Fermat era todo emoción. En lugar de buscar una solución, había que demostrar que no existía!

El cambio de perspectiva abrió nuevas cortinas a su mente en ebullición. Pierre de Fermat se sintió en shock. Unas cuantas horas de razonamiento no pasaron en vano. Y con los primeros rayos del Sol, atravesando su ventana, se tranquilizó. Después de largo tiempo de sólo muestras, señas y conatos que eran esbozos de una belleza abstracta que se diluía, la verdad tomaba una forma real como piedra preciosa. Encontró la demostración! Le dio vueltas en la cabeza, hizo pruebas desde diferentes ángulos, buscando trucos escondidos, hasta que finalmente se convenció de que la demostración era impecable.

Eufórico, con los sentidos agudizados, y con cada una de las células del cerebro en hiperactividad y con sed de trabajo, Fermat cambió, en la ecuación, el exponente 3 por el 4. En principio, incrédulo miró la nueva ecuación. Se podrá resolver? Unas notas en el margen del libro y comprendió que su demostración servía para este caso también. La ecuación de cuarto grado tampoco tiene solución en los naturales!

La felicidad, en su aspecto más concentrado, cayó, como una catarata, sobre Pierre de Fermat. Pero esto fue una pequeña parte de una gran victoria. Nuevos razonamientos rigurosos lo llevaron a una conclusión inesperada: En todo el infinito mundo de los números naturales no existen tres a, b, y y, que satisfagan la ecuación

an + bn = yn, donde n = 3, 4, 5…

— Si!, Si!, y otra vez sí! — Exaltado por el éxito, en éxtasis se secó las manos, degustó el dulce instante del descubrimiento. — Definitivamente demostré que para cualquier n mayor que dos, la ecuación no tiene solución en los números naturales! Esa es la razón por la cual nadie pudo hallarla desde los tiempos del gran Pitágoras.

El juez francés de provincia y enamorado de las matemáticas tomó su pluma y escribió en el margen del libro la ecuación y la frase, la cual por cientos de años iban a repetir miles de matemáticos, quién, con admiración, quién, con sarcasmo:

“Encontré una demostración realmente admirable de esta proposición, pero el margen es muy pequeño para ponerla aquí”.

Fermat cerró los ojos y abrió su alma a la llegada de la auténtica Belleza. La sensación de esa invisible revelación fue tan hermosa que Fermat pensó: “Aquí está ella, la Belleza exacta de nuestro Mundo. Ahora yo conozco su Gran misterio”.

Y esa mañana una asombrada esposa, notó la genuina felicidad en el rostro de su esposo. Él no había dormido en toda la noche, y se sentía como si hubiera descubierto una fortuna invisible. Ella entró en la habitación con sigilo. La misma mesa, los mismos candelabros, el mismo libro gordo escrito en latín, con incomprensibles símbolos griegos, abierto en una nueva página sin notas en los márgenes.

Y ningunas riquezas!

“Extraño esposo el que tengo — se lamentaba la mujer — Como un niño se divierte con esos tontos problemitas. Menos mal que nadie en la ciudad se da cuenta de eso. Todas estas cosas raras nacen y mueren en esta habitación, entre libros polvorientos escritos en griego y latín”.

6

— Y así, Pierre de Fermat no publicó su demostración. — Suspiró Valentina Ippolitovna. — En aquel entonces eso no se acostumbraba, inclusive entre los matemáticos. Además, tratándose de un juez, eso podía costarle la carrera. Él fue un aficionado genial de las matemáticas. Fermat le informaba a otros matemáticos, en cartas cortas, acerca de sus resultados, y como lanzándoles un reto: repitan mis resultados, si pueden! Apenas en 1670, su hijo publicó en Toulouse, como un homenaje a su no ordinario papá, “Aritmética de Diofanto con comentarios de Fermat”. El sabio tuvo la suerte de que en la primera “Aritmética” los márgenes eran suficientemente amplios. En el libro nuevo, entraron cuarenta y ocho notas de Fermat que contenían una serie de teoremas originales con esbozo de demostraciones y hasta sin ellas.

— Y después? — Preguntó el intrigado Strelnikov.

— Ahí comenzó una competencia no declarada. Los matemáticos, habiendo recibido la nueva información, iniciaron una carrera para confirmar las demostraciones de Fermat. Los teoremas cayeron uno tras otro. Durante años fueron probadas y demostradas todas sus afirmaciones. Pero quedaba una, con la cual no se podía. Aquella, la de números naturales, la cual Pitágoras ya había enfrentado. Por su intransigente dificultad la empezaron a llamar el Gran Teorema de Fermat.

— Usted hace el cuento muy ameno, Valentina Ippolitovna.

— Ya eso lo hacía en la escuela, Viktor, pero por lo que parece, mis palabras, a usted, le entraban por un oído y le salían por el otro.

— A diferencia de Konstantin Danin?

— Oh! Todo eso lo aprendió él en un verano.

— Y el enigma de la duración de vida de Diofanto, seguramente, lo resolvió rápido.

— Así. Y para usted es difícil ese enigma?

— Mentalmente no puedo calcular.

— Es necesario desarrollar el cerebro a cualquier edad, Viktor. Le voy a escribir la formulación del rompecabezas y usted lo piensa en su tiempo libre.

La maestra escribió el epitafio en un cuaderno y arrancó la hoja.

El policía tomó la hoja y humilde preguntó. — No hay una ayudita?

— Para resolverlo basta con escribir una ecuación con una incógnita.

— Si-i. — El teniente se rascó la barbilla y guardó la hoja. — Probablemente Danin y yo nos diferenciamos mucho. —

— Usted es uno, él es otro. Él fue mejor en matemáticas. Su arresto es un error imperdonable. —

— Valentina Ippolitovna, no se preocupe. No es un arresto, es una detención temporal. Yo debí actuar sobre los hechos. Hubo un homicidio, no? Por cierto, me llamó la atención la reacción de usted a la muerte de su amiga cercana. —

— Concretamente, que le llamó la atención? —

— No se vio perturbada. —

— Eso es sospechoso? —

— Yo diría que no es típico. —

— Usted diría que soy cruel? —

El policía calló. Vishnevskaia indecisa se acercó a la ventana y se detuvo dándole la espalda a Strelnikov.

— Pasó mucho tiempo para aceptar la desgracia de mi cojera. Y después de años me establecí una regla: no amargarme la vida en vano. Si sucedía algo irreparable, no había que quedarse en el sufrimiento, había que continuar. —

— Para los policías eso es una norma. Y todos nos consideran duros de corazón. —

La maestra se volvió hacia él. Su mirada era severa de nuevo.

— Cuando sueltan a Danin? —

Strelnikov quiso decir algo pero en el apartamento aparecieron tres judiciales, que lo saludaron ruidosamente.

— Epa campeón! Dicen que ya resolviste el asunto. —

— Hice lo que pude. — Contestó con desgano el teniente y en voz baja a la pensionada — Ahora resolverán los investigadores. —

Y Strelnikov salió.

Después de otro interrogatorio de rigor, Valentina Ippolitovna regresó a su casa completamente decaída. Hacía mucho tiempo había aprendido y enseñado a sus alumnos que no se debía sufrir por lo que ya no se podía arreglar, sino pensar en el futuro. Por eso, acompañando el cuerpo de su amiga Sofía Evseevna no se le veía en una actitud de acuerdo a las circunstancias. Fue grande la pérdida, pero a la amiga muerta ya no la puedes resucitar, pero Konstantin puede ser un inocente sacrificio. Ya fue muy desconsiderado el investigador y sólo hizo preguntas capciosas.

Ahora, Valentina Ippolitovna, con preocupación, sólo pensaba como defender a Konstantin Danin. Él no puede estar en una celda, es un matemático genial, pero es débil físicamente. Strelnikov no quiere tomar la responsabilidad tomando la ley al pie de la letra. A quién acudir? Quién puede ayudar? Tatiana Arkhangelskaia? Pero claro! Ella! Tania conoce a Kostia desde la infancia. Su actual esposo, Félix Basilievich, es una persona con contactos, el mismo le debe mucho a Danin y sin falta lo ayudará.

Valentina Ippolitovna se acercó al teléfono y recordó la primera vez que vio, en sus pupitres escolares, a Kostia, Tania y Felix.

Eso fue el primer día en la nueva escuela especializada. Le asignaron el sexto grado, ese donde los niños ya tienen la magnífica edad para hablarles de los descubrimientos matemáticos importantes. Pero la maestra de primer grado se enfermó y el director le pidió que la supliera.

Cuando Valentina entró al salón los niños hicieron silencio inmediatamente. Todos los ojos infantiles miraron con curiosidad a la nueva maestra cojita. En el primer momento Vishnevskaia no trató de congraciarse con ellos. Al fin y al cabo al día siguiente iba a explicar fórmulas y poner ejercicios más complicados a niños mejor preparados. Pero qué hacer con estos pequeños?

— Ustedes saben sumar, verdad? — cariñosamente les preguntó.

— Si. — Algunos respondieron.

— Entonces hagan esta tarea. Sumen todos los números del 1 al 100. Quien termine primero levante la mano. —

Valentina Vishnevskaia calculó que los niños necesitarían toda la hora de clase para hacer la tarea. Y podría utilizarla para preparar mejor el encuentro con su verdadero curso.

Tania Arkhangelskaia, con sus trenzas sobre los hombros, cuidadosamente sumó uno más dos y levantó la vista del cuaderno cuadriculado hacia Félix Basilievich y Kostia Danin, los mejores estudiantes del salón. Quien resolverá más rápido esa tarea difícil? De eso dependía a quien ella se acercaría primero. El pelirrojo Félix enseguida se dio cuenta que había que utilizar algún truco. Escribió en una columna las primeras tres decenas y notó, que los dígitos del 1 al 9 se repetían en cada decena. Si los resto, sólo quedarán números redondos. Ahora será suficiente sumar sólo los dígitos del 1 al 9, multiplicar por 10 y sumar los restantes números redondos. Eso no es difícil! Feliz por el descubrimiento Félix se mordió los labios y se acomodó en el pupitre. Está en el camino correcto y terminará primero la tarea!

Tania atrapó su gesto exultante. Ella sabía que esto significaba una rápida victoria. Bueno, después de clases, ella lo atraería con indirectas para que la acompañara a casa y le llevara el maletín. Basilievich no sólo es inteligente, sino simpático, pensó la niña, jugando con el lapicero en la boca y miraba de reojo el perfil concentrado de su elegido.

Pero el primero que levantó la mano fue el débil cuatro ojos Kostia. E impacientemente, inclusive, tocó con los nudillos el pupitre para llamarle la atención a la maestra.

— No entiendes la tarea, hijo? — preguntó Valentina.

— Ya la resolví. — con modestia respondió Danin.

— Vamos a ver. — condescendientemente sonrió la maestra y se dirigió a los restantes. — No se distraigan, continúen el ejercicio! El mejor será el que primero resuelva correctamente la tarea. —

Valentina se acercó al niño con el sweater color ratón y el botón superior de la camisa suelto. Seguro que no entendió el ejercicio, pensó. Ahorita le corrijo el error y vuelvo al escritorio. En dos-tres minutos un niño de primer grado no resuelve ese ejercicio.

— Muéstrame el resultado. — pidió la maestra.

El niño le mostró el número: 5050.

Vishnievskaia quedó asombrada. Respuesta correcta! Pero viendo el corto desarrollo de la solución se asombró todavía más. El niño de siete años utilizó la fórmula de Gauss para la suma de una progresión aritmética! Ni siquiera trató de esconder la sorpresa.

— De donde sabes esa fórmula? —

— Acabo de deducirla. —

— Cómo? —

— Sumé el primer número con el último, el segundo con el penúltimo y noté que 1+100 es igual a 2+99, 3+98 y así sucesivamente. Tenemos cincuenta pares cada uno de ciento uno. Multiplicamos y obtenemos el resultado.

— Bien. — La maestra no supo cómo reaccionar a la sorprendente lógica.

— Pero tú tienes ahí la fórmula para el caso general. —

— Yo decidí cambiar 100 por la variable n. De repente a usted se le ocurre que sumemos desde uno hasta mil. — El muchachito trigueño, afeitado al rape, preguntó sin malicia. — Que, hay algún error? —

— No. Todo está correcto, cómo dos por dos es cuatro. — La indefensa Valentina abrió las manos, con la aparición, frente a ella, por primera vez, de la genialidad. — Cómo te llamas? —

— Kostia Danin. —

— Veamos, Kostia. Te voy a dar otro ejercicio. —

Ese día, Valentina Ippolitovna decidió que el sexto grado podía esperar. El primer grado sería suficiente para ella. Y conseguiría el derecho de enseñar a ese niño talentoso.

Y Tania Arkhangelskaia, habiendo conseguido sumar los tres primeros números, miró el rostro decepcionado de Felix y decidió, que hoy él no le llevaría el maletín, sino Kostia Danin. Inclusive se dijo, que sacaría el libro más gordo, para que le fuera más liviano.

Y así, Valentina Vishnevskaia quedó cómo la maestra de Konstantin Danin, y después, su profesor guía. Le tocó esforzarse por su cuenta para estar a la altura del progreso de su alumno y no parar de asombrarlo abriendo nuevas puertas a lo inexplorado. Hacerlo cada año fue más difícil. En los últimos grados ya Valentina Ippolitovna no pudo mantener el ritmo de la infatigable sed de conocimientos de Konstantin. Pero encontró la manera. Se puso a buscar libros de matemáticas interesantes para regalárselos a su insaciable alumno.

La pensionada apartó sus recuerdos y volvió al triste día de hoy. Konstantin Danin se comportaba extrañamente sólo a los ojos de los que absolutamente no lo conocían. Inclusive en las situaciones más desesperadas él pensaba sólo en matemáticas. Que es lo que susurró antes que se lo llevaran?

El Teorema de Fermat. El gran enigma siempre amargó a Konstantin Danin.

Valentina Ippolitovna recordaba muy bien cómo le presentó ese talón de Aquiles de las matemáticas a su alumno preferido.

La lección de algebra en séptimo grado empezó como siempre. Ella tenía una comunicación importante, pero se la reservó, para dar la alegre noticia al final de la clase. No debía distraer a los muchachos, la clase venía en primer lugar, y sin concentración en el trabajo no habría buenos resultados.

Pero enseguida, después del timbre, entró el director, un señor gordo, con cejas gruesas y rostro amable. Con frecuencia visitaba las clases y siempre traía consigo uno de los tomos de la “Gran Enciclopedia Soviética”. El director acostumbraba sentarse en el último pupitre, hojeaba la enciclopedia y, parecía que no seguía la clase.

Cómo siempre tenía un libro gordo en las manos, pero esta vez no pasó al fondo del salón. Se paró frente al pizarrón y con cara de pilluelo y mirada traviesa le dio tiempo a los muchachos para que pensaran cual tarea desagradable les iba a poner. Haciendo una pausa significativa, el director carraspeó y solemnemente anunció que en la olimpiada de la ciudad el alumno Félix Basilievich había ocupado un meritorio tercer lugar.

Todos comenzaron a aplaudir. Valentina Ippolitovna notó como la cola de caballo de Tania Arkhangelskaia se sacudía feliz. Este año la muchacha ya se había convertido en una señorita muy bella, había abandonado las trenzas y, ahora, miraba con admiración a Basilievich. Tercer lugar en esa ciudad enorme era un gran éxito! Hija de un profesor, Tania Arkhangelskaia, a diferencia de las otras muchachas se reunía, sólo, con muchachos inteligentes.

Félix estaba confundido. Tomó el diploma de manos del director y, de reojo, miró a Danin. El recordaba muy bien que se copió una de las soluciones de Kostia. Pero el resto, el las resolvió mejor y esta vez le ganó. Hoy era el vencedor!

Félix Basilievich subió los hombros y asumió un aire digno. El humilde rubor desapareció de su cara y miró con orgullo a sus compañeros de clase. Le gustó estar en el centro de la atención y recibir las felicitaciones. El sonriente Félix estuvo confundido hasta que el director le dio palmadas gratificantes y lo invito a volver al pupitre.

Para cortar el ruido y los murmullos el director levantó la palma de una mano gorda.

— Los alumnos de nuestra escuela ya han obtenido premios en las olimpiadas de la ciudad muchas veces. Esta es una buena tradición. Yo me alegro que ustedes la continúen. Lástima que no obtenemos el primer lugar tan frecuentemente como quisiéramos. —

— La próxima vez Félix ganará el primer lugar. — gritó alguien de la clase.

Basilievich se cortó un poco, pero enseguida decidió que así no debía reaccionar un ganador, y entonces sonrió con orgullo. Inclusive asintió con convicción, prometiendo futuros éxitos.

— Felizmente no necesitamos esperar hasta el año próximo. — continuó el director. Su mirada se paseó por todos los presentes hasta que se detuvo en un modesto muchacho delgado con anteojos grandes. — El solitario primer lugar de la olimpiada matemática de la ciudad este año lo ocupó el alumno de nuestra escuela… Konstantin Danin! Ahora le toca a él defender el honor de nuestra ciudad en la olimpiada nacional. Lo felicito y juntos vamos a desearle próximos éxitos. —

Tatiana Arkhangelskaia, como todos, puso sus ojos en Danin. Su boca se abrió por el asombro y sus grandes ojos pardos brillaron de genuino éxtasis.

Junto con el diploma de honor, el director entregó al vencedor de la olimpiada una enciclopedia matemática. Justamente, la que trajo hoy a la clase.

Por su parte Valentina Ippolitovna regaló a cada uno de los excelentes estudiantes un pequeño libro de la entretenida historia sobre el misterioso Teorema de Fermat.

7

Un Sol brillante. Y puede ser que llueva. Que importa, si el armónico mundo de las fórmulas lo cubre todo!

Habiendo llegado a casa de la escuela, Kostia Danin, el alumno de séptimo grado, saca del sobrecargado maletín el gordo tomo de la enciclopedia matemática, sus libros y cuadernos, el bello diploma y los tira en el diván. Esos no le interesan ahora. Entre todos ellos el busca impacientemente, y lo toma, el librito acerca del Gran Teorema de Fermat. Valentina Ippolitovna siempre se las arregla para encontrarle libros entretenidos e interesantes. Antes, la maestra le había regalado libros sobre Pitágoras y Arquímedes. Ambos habían muerto resolviendo problemas matemáticos. Pitágoras murió en el fuego. Arquímedes, atravesado por una lanza de un soldado romano, mientras, aislado del mundo, escribía nuevas fórmulas en la arena. Ellos murieron por sus amadas matemáticas, ignorando completamente el peligro. Estas historias sacudieron a Kostia Danin hasta el fondo de su alma. Hasta dónde pueden llegar las matemáticas que inclusive la muerte no sabría asustar a una persona cautivada por ellas.

Kostia está feliz. En sus manos está un nuevo libro interesante con fórmulas y problemas. Cierra completamente la puerta para alejarse de los olores y el ruido de la casa de vecindad donde vive. El muchacho se acuclilla en el viejo y cómodo diván, el cual le sirve de cama por las noches. Hojea las primeras fascinantes páginas.

En la cocina común suenan las ollas. Cerca del baño, chillan y se pelean vecinas pendencieras. “Quien estuvo lavando fuera de su turno?” “Yo, por qué?” “Que día es tu turno?” “Los martes” “Y qué día es hoy, viernes!” “No es mi culpa que Misha se haya vomitado encima” “Claro que eres culpable! A él le gusta más la vodka que tú!” “Ok. Ahora saco la ropa vomitada al corredor. Hasta el martes! Que todos la huelan!”.

Pero estos ruidos ya no molestan a Konstantin Danin. El mundo exterior está más allá del horizonte. Él se concentra en el mundo misterioso y asombroso de los números puros y las fórmulas elegantes. El experimenta la sensación fabulosa de la emoción de la búsqueda de un misterioso tesoro, sólo que para eso el no necesita navegar a través de océanos borrascosos hacia islas inhabitadas. Las islas mágicas llenas de misterios matemáticos se crean en su mente.

Viajar a través del laberinto de los descubrimientos matemáticos es la tarea más entretenida que se le puede ocurrir. Esto es mejor que cualquier película de guerra o de indios, mejor que el fútbol y mejor que ver muchachas desvistiéndose. Ya en los grados anteriores se dio cuenta que la resolución de problemas interesantes daba más satisfacción que un dulce con un refresco o que un regalo de Navidad. Él sabe que ya, compañeros de clase se besan y abrazan con compañeras. Ellos juran que eso es el mayor premio. Tonterías! Meterse a través de una estratagema de las fórmulas matemáticas y hallar la solución correcta de un problema complicado, es incomparablemente más bello. Cuando esto sucede, de repente todo se transforma en una pintura mágica, y tú lo ves: ante ti, la verdadera Belleza!

Dostoievski lo dijo, la belleza salvará al mundo. Konstantin estaba de acuerdo con el gran paisano. El agudo escritor no se refería a la inestable belleza de la puesta del sol, al esplendor de las flores frescas o a las encantadoras caritas lindas. Todo de lo que se admiran los artistas, rápidamente pierde su lujuria y ya mañana parece triste y viejo. Pero la Belleza fundamental de las grandes soluciones matemáticas brilla eternamente!

Danin no dudaba que era esa inmutable y exacta belleza la que tenía en mente Fiodor Mikhailovich Dostoievski, graduado de un importante instituto de ingeniería donde había estudiado ciencias exactas. Los grandes descubrimientos matemáticos no se marchitan nunca. Ellos le sirven a la gente ya que en la base de todo en el universo está Su Majestad el Número.

Él es poderoso y ubicuo, y los matemáticos, sus felices siervos, que hacen la vida mejor, más cómoda y más bella. Y en agradecimiento a su entrega y diligencia el Número les da Iluminación.

Pasando las hojas Konstantin consume su nuevo libro. Y encuentra el teorema. Está formulado de manera sencilla y es comprensible, aún, a un alumno de quinto grado. Pero de un salto no se le puede abordar. Pierre de Fermat, generoso y previsivo, escondió la demostración. Él le propuso al resto de los matemáticos buscar, ellos mismos, el fabuloso camino a la verdad. No quiso quitarles la satisfacción de su descubrimiento. Al teorema se dedicaron las más grandes mentes.

Konstantin, codicioso, lee la historia que lo atrapa, esperando que, en la próxima página le mostrarán la más bella demostración. Se apura, otra vez, para deleitarse con la limpia y genuina Belleza.

8

Ya en la comisaría, sin contemplaciones con el detenido, Aleksei Matykin le quitó las esposas, le ordenó quitarse el reloj y las trenzas de los zapatos y vaciar sus bolsillos. Konstantin Danin, resignado, cumplió las exigencias del policía aunque no comprendía el sentido de todo eso. Pero la vida, ya hacía hace tiempo, lo había preparado para la humildad. Hay un conjunto de personas que no están en capacidad de comprender los más elementales cálculos lógicos. Y al revés, existen personas que no necesitan entender sus propias acciones.

— Agarraron el delincuente? — Preguntó el capitán de guardia Rizhkov. — Les dije que iban a resolverlo rápido. El golpeó a la viejita? —

— Es el sospechoso. — Gruñó Aleksei.

— Ya se arreglará. Hasta el juicio será sospechoso y allá decidirán. Hacemos los informes? —

— Por ahora una celda. Cuando regrese Strelnikov el decidirá como formalizar. —

— Que es el cliente? Un vago? — Una mirada negligente se paseó por el cabizbajo Danin.

— Bueno, trabaja con la mente. Un matemático. —

— Ahhh… un científico. Esos no vienen con frecuencia. —

Salieron y tras ellos una puerta metálica se cerró con ruido, después se oyó la cerradura. Konstantin Danin se encontró en una pequeña habitación en penumbra y sin ventanas. Temía encontrarse con compañeros de celda desagradables, pero estaba solo, se acomodó en banco de madera y se tranquilizó. El proceso mental que hoy se le estimuló con su paseo matutino se lo arrancaron violentamente. Lo arrestaron por el asesinato de su madre. Que idiotez! En esa afirmación ya hay dos errores: él no es culpable y a mamá no la mataron.

Konstantin nunca entendió porque el poder consigue gente que no sabe las reglas de las matemáticas. Y no sólo los policías. Pídale a cualquier funcionario la solución general de una ecuación cuadrática. Y qué? Pues nada. Una sonrisa complaciente y se acabó. Y sin embargo eso está en el programa de séptimo grado. Por qué antes de defender una tesis de doctorado tuvo que presentar exámenes de lengua extranjera e historia, y para optar a un cargo importante en la administración no hacen un examen de matemáticas? Puede ser que de ahí vienen todos nuestros problemas?

Y con mamá sucedió un desgraciado accidente, decidió Konstantin. El recuerda como yacía. Mamá por mala suerte cayó, y recibió un golpe mortal en la cabeza. Probablemente se estiró hacia el florero, se resbaló y el pesado objeto de vidrio le cayó encima.

Y que hacía ese florero sobre la nevera? Ya le había dicho a la madre que ese amor por las flores era una tontería. Es irracional! Y flores de donde en este apartamento? Seguro que VI las había traído otra vez.

Ya en los primeros grados Konstantin había reducido el largo e incómodo nombre, como carrera con obstáculos, de Valentina Ippolitovna a VI. Por qué la gente tenía esos nombres tan largos? Las variables, en matemáticas, tienen notación corta y clara, y se recuerdan muy fácilmente. Pero con las personas…

A Konstantin siempre le fue difícil recordar los apellidos. Le presentaban a alguien y enseguida olvidaba el nombre de la persona. Ese policía que lo arrestó, dijo su nombre, como es que se llama? No recordaba. Se necesitaban varios encuentros para que el nuevo apellido ocupara una celda de su memoria en su cerebro organizado y no había ninguna garantía que se mantuviera ahí mucho tiempo. Pero fórmulas complicadas y demostraciones tortuosas se instalaban en su memoria de una vez y para siempre.

En fechas determinadas a VI le regalaban flores. Como sucedió este año cuando se jubiló.

El cerebro de Konstantin se negaba a comprender esa costumbre extraña de regalar flores. Ese rito, que alimentaba una industria gigante, por la cantidad de seguidores, ya sobrepasaba cualquier religión en el mundo y se diferenciaba poco de ellas. La gente creía que, de esa manera inocente, hacía bien y le traía alegría a los demás. Para la religión de las flores no eran necesarios iglesias pomposas, libros antiguos y jerarquías imponentes en vestidos dorados. Era suficiente imaginar y cultivar en la gente fechas rituales.

Había días particulares, cuando una parte significativa de la humanidad se volvía loca con eso de regalar flores. Para los trabajadores escolares eran: el primero de septiembre, el día del maestro, los cumpleaños, el 8 de marzo, el timbre de la última clase, cada examen y las vacaciones. Y sucedía que los maestros disfrutaban, particularmente, de los últimos ramos del período floral. Parecía que les gusta observar la muerte lenta de un organismo vivo. Pero Konstantin sabía que la verdadera satisfacción de VI estaba en las soluciones no standard de los problemas matemáticos. El veía como la papelera llena de ramos de flores era apartada y hojeaba con emoción el cuaderno de Kostia con una solución original del problema más complicado del último número de la revista “Quantum”. Y, como consecuencia de esto, la expresión severa de los labios de VI se transformaba en una sonrisa de felicidad.

El par de flores rojas aparecieron en el pesado florero hacía una semana. Y como resultado mamá está muerta y él, arrestado. Como es ilógico todo! Esto es una demostración más de cómo el mundo está diseñado incorrectamente. Todo, menos las leyes de las matemáticas. A los números no los puedes engañar. Ellos, enseguida, muestran el error o confirman la verdad. En la vida corriente, la gente comete error tras error y ni siquiera se dan cuenta. Muchos se fatigan en esfuerzos enormes sin entender sin están en lo correcto o no. Los criterios por los cuales se valoran las acciones, diferentes en diferentes países, cambian con la llegada de nuevos gobiernos y nuevas épocas.

El mundo es imperfecto. Salvo las matemáticas. Sus leyes no se afectan con el tiempo y no dependen de la voluntad de dictadores. Es imposible alterar sus resultados. La demostración matemática es, o correcta, o incorrecta. Y un tercero no es posible. En eso reside su fuerza y su inmutabilidad.

Konstantin Danin miró en las paredes de la celda trazos hechos con las uñas. Algunos de los anteriores “invitados” trataron de decir algo sobre su destino o escribir tonterías: “Lena, te amo”. Que es el amor? Si eso no se puede describir con números. Es el juego siguiente, donde a cada cual se le ocurren las reglas. O, de todos modos, el amor está supeditado a las cifras.

El matemático razonó. Con los números se puede describir el sexo: la continuidad, la frecuencia, la amplitud, la superficie máxima de contacto, el cambio en la respiración y la temperatura del cuerpo en el proceso de los movimientos convulsivos. Eso es curioso, pero es digno de la matemática? Dejémoslo a los sociólogos y los médicos. Él tiene problemas mucho más interesantes.

Sus ojos recorrieron otros trazos. Paredes rasguñadas, que primitivo era. Antes él también trato de escribir todo. En la escuela él siempre tenía rastros de tiza y de tinta de los bolígrafos.

Calculando mentalmente, el repetía los razonamientos en el papel o el pizarrón. Las líneas de fórmulas, se tachaban, se unían, se recortaban para que al final todo resplandeciera en resultado exacto. Pronto se convenció que la escritura era necesaria para decir a otros el proceso de razonamiento. Para el mismo era suficiente el esbozo que inmediatamente reproducía en su cabeza el cuadro ordenado de la demostración.

Con loa años sus notas se hacían siempre más cortas. Creó sus propias notaciones condicionales. Cuando producía una idea, ponía un signo de admiración. Método de solución, dos signos de admiración. Una cadena lógica de demostración, tres signos.

Hoy, en su propia mesa, no vio entre sus papeles la parte relacionada con el Teorema de Fermat. Era un largo manuscrito de muchos pasos en cuyos bordes había unitarios signos de admiración e, inclusive, hasta dobles. En el transcurso de largos años había escrito, en el, diferentes ideas relacionadas con el Teorema de Fermat. Unas lo acercaban a la demostración, otras lo llevaban a un callejón sin salida.

La desaparición de su manuscrito en un primer momento lo disgustó, pero ahora ya no le preocupaba. Ya que él lo sacó del fondo del escritorio, para revivir recuerdos agradables de sus primeros descubrimientos, para después botarlo como innecesario.

Y puede ser que todavía esté en la mesa. Es complicado ordenar esos papeles. Se pierden y se esconden, por eso, todos los resultados matemáticos se guardaban en su cabeza. Y sólo cortas notas, como indicaciones en un laberinto, Danin las ponía en su libreta.

El matemático tocó sus bolsillos. Los meticulosos policías le habían quitado la libreta y el lápiz, junto con las trenzas, antes de llevarlo a la celda. Por cierto, en sus páginas perdidas, al lado de fórmulas escritas en letra menuda, se encontraban, frecuentemente, tres signos de admiración.

Konstantin Danin recordó la singular razón de su paseo matinal de hoy y se sonrió con sorna.

9

El inquisitivo Kostia Danin, de séptimo grado, leía con ansias el libro que le regaló la maestra sobre el enigmático Teorema de Fermat. Decenas de los más sobresalientes matemáticos se habían dedicado a su demostración. Algunos habían avanzado bastante, obteniendo importantes resultados intermedios. Pero quien obtendrá el honor de ser el primero? Quien correrá la cortina del misterio y mostrará al mundo una demostración armónica y ordenada? Esa demostración deberá ser impecablemente hermosa, Kostia no lo dudaba.

El pasaba página tras página saboreando por anticipado el encuentro con la bella solución. Pero en el último capítulo lo esperaba una cruel decepción. La espera fue infructuosa. El libro no tenía la demostración completa del Gran Teorema. Además, el libro informaba que después de varios siglos nadie había podido encontrar la “demostración realmente admirable” del enigmático Fermat.

Al adolescente le costaba trabajo digerir la paradoja. Como era posible que después de tres siglos y medio que la ciencia había alcanzado tales alturas, haber pasado de los carros de tracción animal a aviones a reacción, la división del átomo, la conquista de la luna, una simple ecuación de tres incógnitas no hubiera sido resuelta. Eso contradice el progreso universal!

Las tareas escolares se apartaron. Con valentía ingenua y entusiasmo infinito Kostia Danin decidió buscar la demostración. Efectivamente él, vencedor de la olimpíada matemática de la ciudad a finales del siglo veinte, no posee menos conocimientos que un aficionado a las matemáticas de la provincia francesa de la edad media. Si las solución del enigma fue posible a un diletante, probablemente también lo será al mejor alumno de la escuela especializada en matemáticas.

Y los matemáticos experimentados? Por qué no tuvieron éxito? Seguramente algo no notaron, decidió Kostia.

El prudente Félix Basilievich también vio el libro. Pero a diferencia de Konstantin lo hojeó sin mucho interés, entendió la idea y enseguida miró el final. Entonces el Teorema de Fermat no estaba demostrado! Lo valoran como el más grande enigma matemático. El primero que encuentre la demostración recibirá la gloria y, un premio en dinero.

Félix razonó. Para el, esto significaba la respuesta a su pregunta: cómo actuar, inteligente o con trucos? El adolescente pragmático, ya hacía tiempo, había reducido casi todos sus problemas de vida a esas dos opciones. Inteligente significaba la búsqueda individual persistente con ayuda de sus conocimientos y deducciones. Y, con trucos, significaba la búsqueda de variantes paralelas, con la ayuda de conocidos disponibles y circunstancias escondidas. Justamente así, con trucos, entró en la olimpíada de la ciudad, cuando se copió de Danin la solución del problema más difícil y obtuvo el tercer lugar. Si, contra el Teorema de Fermat se rompieron dientes generaciones de grandes matemáticos, razonó Félix, gastar sus propias fuerzas en la solución no es aconsejable. Conectarse con el genio de Danin y estar siempre a su lado, para que en el caso de éxito, anotarse como coautor. Eso era mucho más efectivo. Entonces será con trucos, decidió Basilievich.

Sin embargo, empujar a Danin hacia el Teorema de Fermat, no fue necesario. El mismo Konstantin se zambulló en el torbellino de fórmulas como en una Fuente viva después de un vagabundeo agotador. Durante unas buenas tres semanas se enterró en cálculos, faltó a clase frecuentemente, le bajaron sus calificaciones e, inclusive, se despertaba en el medio de la noche para escribir sus notas. Pero todas las soluciones resultaron fallidas.

Después de algunas noches de insomnio el decepcionado alumno de séptimo grado debió reconocer que lo alcanzó la misma triste suerte que a cientos de sobresalientes matemáticos. El Gran Teorema resultó inaccesible. VI lo consoló cariñosamente: quien busca, siempre encuentra. Tienes toda la vida por delante. Kostia se puso melancólico, pero de su meta no se apartó. Cambió el impetuoso ardor por el estudio planificado de los éxitos y errores de sus predecesores.

Tatiana Arkhangelskaia, habiéndose convertido de una muchachita angulosa en una exuberante y coqueta señorita, notó con su sexto sentido femenino el chapoteo intelectual del desgarbado Konstantin. Eso la atraía y utilizó cualquier excusa para estar al lado de él. Cuando al final del octavo grado llegó la noticia que un loco roció ácido y dañó un cuadro de Rembrandt en el Hermitage, ella lo arrastró al museo. “Antes que los psicóticos no destruyan todo, debemos disfrutar esas grandes obras de arte” — bromeó.

En la sala de Rembrandt, Konstantin se detuvo ante el sitio vacío de la pared sobre el cual estaba el cuadro “Danae”, e internamente sonrió. Que fácil era destruir la belleza hecha con las manos. El arte es indefenso en las manos de los vándalos. Las pinturas y esculturas deben ser cuidadosamente protegidas. Su valor se calcula en millones y copias exactas se consiguen por algunas monedas. Si no hay bárbaros, de todas maneras el tiempo despiadado no las repone. Y así, los cuadros y los monumentos de piedra, están sometidos a la destrucción. Los siglos y los elementos destruyen todo. Inclusive las siete maravillas de la humanidad no pueden ser protegidas. La belleza de las producciones artísticas es frágil y no es eterna.

Otra cosa son las elegantes demostraciones matemáticas. Su belleza no palidece con los años, las puedes entender o no, pero no puedes destruirlas. Inclusive si quemas un manuscrito con alguna solución, rigurosos razonamientos lógicos quedan en el cerebro de los matemáticos y todo puede ser reconstruido. Algunos geniecitos pomposos, discutiendo una u otra tendencia del arte, no pueden contradecir la veracidad de la demostración matemática. Una vez demostrada una afirmación matemática ya nunca desaparecerá, ya nadie la torcerá ni contradirá. Perecieron, sin dejar huella, seis de las siete maravillas del mundo, destruidas u olvidadas decenas de miles de producciones artísticas que eran grandes e irrepetibles, pero el teorema de Pitágoras ha sido inmutable durante dos mil quinientos años. Su belleza no se opaca. Todas las nuevas variantes de la demostración no hacen sino embellecerla más.

Tatiana Arkhangelskaia se sorprendió de la reacción de Kostia quien normalmente indiferente al arte. Mucho tiempo estuvo frente al sitio de la pintura ausente. En su rostro se reflejaba la lucha entre la oscura tristeza y la radiante esperanza.

“Vamos a la otra sala. Allá están los adornos de oro –, la muchacha lo halaba con insistencia — es realmente bonito”. Konstantin continuó mirando el sitio en la pared y con resignación la siguió. Su convicción de la superioridad de las matemáticas le dio nuevos argumentos.

El arte es contradictorio, pensó. Esta insuficiencia no la tiene la reina de las ciencias: las matemáticas. Cuando se quiere subrayar el extraordinario valor y belleza de algo lo comparan con joyas. Brillantes, oro, esmeraldas; en todos los siglos los han alabado y se han inclinado ante ellos. Pero las joyas tampoco son eternas. Su belleza también se puede destruir. Ella es monótona y fácilmente se copia. Por eso es estúpido comparar el teorema de Fermat con un brillante en la corona de las matemáticas. Más bien debería decirse que la más grande piedra preciosa es tan bella como la demostración del Teorema de Fermat. Y con que se puede comparar la belleza de los razonamientos matemáticos? Sólo con la luz del Sol y el resplandor de las estrellas.

Pero inclusive la belleza matemática tiene diferentes grados. Si él, alguna vez, logra demostrar el Gran teorema de Fermat, esta demostración se convertirá en el patrón de la belleza en matemáticas.

Con esta convicción Konstantin Danin abandonó una de las más importantes colecciones de obras de arte del mundo.

En los últimos grados y en el primer año de la Universidad el volvía y volvía al teorema de Fermat. Estudió todos los métodos y errores de sus predecesores y se convirtió en experto de la teoría de números. De vez en cuando le parecía que había conseguido la solución correcta, pero siempre lo eludía de manera traicionera. Pierre de Fermat continuaba riéndose de él, al igual que de cientos de genios anteriores.

Ya, el suficientemente experimentado matemático Konstantin Danin comenzó a inclinarse a la idea que no era suficiente con los conocimientos actuales. Era necesario un salto cualitativo para la demostración del Gran Teorema. Se necesitaba desarrollar un, absolutamente, método nuevo o toda una rama de las matemáticas.

10

En su casa, Valentina Ippolitovna esperaba impacientemente a su antigua alumna Tatiana Arkhangelskaia. Aunque se había casado dos veces, la muchacha no se había cambiado el apellido. Eso no significaba nada para la antigua profesora. Como todos los maestros, recordaba a sus alumnos con sus nombres de la escuela. La maestra entrada en años y la madura alumna mantenían su amistad todavía veinte años después que esta había terminado la escuela. La aguerrida Tatiana había ayudado y bastante a la maestra Vishnevskaia a mejorar sus cualificaciones y eso había influido en una pensión más alta.

Notando que se estacionaba en el patio el automóvil rojo de Arkhangelskaia, corrió a la cocina a preparar té. Sintió a Descartes, el gato, merodeándole por los pies, pero el glotón tenía que esperar. La maestra quería que el encuentro previsto resultara largo y productivo. Ellas juntas debían ayudar a Konstantin.

El timbre sonó y Arkhangelskaia pasó como una tromba por la puerta abierta, se quitó el largo abrigo color cereza y abrazó familiarmente a la pensionada.

— Valentina Ippolitovna, que pasó? Cuénteme! —

Sin poner atención en su aspecto preocupado, Tatiana se veía extraordinaria, como siempre, y mucho menor que sus treinta y siete años. Estaba vestida conservadoramente a la moda: un traje de trabajo de color oscuro neutro, de tiras delgadas, blusa blanca y zapatos bajos del tono de la cartera. El tono castaño de su cabello lograba un buen efecto sobre su ropa de marca. Además, buenos adornos y caros y un perfume bien escogido completaban la elegancia. Su delgada figura sólo era un poquito alterada por un ligero encorvamiento que traía como consecuencia del trabajo escolar en el pupitre.

— Pasa, Tanechka, pasa. Ya preparé el té, el fuerte, con hierbas. —

— No hay tiempo para té ahora, Valentina Ippolitovna. Danin está arrestado. Su madre está muerta. Es horrible! Que pasó entre ellos? Como pudo pasar eso? —

— Entre ellos no pasaba nada fuera de lo corriente, Tanechka, y mucho menos amenazas mortales. —

— Pero lo arrestaron! —

— Es sólo una detención. No te adelantes, vamos a la cocina. Además no puedo estar parada todo el tiempo. Tómate un té, o no te dejo ir. —

Cojeando caminó a la cocina, donde acostumbraba recibir sus huéspedes. Se sentaron a la mesita pequeña que tenía un mantel bordado en casa. El té de jazmín fue servido en tazas delgadas que alguna vez fueron regaladas por Arkhangelskaia, y después del primer sorbo Valentina Ippolitovna, con detalles propios de una profesora de ciencias exactas, le contó los sucesos matinales en el apartamento de los Danin.

— Horrible! — Tatiana sacudía la cabeza y cuando terminó el cuento, preguntó con preocupación: — Y que cree usted? Fue él? —

— Absolutamente no! — Se rebeló la maestra. — Tú conoces a Kostia. —

— Lo conozco muy bien… Cuando está zambullido en sus ideas, no ve ni oye nada. Se puede poner una chaqueta ajena, romper algo, y después no recuerda nada. Y cada año era peor. —

— Pero él no es irascible. —

— Si no se trata de matemáticas. Danin vive en un mundo abstracto, donde los números y las fórmulas pesan más que las relaciones humanas. —

— Eso es el karma de muchos científicos. —

— No diga. Ya tengo quince años trabajando en un instituto de matemáticas y he conocido muchos doctores y académicos. Como Danin ya no hay! Está zambullido en el océano de las matemáticas, se alimenta de él, y los demás sólo esperan que las olas les traigan las sobras de lo que él cree. —

— El ya no trabaja ahí. —

— Por eso me da temor. Ya hace dos años que no lo veo. Como se ve ahora? —

— Como siempre. Flaco, no se cuida. Apartado del mundo. —

— Mira, pues. — Arkhangelskaia saca un cigarrillo delgado de su cartera y, como rogando, mira a Vishnevskaia. — Puedo fumar? —

— Que puedo hacer… — Suspiró la maestra y tomó un cenicero de cerámica que tenía para la ocasión entre los materos con flores.

La joven y enérgica mujer, emitió el chorro de humo, y de una manera elegante golpeó el cigarrillo y se deshizo de la ceniza del cigarrillo.

— En el trabajo dicen, que en los últimos tiempos Danin se ha puesto extraño. — empezó la joven mujer, escogiendo las palabras, pero repentinamente se acercó a la maestra y dijo: — Y algunos dicen que ya se volvió loco. —

— Que significa, se volvió loco? — protestó Valentina Ippolitovna. — Dos veces dos, cinco! — Si el no piensa como los demás, no significa que está demente! —

— Pero que le pasa, según usted? En su mente, ya hizo todas las matemáticas, pero su propia disertación tiene siglos de retraso. Eso lo hacen sólo los “tocados”. —

— En ti hablan resentimientos viejos. Konstantin es un genio matemático, y con eso está dicho todo. —

— Es mejor ser simplemente inteligente. Y práctico. —

— Como tu esposo Félix? —

— Por lo menos, la mitad. —

— Nos distrajimos, Tanechka. — Vishnevskaia sirvió más té.

Arkhangelskaia miró hacia la mesa y sacudió las manos.

— Disculpe Valentina Ippolitovna. Después que me llamó, me apuré y olvidé completamente traer unas galleticas. —

— Primero te llamé al trabajo… —

— Mejor, enseguida, llamar al celular. Yo soy la jefa de contabilidad. No tengo jefes. Usted sabe? De malos matemáticos salen buenos contabilistas., je je. Ahí también hay números, pero sin integrales, ni derivadas. Es verdad que hay otra diferencia. — Tatiana sonrió amargamente. — La contabilidad no da satisfacciones. —

— Te mudaste a la casa nueva? — Como sin querer se interesó Vishnevskaia, pensando en la casa recién construida por Arkhangelskaia.

— Ahora pateo los almacenes. Arreglamos cuentas y puedo pensar en mi misma. Ya trabajo por costumbre y no por necesidad. Me gusta visitar a la gente. Si me quedo en casa, me fastidio. Todos los vecinos tienen cercas, como en Petropavlosk. Nos saludamos a través de los vidrios del automóvil. Si alguien se las echa, ni lo vemos. —

— Piensa Tania, como podemos ayudar a Kostia? — La maestra volvió a la conversación importante. — Él es inocente, para mi es evidente. Discúlpame, pero levantarle la mano a la madre… Además, era maestra de matemáticas, y tú sabes cómo lo emocionaba todo lo relacionado con números. —

— Demasiado lo emocionaba, anormalmente, yo diría. — con énfasis dijo Arkhangelskaia.

— Tanechka, hablas como un fiscal malo. —

— Y necesitamos un buen abogado. Es necesario encontrar uno bueno rápido. —

— Si, se gasta más dinero para que le cambien una condena fuerte por una más suave? La mató porque la amaba! Qué lindo. —

— Que sugiere usted? — Arkhangelskaia comenzó a molestarse. — Yo quiero ayudarlo. Sinceramente. Yo lo amaba.–

Se volvió bruscamente. Buscó en la cartera algo para maquillarse. En sus largos dedos apareció un espejito y una polvera. Para darle tiempo a Tatiana de arreglarse, Valentina Ippolitovna tomó un trapo y lentamente comenzó a limpiar la mesa. — Mira Tania, Tanechka. Tú siempre fuiste muy pragmática, y calculabas quien te era más conveniente. Si eso, ahora, lo llaman amor entonces el mundo cambió fuertemente. Pero efectivamente, tú puedes ayudar a Kostia.-

— Ahora recuerdo un detalle importante. — Dijo, de repente, la maestra e hizo una pausa significativa. Con ese truco, que ya practicaba en la escuela, ella, sin levantar la voz, sacudía hasta los compañeros más soñolientos.

— Cuál? — Tatiana preguntó incrédula, y llevó un nuevo cigarrillo hacia el cenicero.

— Fermat! —

La brasa del cigarrillo tembló y cayeron cenizas a medio camino del cenicero. Y las cejas de Tania se levantaron interrogativamente.

— Cuando se llevaron a Konstantin, el recordó el Teorema de Fermat. —

— Fermat? — Tatiana apagó el cigarrillo y una delgada columna de humo se desvaneció en el aire. La mujer, pensativamente, la vio desaparecer.

— Aquel Gran Teorema de Fermat? —

— Sí. Tu sabes que Konstantin volvía a él a cada rato. —

— Su cerebro siempre estaba ocupado en algo. Que tiene que ver en esto el teorema? —

— Todavía no sé. Pero para todos es evidente que en el apartamento no hay cosas de valor que hubieran sido atractivas para un ladrón. Es por eso que la policía cree que fue una disputa doméstica. Según ellos homicidios parecidos no son infrecuentes entre familiares que viven en condiciones incómodas y apretados. —

— Eso es raro, habría que ver… Y Fermat se menciona ahí? — Dijo Arkhangelskaia.

— Algo que noté, fue que el escritorio de Konstantin estaba desordenado. Cuando entró vio algo ahí y se rio nerviosamente. —

— Valentina Ippolitovna, de otras cosas él no sabe reírse. —

— Después él dijo algo sobre el Teorema de Fermat y yo pensé… —

— Que Danin encontró la demostración y el ladrón se la robó! —

— Y por qué no? — A su vez se extrañó Vishnevskaia. — Tanechka, tu comprendes bien el valor de ese logro.

— Sí.., el premio, la gloria… Pero ninguna de las dos cosas le interesan a Danin. —

— Ahorita no estoy hablando de él. Siempre existieron matemáticos dispuestos hasta vender el alma para conseguir la demostración. O no? —

— Danin no sabe medir el beneficio de sus descubrimientos. Él hubiera podido contarle al primero que se encontrara. —

— Pero eso es importante. — Insistió la maestra. — Los últimos tiempos él no tenía interlocutores. Él se alejó de todo el mundo. —

— Inclusive de las mujeres? — Se le aguzaron los ojos a Arkhangelskaia.

— Eso no lo sé. —

— Pero yo recuerdo, que él, a veces, necesitaba su descarga. Mecánica, pero muy tempestuosa. —

— Eso no tiene nada que ver ahorita. Además… —

Valentina Ippolitovna dudó si decirle a Tania las últimas palabras de Konstantin, pronunciadas sólo para ella: “Ahí no estaba todo”. Ella misma no comprendió eso, por completo. Sólo sintió que esas palabras ocultaban algo importante. Y si lo dijo en un susurro, significaba que no quería que lo escucharan los otros.

— Y que más? — preguntó Arkhangelskaia.

— En la mesa de Danin encontré el libro sobre el Teorema de Fermat que yo le regalé en la escuela. Los otros libros estaban en los estantes. —

— Qué significa? —

— Yo pensé… Por ahora son sólo mis conclusiones… Bueno, en el apartamento estuvo alguien que conoce bien el valor de la demostración del Gran Teorema y era conocido de Sofía Evseevna. Por eso la mató. Cualquier otro hubiera podido empujar a la viejita e irse corriendo.

— Ningún delincuente quiere testigos. —

— No. — Valentina Ippolitovna dijo con convicción. — Un profesional encontraría la manera de no asesinar. Esto fue un amateur. Un amateur asustado. —

— Y que dicen las evidencias? No hay huellas digitales? —

— Evidencias… Encontraron huellas en el florero… de Konstantin. Poreso se lo llevaron. Para ellos es como dos por dos, cuatro. —

— Si usted está en lo correcto, el mismo Danin les explicará sobre el teorema. Y los investigadores hurgarán. —

— Precisamente, eso yo lo pongo en duda. Primero: difícilmente nuestros policías han escuchado algo sobre el Teorema de Fermat. Segundo: al responder preguntas no todo el mundo entiende la lógica de Konstantin. —

— Es verdad. — Los ojos de Tatiana se movieron juguetonamente, como si recordara algo divertido. –Entonces se necesita que usted vaya como traductor y les explique todo. —

— Para eso quiero prepararme bien. Pero necesito tu ayuda. —

— Valentina Ippolitovna, cuando me negué a hacerlo? —

— Quien de tus colegas matemáticos estaba verdaderamente interesado en el teorema de Fermat? —

— Estoy segura, que en su momento, muchos se contagiaron en esa epidemia. — se burló Tatiana. — Pero cuando entendieron que era una liga superior, lo dejaron. —

— Solo me interesan los que conocían bien a Konstantin y a su mamá. Y quien podría cometer algo ilegal por la demostración del teorema. Piensa, a quien podrías señalar? —

— Como lo dice usted. —

— Qué? Acaso entre los científicos no hay gente de poca ética? —

— Si los hay. — aceptó Arkhangelskaia y se puso pensativa.

— Necesito aquellos quienes se hayan encontrado, últimamente, con Danin o su madre. — dijo Vishnevskaia.

— Quizás, entonces, Levon Ambartsumov. Ya estaba con nosotros en la escuela, en un curso paralelo. —

— Recuerdo a Leva. Amaba el dinero y no le gustaba resolver ejercicios difíciles. —

— Sí. Y la demostración del Teorema de Fermat puede aportar buen dinero.– Tatiana, pensativa, prendía y apagaba el encendedor. — A propósito, Efim Zdanovsky me dijo que hacía poco se había encontrado con Danin. Él vive por aquí cerca. —

— Quién es? Lo conozco? —

— Poco probable. Zdanovsky envidiaba a muerte a Danin. Es un mentiroso, torpe y basto. En alguna época trató de hacerse amigo y no excluyo que haya estado en su casa. No me cae bien. Tiene un tic nervioso y es un entrometido. —

Tatiana se puso de pie, se acercó a la ventana y rozó las flores. — Estas nunca me florecieron. —

— Después te explico con qué fertilizarlas. Entonces, solamente recuerdas a dos personas? —

— Hay uno más, quizás, Mikhail Fishuk. Nos conocimos en la universidad. El entendió perfectamente la genialidad de Danin, lo respetaba y todo el tiempo le pedía ayuda con sus trabajos. Si Danin encontraba algún error, él no se ofendía, sino todo lo contrario, se entusiasmaba más. No me gustaba en absoluto, inclusive alguna vez sentí celos por la manera en que miraba a Danin. Era muy inoportuno y resbaladizo. Pero me divorcié de Danin y ya no tuve que soportar la presencia de Fishuk. Pero seguro que siguió frecuentándolo. —

Valentina Ippolitovna se arregló los anteojos y escribió el apellido en una hojita y preguntó:

— Alguno más? —

— No. Son todos. — Tatiana se arregló el moderno peinado y aspiró el cigarrillo.

— Y Félix? —

— Que tiene que ver Félix? — A Arkhangelskaia le tembló la mano y la ceniza cayó al lado de la ventana. Se estiró y desde esa altura miró amenazadoramente a la pequeña maestra. — Félix, hace tiempo, dejó el trabajo científico. Ahora, solamente, piensa en dólares. —

— Se relacionaba con Konstantín? —

— Trató de llamar algunas veces. Decía que los amigos de la escuela no se olvidan. Pero todo eso en vano. Ya eran personas diferentes. —

— Y como te va con Félix? —

— Normal. — Tatiana manoteó negligentemente. — Vivimos mejor que otros. Hoy llegó de España y prometió traerme una sorpresa. Todavía no lo he visto. —

— Oh, te estoy deteniendo. — La anciana maestra golpeó la hojita con los apellidos. — Necesito saber dónde viven. —

— Para qué? —

— Voy a tratar de visitarlos. Comunicarme con ellos. Konstantín Danin compartió el gran descubrimiento con su maestra preferida? Bueno, les hablaré sobre el Teorema de Fermat, para ver su reacción. —

Tatiana Arkhangelskaia miró con admiración a la valiente maestra.

— Usted está decidida a llevar su propia investigación? —

— No…, que te pasa? Que gano yo con eso? — Vishnevskaia llevó una mirada irónica a su pierna coja. — Hablar solamente. Como contigo. Puede ser que me digan algo. —

— Yo sé dónde vive Efim Arkadievich Zdanovsky. Escriba. — Arkhangelskaia dictó la dirección y se dirigió a la salida. — Disculpe Valentina Ippolitovna, pero tengo que irme. Las direcciones de Ambartsumov y Fishuk las buscaré en mis papeles. De todas maneras piense en un abogado. Ahorita son necesarios.

11

Valentina Ippolitovna verificó el número del apartamento en la hoja con la dirección de Efim Arkadevich Zdanovsky y presionó el botón del timbre. Ella había decidido no posponer la visita a un colega de Danin sospechoso, sobre todo porque no vivía lejos. A ella le parecía que un homicida difícilmente podría esconder sus emociones el mismo día del crimen.

La puerta fue abierta por un hombre de unos cuarenta y cinco años, de contextura media y con una barba redonda como las que se le forman a los niños que meten la cara en una torta de chocolate. Estaba vestido con un mono deportivo, de esos, que ya no se encuentran en las tiendas hace diez años y miró a la visitante inesperada con desconfianza.

— Efim Arkadevich? — preguntó sonriendo la maestra y se presentó. — Yo soy Valentina Ippolitovna Vishnevskaia, antigua maestra de Danin. Pasó algo malo con él. Yo quisiera hablar con usted. —

— Y yo que tengo que ver? —

— Usted es buen conocido suyo y trabajaron juntos en el mismo lugar muchos años. —

— Y? —

— Efim Arkadevich, ni siquiera pregunta que le pasó a Konstantin? —

Zdanovsky sintió el regaño. Bajó los pequeños ojos oscuros hacia el escalón y estudió por algún momento los zapatos de la visitante.

— Es obvio. Seguramente se enfermó y necesita dinero para la clínica. — murmuró Zdanovsky, se haló la barba y con la misma actitud que en la frase anterior y como si se sintiera orgulloso de ella, dijo: — Pero yo no tengo dinero, mejor pídale a su exesposa. —

— Acabo de hablar con ella. Pero Danin no está enfermo, Efim Arkadevich. Está preso. —

— Qué? — Incrédulo preguntó Zdanovsky. — Danin, preso? —

Vishnevskaia observó su reacción: “Está actuando?”

— Me permite pasar? —

Zdanovsky se apartó con desgano.

— Bueno… No esperaba visitas. —

— Fima, quién es? — Se oyó una voz femenina desde la cocina.

— Es para mí! Del trabajo! — Efim Arkadevich le mostró la puerta de la sala a la maestra. — Pase. Será poco tiempo. —

El dueño de casa la invitó a sentarse. Era una mesa redonda que estaba en el medio de la sala y se interesó en los manuscritos con fórmulas que había sobre ella. Zdanovsky se apresuró a recogerlos y los puso en el, ya lleno, armario de libros. Era claro que la sala servía también de biblioteca y estudio.

— Valentina… —

— Ippolitovna, — dijo Vishnevskaia.

— Si, si. Valentina Ippolitovna, entonces que pasa con Danin? —

Ahora, el dueño de casa, quería dar una buena impresión. Inclusive trató de sonreír, pero con una barba demoníaca como esa, la sonrisa era helada. Su postura orgullosa hacía pensar que en sus años juveniles había sido buenmozo, pero insensible y altivo. Ahora el viejo sweater del mono deportivo mostraba que los mejores años de Efim Arkadevich ya habían pasado.

Valentina Ippolitovna hizo una pausa observando tranquilamente a su interlocutor.

— Un suceso trágico. Su madre murió. Y arrestaron a Konstantín como sospechoso de asesinato. —

— Acusan a Danin de homicidio? — Zadanovsky arrugó el rostro, como si le hubieran clavado una aguja. Vishnevskaia, ahora podía contemplar su altivo perfil, pero no vio ninguna expresión en sus ojos.

— Tonterías. No. Danin es un debilucho. Bueno… hace tiempo no lo veo. —

— Cuando fue la última vez que se encontraron? —

— Ya le dije: hace tiempo! —

— Si? Usted vive muy cerca de su casa. —

— Bueno, una vez nos tropezamos… No recuerdo cuando. Inclusive hablamos de algo. —

— Sobre qué? —

— Que importa? Del tiempo, seguramente. Su vida no me interesa! — Zdanovsky la miró. — Pero usted, realmente, a que vino? —

— Acusan a Konstantín, injustamente, de un crimen muy feo. Pero él, por supuesto, no es culpable. Nosotros: usted y yo, y todos los que lo conocen, debemos declarar eso a la policía. Danin es un científico excepcional y sólo piensa en matemáticas. Nuestra ciencia no debe perderlo.

— Nuestra ciencia, — Zdanovsky tuvo una mueca de desprecio y de repente explotó. — No tenemos ninguna ciencia y desde hace tiempo! — Sólo hay intrigantes y burócratas metidos en cubículos académicos. De que ciencia habla usted? Ahora el pensamiento científico solo late en occidente. Aquí, hace tiempo lo enterraron. Mire cuantos premios Nobel de Estados Unidos y Europa Occidental, y aquí cuantos? Una sexta parte de la población compuesta de funcionarios deshonestos, una masa de inteligencia gris sin personalidad y una gran cantidad de borrachos y prostitutas. Solo un puñado de valientes, que antes llamaron disidentes, es capaz de informar sobre esto. Y algunos inconformes, que actúan como jesuitas de la patria podrida, alegóricamente hablando, y se creen los nuevos La Fontaine, son todo el desenfreno de mentes en este país enorme. Y usted me viene a hablar de ciencia. —

En el proceso de su discurso tempestuoso Zdanovsky se levantó, anduvo por la habitación y movía las manos. Parecía que Vishnevskaia se afincaba en su callo más doloroso. Este era uno de esos labriegos científicos que eternamente se golpean en el mismo sitio, sueñan con una inalcanzable tesis doctoral y convencidos que alrededor todo está mal.

Inesperadamente Efim Arkadevich se inclinó hacia Valentina Ippolitovna y le susurró:

— Sólo en la FSB queda gente inteligente. Ellos dirigen el país. Si a ellos antes se le ocurrían “prohibiciones” para la prensa, ahora apoyan la apariencia de la pluralidad de partidos y permiten la publicación de artículos críticos para que los trabajadores piensen que viven en un país libre. Eso es lo que comemos y usted dice: Ciencia! Dónde está? Aquí todo el mundo se olvidó de ella. La ciencia se fue a occidente! — Zdanovsky se sentó pesadamente y con rabia movió la cabeza. — Lástima que no me fui a tiempo. Estaría dando clases en una tranquila universidad norteamericana. Y por las noches me sentaría frente a la chimenea con una taza de té, razonando profundamente acerca de las ventajas del sistema fiscal de los republicanos contra el de los demócratas. O lo contrario, dependiendo de quién estaría en el poder en ese momento. Y cada ocho años cambiarían de lugar. Democracia! —

— No son todos. Danin es un matemático de Dios. —

— Y que hizo él? Todos sus trabajos son en coautoría. Es un advenedizo! Cuando vino a nosotros, robó mi idea, pregonó acerca de ella y Basilievich adornó un articulito. Varios años trabajé en el tema y se robó mis resultados! —

— Konstantín no pudo haber actuado así. Él tiene sus ideas, y son más que suficientes. —

— Claro. Apenas cambió para la imagen, para que yo no le pusiera la mano encima. —

Zdanovsky calló. De nuevo sufriendo por una viejo reconcomio. Pasó varios años tratando de resolver un problema complicado, lo cual hubiera sido un trampolín para su carrera científica. Pero el recién egresado de la universidad Danin, jugando, lo resolvió. De este golpe, Efim Arkadevich, como matemático, no se recuperó. En cualquier problema matemático que él se metiera, le parecía, que en la recta final algún juguetón le quitaría su victoria. Y el trabajo no caminaba. Entonces Efim Zdanovsky decidió que tenía el derecho moral de robar los resultados de su investigación al descuidado Danin. Tomó de su mesa papeles con cálculos, y aquel, parecía, que ni se daba cuenta.

Seis meses después Zdanovsky intervino con una exposición en un seminario. Ya estaba preparado para recibir las felicitaciones de sus colegas cuando se levantó Danin. Zdanovsky lo miró con una mirada helada e incisiva. Estaba preparado para resistir decisivamente cualquier acusación de plagio. Sin embargo Danin ni siquiera pensó en eso. El joven matemático informó que ese problema podía resolverse mucho más fácilmente. Y enseguida en el pizarrón delineo la solución efectiva. Los matemáticos se lanzaron a discutir el método nuevo. Todos olvidaron a Zdanovsky, y este debió abandonar el auditórium con la cabeza baja.

Valentina Ippolitovna consideró que había llegado el monto de tirar el anzuelo. Sacó de la cartera el paquete de hojas con fórmulas escritas por la mano de Danin. La pensionada, a propósito, dejo caer una de las hojas. Una vez, hace tiempo, Tatiana Arkhangelskaia la había invitado a la defensa de las tesis doctorales de Danin y Basilievich. Se les fijó el mismo día ya que sus trabajos se complementaban y se continuaban uno al otro. La maestra no quiso presentarse a la defensa ignorante del tema y le pidió copia de las tesis. Tatiana se las trajo. Vishnevskaia puso esos papeles sobre la mesa.

— Konstantín Danin me dio parte de sus manuscritos para que se los guardara. — Susurró con un dejo de misterio. — Él me dijo que si algo le sucedía, le entregara su trabajo a un matemático inteligente y prometedor. Podría recogerme la hojita? —

Los ojos de Zdanovsky brillaron con avidez. Recogió la hoja que se había caído al piso. Valentina Ippolitovna necesitó cierta fuerza para arrancársela de los dedos apretados al dueño del apartamento. Ella puso la hoja en el paquete, lo cubrió con su mano y dijo:

— Esto es sólo una parte de sus manuscritos. —

— Y usted me escogió? — Zdanovsky se tensó, se arregló el mono deportivo y, con aprobación, subió las cejas. — Está bien hecho. —

— No sé si llegó ese momento… Por ahora debemos pensar cómo ayudar a Danin. Y si no es necesario… A propósito, cuál es su especialidad? —

— Ehhhh… bueno… mire… —

— Resulta que, en los últimos tiempos Konstantín volvió a la teoría de números. Él trabajaba en la verdadera demostración del Teorema de Fermat. El primerito sobre el cual escribió el gran francés. —

— Encontró la demostración original de Fermat? —

— Es posible. Yo, apenas, empecé a revisar sus papeles, y algo hallé. A mí me parece que él, especialmente, partió su trabajo en dos. Y a mí me dio la segunda parte. —

— Démela y yo le echo una hojeada. — Zdanovsky estiró la mano hacia las hojas con fórmulas.

— Eso fue hace tiempo. Hoy revisé los manuscritos y en los últimos observé la fórmula de Fermat. — Con negligencia, Vishnevskaia metió los papeles en la cartera y cambió el tema. — Y que dicen del arresto de Danin sus ex colegas del instituto? —

— Yo no fui al trabajo hoy. Reposo médico, sabe. Pero ya estoy bien. Mañana iré. Esos colegas míos son como vampiros. Alguno se alegrará con esas noticias de Danin. —

— Y usted, Efim Arkadevich, podría hablar con los investigadores? —

— Claro. No faltaba más. Las buenas personas siempre se deben ayudar entre sí. A propósito, donde vive usted? Puedo visitarla y ayudarla con los manuscritos. Soy matemático. —

— Eso sería muy amable de su parte, Efim Arkadevich. Yo vivo en el edificio de al lado del de Danin. Apartamento veintiuno. —

— El rojo claro? Con un arco redondo? —

— Alguna vez fue rojo. Ahora es un color aburrido. Después nos hablamos y usted podrá ayudarme. Escriba, por favor, su teléfono. —

— Enseguida! — Le brillaron los ojos a Zdanovsky. Sus intentos de parecer galante en ese viejo mono deportivo podían tomarse de manera cómica. Rápidamente escribió en el block de notas, arrancó la hojita y se la extendió a la maestra. — No se tarde mucho en llamarme. Los matemáticos en Occidente no están durmiendo. Y sólo se premia a los descubridores. No hay medallas de plata y de bronce para los matemáticos. —

— Yo lo llamo. — prometió Vishnevskaia y se dirigió a la salida.

La observadora maestra notó el creciente interés de Efim Arkadevich en los manuscritos y lo inclinado que estaba al encuentro con Danin. Y como recogió, de la mesa, algunos papeles con particular nerviosidad.

Para hacer tiempo, decidió hacer el regreso a pie. El camino desde el apartamento de Zdanovsky hasta el edificio de Danin, la anciana lo hizo en veinticinco minutos. Sin duda, un hombre normal, hasta con reposo médico lo puede hacer en la mitad de ese tiempo.

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