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El craneo de Tamerlan

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Подробнее

Sergey Baksheev
EL CRANEO DE TAMERLAN

La novela

Traductor de ruso: Oscar Zambrano Olivo

Presentación

La maligna energía del cráneo de Tamerlán ha provocado guerras y millones de muertos en la historia. Poseer el cráneo da poder. Al menos, eso cree un montón de fanáticos. El estudiante Tikhon Zakolov tiene una lucha a muerte con varios de esos fanáticos que desean conseguir el cráneo.

1.– Moscú. El Kremlin. 1962

El regordete dedo índice del secretario general del CC del PCUS apartó la pesada cortina. Nikita Sergeevich Khrushchev miró a través de la gran ventana. El cielo triste de ese Octubre de 1962 agobiaba a Moscú. El viento frío arrastraba nubes color metálico desde occidente. Esas nubes gordas trataban de atrapar las estrellas rojas de las puntas de las torres del Kremlin. En cualquier momento podían estallar truenos. Y podía esparcirse la desagradable neblina con ayuda del viento.

Una inestabilidad similar había en el alma del secretario general. De la decisión que tomara ahora dependía la suerte del planeta. En la habitación contigua esperaba la orden el ministro de defensa. El jefe del comando de misiles estratégicos se rascaba las manos de la impaciencia. Ahh, como me gustaría disparar estos cohetes patrióticos, que pusimos en Cuba, a la madriguera del imperialismo, los Estados Unidos de América. Las fuerzas armadas de la gran Unión Soviética estaban listas como el sprinter en los tacos de salida. Los submarinos con sus cabezas nucleares colocados cómodamente frente a Washington, los pilotos en las cabinas de los bombarderos estratégicos se turnaban, las escotillas de los compartimientos de los cohetes balísticos estaban abiertas. Todos esperaban las órdenes del comandante supremo Khrushchev.

En la víspera, el Buró Político había aprobado los escenarios por las provocaciones del adversario. El ministro de relaciones exteriores había preparado un discurso sobre el necesario golpe de respuesta y los embajadores en países amigos habían recibido instrucciones detalladas sobre el tratamiento de la crisis del Caribe.

Pero el secretario general estaba tomando demasiado tiempo para decidir. El esperaba el paquete, de vida o muerte, que le traerían de Samarkanda. Nikita Sergeevich recordaba muy bien las misteriosas palabras de Stalin, dejadas caer, en una de las sobremesas de su estrecho círculo de allegados: “El Talismán de la Guerra, — pronunció en voz baja el bigotudo dueño de la mitad de Europa y de Asia y entonces, con malicia, arrugó los ojos y terminó la frase. — Es el Talismán de la Victoria”.

Con el ánimo caído, Khrushchev se miró la uña mordida. En minutos de nerviosismo le volvía, invariablemente, la costumbre infantil de meterse un dedo a la boca. Con irritación, su mano gorda sostenía la cortina. El secretario general dirigió su mirada al pomposo reloj de piso con el escudo de la Unión Soviética y lleno de piedras preciosas.

Grigori Averianov, general de la KGB, enviado a una misión secreta en Samarkanda, se demoraba en volver. Él debía traer al Kremlin una reliquia temible, una reliquia que tenía una enorme fuerza mística. Si solo la tocara, Khrushchev estaría listo para tomar una decisión, crucial para el país y para todo el planeta: dar la orden a los mariscales impacientes que ya tenían diecisiete años nostálgicos por las acciones guerreras grandes.

Khrushchev levantó la bocina de uno de los innumerables teléfonos que tenía en su escritorio y preguntó:

— Donde está Averianov? — El nervioso dedo del secretario general estaba en una comisura de los labios.

— Nikita Sergeevich, el avión está aterrizando en Vnukovo. — El asistente reportó suavemente.

— Bueno. — suspiró el secretario general y se mordió la punta de la uña.

Con mucha prestancia, Grigori Averianov saltó del avión militar a la pista del aeródromo, sin esperar a que pusieran la escalerilla. El chorro de aire que generaba la gran hélice golpeó al general. El trató de mantener el equilibrio pero, al parecer, la edad le jugó una broma. El cuerpo regordete del general se cayó sobre su lado izquierdo de tal manera que la banda roja decorativa del pantalón se separó de éste y quedó batiéndose en el aire inelegantemente. El general se soltó en una sarta de improperios, que además se le habían acumulado en el corto e inútil viaje a Uzbekistan.

El “Volga” negro dio vuelta frente a la trompa del avión y se dirigió hacia el general que se levantaba sacudiendo, nerviosamente, el abrigo que se ensució. De la puerta del chofer saltó un joven teniente de la seguridad del estado, cuyos rasgos recordaron ligeramente el severo perfil de Averianov y se apuró a recoger la gorra caída del general.

— Donde puede estar ahorita ese maldito profesor? — sin responder al saludo, bramó el general.

— En su sitio de trabajo, en el instituto de paleontología. —

— Vamos para allá. Rápido! — ordenó Averianov y tiró la gorra en el asiento trasero del auto.

— Llamo al grupo de apoyo, camarada general? —

— Tu por quien me tomas, hijo? De este infeliz me encargo yo solo. Averianov no perdona a quienes tratan de engañarlo! —

El automóvil nuevo con placas oficiales pasó sin problema por la alcabala vigilada del aeropuerto y se dirigió hacia Moscú por el camino que estaba solitario. El teniente Grigori Averianov se inclinó hacia el abrigo polvoriento del general Averianov. Preguntarle algo a su padre alterado, después que este había hecho un viaje inútil a Samarkanda, era peligroso. Solo notó que el general sacó la pistola de la incómoda funda y se la puso en la cintura habiendo comprobado el cargador. Después de eso el general, cansado, cerró los ojos. Las preocupaciones se le marcaban en el entrecejo.

2.– Baikonur. La residencia estudiantil. 1979

Tikhon Zakolov observaba, con interés, a la moteada araña cazadora que se preparaba para el salto. A este gran ejemplar, con bandas blancas y negras en el lomo, le venía muy bien el nombre de Zebra Spider. Tikhon había tomado la “cebra” de ocho patas de una pared de un café cerrado que había en la playa del río Sir Daria, y la había traído a la residencia.

Ahora la araña estaba a la expectativa en el travesaño superior de la ventana con la cabeza hacia abajo. Un par de ojos grandes en el centro de la cabeza y otros seis a los lados seguían unas moscas de verano que chocaban estúpidamente contra el vidrio. Apenas una mosca se detuvo en él, la araña se impulsó con dos pares de sus patas traseras y en un vuelo medido cayó sobre la víctima y la prensó con sus enormes tenazas. Los hilos de su tela sostuvieron a la araña cazadora en el vidrio liso.

El flaco narizón de primer año Dmitri Kushnir apareció y, tímidamente, entró en la habitación.

— No te da miedo vivir con ese monstrico? — Se interesó Dmitri, observando como la araña cebra se encargaba de la mosca.

— Es una belleza. — Respondió Tikhon. — Su destreza la puede envidiar cualquier insecto. Esa araña saltadora es una excelente atleta. Esa no construye una red y espera por horas su presa. Ella solo cuenta con su destreza, caza en las paredes y nunca se cae. Imagínate que una persona pudiera hacer esas cosas. A propósito, en América sacaron una película acerca de un hombre araña. En ella lo representan como un héroe bueno. Y eso es correcto.

Tikhon miró comprensivamente a Dmitri. Un par de meses atrás había defendido al muchacho desgarbado de unos malandros borrachos y desde ese momento se ganó el aprecio del buen ajedrecista que era Dmitri.

Cuando llegó al tercer año en el instituto, Zakolov ya se había dado cuenta que no tenía contendientes dignos en ajedrez, ni en el instituto, ni en la residencia. Eran pocos los que deseaban perder continuamente y a Tikhon no le gustaban las victorias fáciles. Dmitri Kushnir era el campeón de ajedrez de Tashkent entre los adolescentes. Para jugar con él, Tikhon necesitaba todo el cerebro. Ese ejercicio intelectual lo excitaba y una victoria difícil lo llevaba a un estado de éxtasis.

Esta vez, en vez de un tablero de ajedrez, Dmitri tenía en la mano un periódico, doblado al tamaño de un sobre. Tímidamente desdobló el periódico y, con un dedo, señaló un artículo grande en la última página del periódico de Tashkent, “Juventud Oriental”.

— Mira, un artículo de mi hermana. —

Bajo la columna: “Lo evidente– lo improbable” se destacaba el título:

LA MALDICION DE LA TUMBA DE TAMERLAN

La firma en la parte inferior resaltaba: Tamara Kushnir.

— Tu hermana es periodista? — preguntó Tikhon ligeramente asombrado.

— Estudia en la facultad de comunicación social de la universidad. Bueno, estudiaba. — Dima añadió, con cierta tristeza. — La expulsaron después de que escribió este artículo…. En cuarto año. Y destruyeron todos los ejemplares del periódico. —

— Todos? — Tikhon señaló el que tenía en la mano.

— Fue el único que quedó. Tamara lo tomó de la tipografía. Hizo mucha bulla alardeándose. El tiraje no salió a la venta. Y destituyeron al redactor-jefe. A la casa vinieron a buscar el ejemplar, pero Tamara consiguió disimularlo y conservó el artículo. Tomaron los borradores que ella había hecho y se fueron. —

— Que hay ahí de sedicioso? Un llamado contra el poder soviético? —

— No! Que te pasa? Yo no entiendo. Léelo tú. —

Tikhon se quedó mirando al muchacho preocupado y se imaginó la figura encorvada como un signo de interrogación. Entonces le propuso:

— Juguemos una partida de ajedrez. Para conspirar. —

— Ajá. Voy a traer el tablero. — Dmitri se apuró a salir, pero cerca de la puerta se detuvo. — Pero, del artículo, tú no le digas a nadie…. —

— No te preocupes…. Cerramos la puerta. —

Tikhon alisó la hoja de papel y se enfrascó en la lectura.

“Yo iba al encuentro de esta persona y no me imaginaba el misterio que me iba a transmitir. Inicialmente me había hecho a la idea de conversar con el conocido camarógrafo de cine, de Uzbekistan, Malik Kasimov, acerca de tomas fotográficas en el frente de la Gran Guerra Patria. Como se arriesgaba la vida, en el calor, en el frío, para fijar el rostro de los soldados en la película cuando iban al ataque, en los sangrientos combates con los fascistas, el instante de las victorias y la tristeza de la muerte.

Sin embargo, desde el mismo principio, la conversación con el camarógrafo, en su casa de Tashkent, cogió otro rumbo.

— Usted sabe que yo pude evitar la Gran Guerra patria? — Con voz triste me preguntó.

— Usted pudo detener una guerra que duró cuatro años y que se llevó la vida de decenas de millones de seres humanos? — Me confundió.

— Si yo hubiese tenido la firmeza y la decisión, la guerra no hubiese comenzado. —

Después de esas palabras tan intrigantes, yo fui toda oídos. Que historia mítica me contó el laureado en arte de la República Soviética de Uzbekistan, y yo no tenía ninguna base para poner en duda sus palabras.”

Dmitri Kushnir regresó con el tablero de ajedrez, comenzó a colocar las piezas pero, de pronto recordó y regresando a la puerta, la cerró con llave.

— Es tu turno de jugar con las blancas. — le dijo a Zakolov y se sentó frente a él.

Tikhon, quien prefería las partidas abiertas, automáticamente movió hacia adelante el peón del rey y continuó la lectura.

“Iosif Vissarionovich Stalin tenía en muy alta estima al genio de la guerra y señor de Asia, el emir Timur, mejor conocido por el nombre de Tamerlan. En su libro de historia, Stalin subrayó que, justamente, los ejércitos del emir cojo vencieron a la Horda de Oro, gracias a lo cual, Rusia, finalmente, se liberó del yugo mongol. Entonces el deseo de buscar la tumba del gran guerrero dominó la mente de varias generaciones de científicos. Pero la decisión de la expedición la tomó Stalin personalmente en el año 1941. Además de los historiadores, lingüistas y arqueólogos que estaban en la expedición, fue incluido el conocido antropólogo Guerasimov. A partir del cráneo de Tamerlan, él debía reconstruir el rostro del gran guerrero.

El grupo expedicionario llegó a Uzbekistan en junio de 1941. Como camarógrafo yo fui con el grupo de científicos. Yo debía filmar todas las etapas del momento histórico.

En aquel momento nadie sabía exactamente donde estaba enterrado Tamerlan. Unos pensaban que él descansaba en su ciudad natal Shakhrizabz. Allá hay un mausoleo, en el cual, todavía en vida del emir, él ordenó construir una tumba profunda. Pero Tamerlan murió durante un recorrido en China en el año de 1405. Y el jefe de la expedición, el académico Kary-Niazov estaba convencido que al emir no lo llevaron de vuelta a su país sino que lo enterraron en el camino en Afganistan. Sin embargo, Guerasimov insistió en hacer las excavaciones en Samarkanda.

Existía la teoría de que Tamerlan poseía una colosal densidad de energía negativa. Su biocampo electromagnético de una fuerza enorme le permitió tomar el poder y, en un corto tiempo, conquistar decenas de países, destruir cientos de miles de enemigos y construir el más grande imperio en los espacios abiertos de Asia. Su poder, al igual que su crueldad, no tenía límites. Con la muerte de Tamerlan la energía desapareció y el enorme imperio se dispersó en kanatos separados. Inclusive a su amado nieto, el inteligente Ulugbek, lo ejecutaron, de manera indigna, cortándole la cabeza.

Pero la energía, por las leyes de la física, no desaparece. Ella se transforma, o….

Con estas palabras, Malik Kasimov, significativamente, señaló con el dedo hacia abajo.

O, los restos de Tamerlan conservaron la gigantesca energía mítica.”

Tikhon Zakolov separó el artículo de sus ojos, ponderó la situación en el tablero e hizo un movimiento con un alfil. Kushnir respondió con un peón y dijo:

— Por ahora nuestra partida repite la partida española del campeonato del mundo entre Karpov y Korchnoi en Baguio. —

— Y ahí, quien ganó? —

— Fue empate. —

— El empate no me satisface. — Y Tikhon movió la reina hacia adelante de manera agresiva.

— Esa jugada está contra la teoría.–

— Nadie lleva arañas a su casa. Y a mí me gusta. —

Con temor, Dmitri miró hacia la araña Zebra, la cual estaba cazando la segunda mosca, y se concentró. Tikhon siguió leyendo el artículo.

“Guerasimov creía en la fuerza energética del gran emir. Él sabía que en 1925, un científico, físico él, había medido un fuerte campo electromagnético alrededor del mausoleo Gur Emir en Samarkanda, el cual, el mismo Tamerlan ordenó erigir en honor de su nieto caído. Muchos habitantes de la localidad contaban sobre fenómenos inexplicables que ocurrían en las cercanías del bello pero inquietante mausoleo. Por eso se decidió empezar las excavaciones en Gur Emir, que además, en la traducción, eso significa mausoleo del Emir.

Durante más de cinco siglos nadie había irrumpido en el santuario del clan de Tamerlan, que comprendía nueve tumbas. Las excavaciones comenzaron el 16 de junio de 1941. Se movieron desde las tumbas más lejanas hacia el centro. Primero, abrieron las tumbas de los hijos de Ulugbek. El 18 de junio removieron los restos del nieto de Tamerlan, el gran sabio Ulugbek. En esto no hubo ninguna duda. Era conocido que Ulugbek había sido decapitado por sus investigaciones científicas. En la tumba, el cráneo estaba aparte y un Guerasimov contento mostraba las vértebras del cuello, cortadas.

El trabajo se desarrollaba lentamente. Las placas de las tumbas eran pesadas, y a veces los cabrestantes no las aguantaban y era necesario mover las lápidas manualmente. A la tumba central, donde se suponía estaba enterrado Tamerlan, se llegó temprano en la mañana del 21 de junio.

Yo estaba grabando con mi cámara y observé en el objetivo un creciente brillo blanquecino parecido a la niebla. No sé qué era, un polvillo o vapor, pero en los días anteriores no había sucedido algo similar. Cuando levantaron la lápida, el lugar comenzó a llenarse intensamente de un extraño aroma, parecido al incienso oriental. Muy acre, pero a la vez, agradable y embriagador. Junto al olor irreconocible bajo tierra se extendía una sensación de ansiedad, y después, la ansiedad se transformó en una escasez de aire. La gente comenzó a asfixiarse. Los obreros hicieron algún movimiento torpe, la loza se agrietó y, repentinamente, se apagaron todas las luces. Mi cámara se apagó sin ninguna razón aparente. Un terror primitivo nos dominó y todos corrimos hacia la salida. El jefe de la expedición se sobrepuso y controló el pánico. Entonces propuso un descanso.

Con las piernas temblorosas todavía salí a la calle y me dirigí al salón de té más cercano. Para ese momento ya todo Samarkanda sabía de las excavaciones en el mausoleo Gur Emir. En la plaza se habían reunido muchos curiosos, la mayoría de los cuales no gustaba de lo que estaba sucediendo. En el salón de té estaban tres ancianos de barba blanca en batas y gorritos característicos de la zona. Uno de ellos tenía un libro muy antiguo y lo trataba con mucho cuidado. Cuando este último vio al joven de pantalones negros de tela suave y camisa blanca, o sea, a mí, cuando yo salía del mausoleo, me preguntó:

— Probablemente tú eres el jefe. Ya tu gente abrió la tumba de Tamerlan? —

— Apenas comenzaron. —

Se levantó y me tomó de la mano. Su frente fue surcada por profundas arrugas y sus ojos mostraron una preocupación genuina:

— Entonces no es tarde para corregir el error. Diles que detengan el trabajo. Los huesos de Tamerlan no deben sacarse de la tumba. Si lo hacen va a comenzar una gran guerra. Está escrito aquí. —

El anciano abrió el libro gordo y desvencijado que tenía en las manos. En una página amarillenta vi una frase en árabe. Mi mamá me había enseñado a leer el Corán y yo comprendí lo que estaba escrito: “Aquel, que toque las cenizas del gran Tamerlan, despertará al Demonio de la Guerra”.

— No toquen a Tamerlan. — de nuevo advirtió el anciano. — Si lo hacen, comenzará una guerra grande y se derramará mucha sangre. —

Yo recordé lo que había sucedido cuando se movió la pesada lápida de la tumba del cruel guerrero y comencé a sentirme mal. El viejo enigmático se me pareció al brujo del cuento cuando le advertía al héroe: — Si te vas a la derecha, pierdes el caballo; si te vas a la izquierda, se te torcerá la cabeza. —

Yo le creí y entonces fui a buscar al jefe de la expedición, Kary-Niazov. Este vino, se rio de los viejos y los llamó ignorantes. Los orgullosos ancianos se fueron. Sus rostros sabios no mostraban insulto, sino tristeza y dolor.

Yo comprendí que se desarrollaba algo irreparable y decidí pedirle a los ancianos grabar con la cámara el libro con la profecía. Yo vi que habían doblado la esquina y en un instante estuve ahí. Pero ya habían desaparecido. Literalmente se habían disuelto en el aire caliente de junio.

Los trabajos recomenzaron para la apertura de la tumba de Tamerlan, y por la tarde, jubiloso, Guerasimov extrajo los huesos de la pierna derecha donde se veía una protuberancia en la rodilla. Habíamos encontrado al Gran Cojo. Enseguida, el antropólogo levantó, cuidadosamente, el cráneo de Tamerlan. Todos callaron. Yo tomé la cámara. Las órbitas vacías del cráneo exudaban una presión fría. Hubo un momento en el cual esas órbitas brillaron. Yo retrocedí y perdí el enfoque. Me pareció que Tamerlan me miró a los ojos y se sonrió burlonamente.

En la radio, en las noticias vespertinas, informaron sobre nuestro descubrimiento, pero fueron pocos los que se alegraron. Por la mañana, en la radio inglesa, informaron de la invasión de Hitler a la Unión Soviética. La profecía del libro antiguo se hizo realidad.

Malik Kasimov bajó la cabeza y se cubrió los ojos con las palmas de las manos.

— Usted realmente cree eso? — le pregunté, tratando de sacarlo de sus pensamientos.

— Por supuesto! Enseguida después del anuncio de la guerra, telefoneamos al primer secretario del partido comunista de Uzbekistan y le contamos sobre las predicciones de los ancianos. Él nos gritó, que debíamos haberlo llamado el día anterior y no dejar a los ancianos desaparecer con el libro y que ahora toda la responsabilidad recaía sobre nosotros. — Kasimov bajó la cabeza y murmuró: — Y yo quise llamarlo en aquel momento pero no me decidí. Pude haber detenido la guerra, pero… —

Yo hice el amago de buscar en mi cartera para que el viejo pudiera, sin que yo lo viera, limpiarse las lágrimas. El viejo se disculpó y continuó:

— Suspendieron la expedición. Guerasimov voló a Moscú con el cráneo de Tamerlan. Después yo trabaje como camarógrafo en el frente. No me abandonaba la sensación de que el dolor y la muerte a mi alrededor sucedía por mi culpa. Nosotros dejamos salir al demonio de la guerra y ahora todo el país paga por eso. Yo siempre estaba pensando como detener nuestras derrotas en los frentes. En 1942 tuve la oportunidad de hablar con el comandante Georgy Zhukov. Yo le conté sobre Tamerlan y le pedí que le comunicara a Stalin que era necesario regresar los restos del gran combatiente a su tumba. Zhukov me creyó. Los restos de Tamerlan fueron de nuevo enterrados en diciembre del año 42. Y enseguida comenzó el contraataque en Stalingrado. Ese fue el comienzo de la gran victoria.

— Pero después de eso, la guerra continuó, todavía, tres años. —

— Yo pensé en eso y, más tarde, encontré la respuesta. —

El famoso camarógrafo de cine se calló y miró hacia un lado. Hizo un movimiento como si quisiera continuar la conversación. Yo aproveché la pausa para tomar una foto como ilustración para el artículo.

Malik Kasimov desaprobó con la cabeza.

— Con esta luz usted no obtendrá una buena foto. —

Después, en la redacción, me di cuenta de que él tenía razón. Rechazaron la foto.

Nos despedimos. Ya en el umbral de la puerta recordé que no tuve respuesta a la última observación.

— Yo creo que usted quería agregar algo. —

Kasimov, de nuevo, empezó a susurrar:

— Me di cuenta de un detalle importante. En 1942 no regresaron todos los restos a la tumba. El cráneo de Tamerlan fue re-enterrado más tarde, a final de 1944. Yo estoy convencido de que el demonio de la guerra estaba concentrado, justamente, en él. Después de eso nuestra victoria ya fue inevitable. —

— De nuevo taparon el ataúd? — enseguida supe que era una pregunta tonta.

El camarógrafo se sonrió enigmáticamente y me hizo atravesar la puerta.

En mi casa y durante mucho tiempo me puse a ver las ilustraciones en el libro de historia. Desde un pequeño dibujo, me miraba el rostro terrible del todopoderoso emir Tamerlan. Rostro reconstruido por el antropólogo Guerasimov, a partir del cráneo hallado.

Sería posible que esa fuerza maligna del conquistador de Asia se conservara hasta después de su muerte?

Y en la siguiente página del libro de historia aparecían unas reproducciones del cuadro de Vasily Vereschaguin “Apoteosis de la guerra”, el cual pintó en Asia Media después de estudiar las guerras de Tamerlan. En el cuadro se representa una enorme pirámide de cráneos humanos y muchos cuervos volando sobre ella.

Yo había visto ese cuadro en la Galería Tretyakov. En su marco se puede leer la frase: “Se dedica a todos los grandes conquistadores: los del pasado, los del presente y los del futuro”.

3.– El Instituto de Paleontología. 1962

El paleontólogo, profesor Alexander Simeonovich Efremov, se movía nervioso dentro de la estrecha oficina. En los vidrios redondos de sus anteojos se reflejaba, o la luz de la lámpara de escritorio, o los ángulos del marco de la ventana. La punta de la barba canosa y bien arreglada le tocaba el pecho con frecuencia y en la frente había arrugas de preocupación.

La razón de la creciente intranquilidad de Alexander Simeonovich fue una llamada telefónica tempranera que lo regresó instantáneamente al lejano año 44, cuando él, junto al, entonces, mayor de la seguridad Grigori Averianov cumplía un encargo secreto para Stalin. Hoy, Grigori Averianov es general y le exigió que lo acompañara en un viaje corto a Samarkanda para un asunto conocido de los dos. Examinando las noticias de los periódicos acerca de la crisis de los misiles en el Caribe entre la URSS y USA y ligándolas con la llamada inesperada, el profesor comprendió completamente. Para no ir, había convencido al general de que estaba enfermo, pero lo tranquilizó diciéndole que no tendría ningún problema en recuperar el Talismán deseado. En eso quedaron.

Pero el profesor sabía que la prórroga que había obtenido era por un día nada más.

Ese era el tiempo que tenía para pasarle el misterio peligroso a una persona de confianza. Los familiares y colegas no contaban, ellos serían los primeros sospechosos. Podía ser una persona casual, pero tal, que no fuera necesario explicarle sobre la terrible fuerza de ese objeto no común. Las ideas se le movían a chispazos. Hacia el mediodía Alexander Simeonovich recordó al operador de cine Malik Kasimov de Uzbekistan a quien había conocido durante las excavaciones en Gur Emir en Junio del 41. Ellos no se habían visto desde aquellos tiempos, pero Kasimov lo había llamado hacía poco desde Tashkent para pedirle una entrevista para alguna revista. Él informó que pronto vendría a Moscú en una comisión e inclusive dejó el número de teléfono del estudio de cine donde iba a estar.

El profesor encontró el papel con el número de teléfono y llamó desde una caseta telefónica de la calle. Mientras llamaban al operador de cine, Efremov, nerviosamente, miraba a todos lados y recordaba, asombrado, la sangre fría que tuvo entonces, en el 44, cuando pudo engañar, él solo, a la todopoderosa KGB. Malik Kasimov se alegró por la llamada y se excusó por no haber llamado antes, pero, hasta el día anterior había estado muy ocupado en el estudio de cine. Alexander Simeonovich le dijo que lo esperaba e hizo mención a un secreto importante y que, por lo tanto, le pedía que viniera solo. Al profesor le convenía completamente que ya hubiera anochecido, porque todos los colegas ya habían abandonado el edificio del instituto de paleontología.

El encuentro no llegó a realizarse. Alexander Simeonovich Efremov se acercó una vez más a la ventana y miró a través de ella cuando oyó el frenazo de un automóvil. Del “Volga” negro brillante saltó un hombre en uniforme de general, el cual miró con rabia hacia la única ventana iluminada que había en el instituto. El profesor retrocedió. Por la mirada de desconfianza característica él enseguida reconoció al funcionario de la KGB Grigori Averianov.

“Rápido, los aviones despegan.” — se dijo el profesor con abatimiento, se retiró penosamente y, cansado, bajó a su puesto de trabajo.

Desgraciadamente, Kasimov se retrasó. Ya todo había terminado. El general llegó antes y en tres minutos estaría aquí. Si el secreto terrible lo obtienen los militares se desencadenará una gran guerra por el dominio mundial. La KGB puede sacarle secretos a la gente. El profesor estaba consciente de que su cuerpo era demasiado débil para resistir mucho tiempo a esos profesionales. Ellos podían exprimirle todo. Y después, la catástrofe mundial! El único chance que había para evitar todo era su propia muerte.

Efremov se acomodó los lentes y entró en agitación. Y si me lanzo por la ventana? Volvió a la ventana y, cuidadosamente, ponderó la situación. No es muy alto. Las probabilidades de morir inmediatamente son muy pocas.

Al otro lado de la calle vio la alta y delgada silueta de Malik Kasimov con la bandolera de la cámara de cine atravesada en el pecho. Él notó al profesor en la ventana y levantó la mano para saludarlo. El cineasta se retrasó solo unos minutos!

“Pronto estará Kasimov aquí. Puede ser una oportunidad!”

El cerebro del científico trabajaba con furia.

“Yo no debo llevarme el gran secreto. Estoy obligado a dejar una pista, con la cual, una mente curiosa puede alcanzar la meta”

Ahora no podía gritar. El profesor hizo gesticulaciones enfáticas hacia Kasimov y se volteó. Los ojos del profesor miraron amorosamente el cuadro que estaba colgado detrás de su sillón. Él mismo lo había pintado justo después de su regreso, hacía dieciocho años, de Asia Central. El cuadro estaba colgado, especialmente, entre otros igualmente extraños, de tal manera, que ninguno se destacaba particularmente. El profesor se alegraba de que nadie comprendiera su pintura abstracta. A la única persona sobre la tierra que él quería explicar su significado hoy, era a Malik Kasimov. Pero no tenía tiempo.

“Todavía tengo unos minutos. No puedo explicárselo personalmente, pero si dejarle una pista.”

Efremov se lanzó hacia los estantes de los libros y tomó el libro que necesitaba. Tomó un lápiz y trazó en la portada unas líneas rectas que se cortaban entre sí. El profesor quedó satisfecho con el gráfico y puso el libro en el centro de la mesa pero antes colocó una nota, con el nombre del cineasta, dentro de él. Después se lanzó hacia la mesita de la laboratorista, hurgó en la gaveta y volvió con una polvera. Alexander Simeonovich la abrió y la puso sobre el libro de tal manera que su amada pintura se reflejara en el espejito redondo de la polvera.

Por los pasillos del instituto se oían las pisadas resueltas de las botas gruesas.

“Tengo que distraer a los vinieron a buscarme.”

Alexander Simeonovich Efremov salió de la oficina. El camino hacia la salida principal estaba bloqueado por dos siluetas oscuras, en uniforme militar, que venían caminando por el pasillo. El anciano profesor se dirigió hacia el interior del instituto. Le dieron la voz de alto, pero Alexander Simeonovich apuró el paso. Él conocía bien la distribución interna de salas y corredores del instituto. Pero en todo el instituto se multiplicaban las exposiciones debido al cierre del museo paleontológico. Enormes esqueletos de animales antiguos ocupaban la galería y la sala central. Esqueletos, un poco más pequeños, se amontonaban en corredores y oficinas. Otros ejemplares colgaban de las paredes y los techos. Todo eso eran genuinos hallazgos recogidos todos estos años durante la existencia del instituto. El mismo Efremov participó, personalmente, en muchas expediciones. Además de esqueletos de representantes de la fauna, se encontraban restos de personas. A veces el profesor se encontraba con un poder energético de esos restos humanos. Pero lo que encontró en el año 44, sobrepasaba, por bastante, lo que había visto hasta ese momento.

El profesor consideró cuidadosamente las oscuras siluetas. Los que lo perseguían, con las armas listas, iban decididos sin poner atención a las figuras expuestas.

— Efremov! Deja de jugar al gato y al ratón! Detente!. — gritó el general de la KGB y pateó la cola de unos huesos antiguos que estaban atravesados en el camino. Los grandes huesos de las vértebras rodaron por el piso con mucho ruido.

A causa del ruido se le contrajo el corazón al profesor. Entonces se dirigió al oscuro y ancho pasillo que llevaba a la puerta de servicio, por la cual, frecuentemente descargaban los hallazgos más grandes. Esa última pequeña esperanza, abrir la puerta y escaparse, le dio fuerzas. Contando con su conocimiento del lugar se apuró en la oscuridad confiando en escapar de sus perseguidores. Pero no consiguió ganar la carrera. No vio una pesada caja que estaba atravesada, se golpeó la rodilla y cayó. Unas manos fuertes lo agarraron por el cuello, lo maltrataron y lo sacaron a la luz en la sala grande.

— Miserable, me engañaste! —

El viejo Averianov dio un fuerte puñetazo en el estómago al profesor mientras Averianov el joven lo sostenía por la espalda para que no cayera.

— Donde está? —

— Allá, donde siempre estuvo. — exhaló el profesor.

— Allá no está! Esa es una falsificación! Donde está el verdadero? —

— Yo no comprendo de que está hablando, camarada gene….. —

— Comprendes muy bien. — Averianov hundió con fuerza el cañón de la pistola en el hígado al científico. — Te voy a golpear, si no hablas. Después volaremos a Samarkanda y si me engañas de nuevo, vas a morir de una muerte horrible. Eso, yo te lo prometo. Ya tenemos especialistas que saben de eso. Entonces, dónde está? —

— Espere un momento. — El profesor consideró si ya Malik Kasimov habría llegado a la oficina y ya habría tenido tiempo de ver las señales que le dejó. Sus cálculos decían que ya debía estar ahí.

— Ningún momento! Habla! —

Un nuevo golpe obligó al profesor a retorcerse. Alexander Simeonovich hizo fuerza para levantar una mirada turbia. En el rincón, desde el techo, colgaba un cráneo blanco de un tigre dientes de sable con dos colmillos opacos, afilados como cuchillos. Un extremo de la cuerda, que sostenía la cabeza, estaba atado a la pared, a tres metros del profesor. Además de la paleontología el profesor conocía bien las leyes de la física y las matemáticas. Estimó la altura y el centro de gravedad del objeto colgado. Calculó el punto en el piso, el tiempo y la distancia. Cuando el cálculo fue comprobado tres veces, el profesor se relajó.

— Suéltenme, les diré todo. —

El general hizo una seña aprobatoria y el teniente aflojó los dedos.

4.– Una clase de ajedrez

Zakolov apartó el periódico e hizo su siguiente jugada en el tablero de ajedrez.

— Curiosa coincidencia. —

— Alfiles en el mismo color? Significa que no hay empate. — Como siempre, cuando Dmitri Kushnir jugaba, solo pensaba en ajedrez.

— Yo me refiero al destape de la tumba de Tamerlán, que coincidió con el comienzo de la Gran Guerra Patria.

— Si eso hubiera sido una simple coincidencia, a mi hermana no la hubieran botado de la universidad y al redactor no lo hubieran botado del periódico. —

— Eso es correcto, — asintió Tikhon. — Además destruyeron todo el tiraje del número. Quien se enteró de esta información es muy peligroso. —

— Para el estado! —

— Por qué tan categórico? —

— Porque se volvieron locos, botaron gente y los órganos de seguridad investigaron! — Dmitri se sobreexcitó y cometió un error en su siguiente jugada.

— Tranquilízate. Si no, vas a perder. —

— Mira la tontería que cometí. Como que me toca rendirme! —

— Nunca hay que entregarse. —

— Pero en esta situación! — Dmitri señaló el tablero, decepcionado.

Tikhon consideró la posición de las piezas e hizo la siguiente proposición:

— Volteemos el tablero, o sea, tu juegas con las mías y yo con las tuyas. —

— Seguro? —

— Seguro! —

— Tú quieres consentirme, no? —

— Yo nunca le limpio los mocos a los bebés. Yo les enseño la vida. — Tikhon volteó el tablero. — Continúa jugando con las blancas. —

Ocho jugadas pasaron en absoluto silencio. Cuando Zakolov hizo su novena jugada, Kushnir saltó como escaldado:

— No me imaginé esta posición! Perdí! Segunda vez que pierdo en la misma partida. —

— Es una lección para ti, Dmitri. Nunca debes rendirte. Inclusive en las situaciones más desesperadas. En primer lugar porque el adversario puede equivocarse. —

— No me equivoqué. Yo jugué de acuerdo a la teoría! —

— Y en segundo lugar, en el último momento, al borde del abismo, tú puedes ver la solución salvadora, la cual no habías notado. —

Tikhon esperó a que el entristecido estudiante de primer año guardara las piezas y cerrara el tablero de ajedrez para preguntarle:

— Ahora dime, para que me mostraste ese artículo prohibido? —

— Para pedirte que ayudes a mí hermana. La juzgaron en una reunión secreta del partido y la expulsaron del Komsomol. Todos dijeron que ella deformó la historia, que despreció la victoria del pueblo en la Gran Guerra Patria e hizo propaganda de misticismo y religión. —

— Que tiene que ver la religión en esto? —

— No sé. Nadie ha visto el artículo. Del comité local bajaron la orden de buscarlo, pero nada. Hasta las mejores amigas de Tamara la abandonaron. —

— Y que dice el cineasta Kasimov? —

— Se asustó y no dice nada. Teme perder la pensión. Tamara, al principio, se preocupó mucho. Ahora, ella quiere buscar el cráneo de Tamerlán por su cuenta, medir su campo energético y demostrar sus afirmaciones. Ella es valiente y tenaz. Pero necesita a alguien que la ayude. —

— Y tú? —

— Yo que? — Dmitri, expresivamente, abrió y levantó los brazos.

— Dmitri, en la escuela, aparte de estudiar a que te dedicabas? —

— Como era lo debido con los niños judíos de bien, tuve que aprender música, badminton y ajedrez. En opinión de mi mamá, esos eran los componentes fundamentales de un desarrollo armónico. —

— Tocabas violín? —

— No, la viola. —

— Te gustaba? —

— La odiaba. —

— Y por qué lo hacías? —

— Mi mamá me obligaba. —

— Al menos te puso a funcionar el cerebro. Agradécele a tu mamá, al menos, por eso. —

— Ya mi mamá no está. Y mi papá tampoco. — Lo dijo con tristeza. — Ya hace un año vivimos solos, mi hermana y yo. —

Tikhon calló, esperando que Kushnir hablara de sus padres, pero éste, hablo de nuevo de la hermana:

— Por supuesto yo puedo aconsejar a mi hermana. Pero más nada! Además de cerebro, probablemente se necesitará fuerza, decisión y, — Dmitri se contuvo un poco, — una audacia temeraria. —

— Por lo que me dices, supongo que yo tengo todas esas cualidades. —

— Tikhon, yo ya oí sobre tus aventuras con los malandros y el asesino aquél. Si allá resolviste, aquí será mucho más fácil. No me digas que tú no quieres que venza la justicia? Yo sé que vas a ir a Tashkent. —

El muchacho se preparó bien para esta conversación, pensó Zakolov. A la muchacha la castigaron injustamente. Y efectivamente él iba a ir a Tashkent. En el comité del instituto habían repartido pasajes gratis para el tren turístico Tashkent-Samarkanda-Bujara-Khiva. Tikhon y Alexander Evtushenko habían decidido ir para ver las curiosidades del Asia media. El viaje estaba previsto para los días de vacaciones de Noviembre.

— La maldición de la tumba de Tamerlán. — Una vez más Tikhon, mentalmente, leyó el título. El artículo le había interesado. Estaba escrito de una manera muy amena y a una persona, no tan despistada, debería producirle una fuerte impresión. — Pero, sabes, yo no creo en el misticismo. —

— Algo semejante ya había sucedido. Mira la notica al final del artículo. —

Al final del artículo se encontraba el agregado:

LA TERRIBLE VENGANZA DE TUTANKAMON

“Hay historias conocidas y otros sucesos, después de la apertura de las tumbas faraónicas, en los que se hicieron realidad unas maldiciones enigmáticas. El misterio de los faraones egipcios perturba a la humanidad hasta ahora. En 1922 fue hallada la famosa tumba del faraón Tutankamon. En la entrada del santuario los arqueólogos detectaron una advertencia: “La muerte alcanzará a todo aquel que perturbe el descanso del Faraón”. Pero esto no los detuvo. Al lado del sarcófago los científicos vieron la tablita que decía: “El alma de nuestro Faraón le torcerá el cuello al intruso de la tumba como si fuera el cuello de un ganso”. Pero los arqueólogos ingleses no se sintieron identificados con intrusos. Las consecuencias fueron muy lamentables. El conde de Carnarvon, jefe de la expedición, junto a doce de los miembros de ésta, tuvieron una muerte horrorosa provocada por una enfermedad inexplicada. Hasta el encuentro con la momia ellos estaban muy sanos y con mucha alegría de vivir. El alma del faraón los castigó durante seis años después de la apertura de la tumba. Pero la venganza del faraón no se terminó ahí. La muerte alcanzó a muchos de los que transportaron el sarcófago y trabajadores de museos.

Un destino similar esperó a otros cazadores de momias egipcias. En 1973 murieron doce miembros de la expedición antropológica polaca. Ellos murieron después de encontrar la tumba de otro faraón. Inclusive la medicina moderna no pudo salvarlos”.

Tikhon Zakolov apartó el periódico. Historias sobre los faraones él había escuchado, pero esas muertes extrañas se las atribuían a bacterias antiguas, que se conservaban en los sarcófagos, para las cuales el hombre contemporáneo había perdido inmunidad.

A la puerta cerrada tocaron con insistencia. Tikhon le devolvió el periódico a Dmitri, se levantó y abrió la puerta. Era Alexander Evtushenko quien desde el umbral sacudía una garrafa de plástico con un líquido denso y opaco.

— Miren, esta es la nueva goma de pegar sintética: “Araña”. Se le puede agregar algo orgánico como tela de araña y continuar experimentando. —

— Yo estoy listo! — gritó Zakolov frotándose las manos. — La tela de araña ya la recogí. —

Evtushenko metió la tela de araña en la garrafa y cuidadosamente removió todo el contenido. Sus ojos brillaron tras sus anteojos.

— Cuando? —

Tikhon miró la araña saltadora que se balanceaba colgada de un hilo delgado y decidió:

— Ahorita. —

Puso un poco de la goma en su palma y se la restregó en ambas manos. Separó los dedos y esperó a que el líquido viscoso se secara. Tomó más goma y la esparció. Cuando ya había hecho el procedimiento cinco veces Tikhon informó que estaba listo para el experimento y salió al balcón. Enseguida pasó la barandilla y pegó las manos a la pared de ladrillos del instituto.

— Que te pasa? Es que quieres andar por las paredes como una araña? ‘Dmitri Kushnir estaba asombrado.

— Y por qué no? —

— Estás loco de bola! —

— Ahora lo sabremos. —

Zakolov movió la pierna izquierda hacia afuera. La derecha continuó apoyada en el borde del balcón.

— Por ahora aguanta. — Tikhon bromeó hacia los muchachos tensos.

Lentamente se separó del balcón y cambió el peso del cuerpo de la pierna estirada a las manos. La goma aguantaba bien porque el pie se sostenía apenas con la punta en el saliente del balcón. Cuando se sintió seguro Zakolov quitó el pie. Su cuerpo quedó colgado de la pared sostenido solo a cuenta de las manos pegajosas.

— Bien, — Dijo suavemente Evtushenko escondiendo, a duras penas, la emoción alegre que sentía.

— Voy a tratar de bajar por la pared moviendo las manos. —

— No lo hagas, es muy peligroso. —

— Claro que es peligroso. — Tikhon respondió, imperturbable.

Separó la mano derecha de la pared y la pegó más abajo. Durante un instante, el peso del cuerpo se sostuvo de una sola mano. Pero esto resultó suficiente para lo irreparable. La goma no resistió, la mano se despegó y la otra mano ya no pudo hacer nada. Tikhon Zakolov se fue hacia abajo y trató, inútilmente, de pegar las palmas de las manos a la pared.

Kushnir y Evtushenko corrieron asustados a la calle. Tikhon estaba sentado en la acera y se reía.

— Se asustaron? Pero si es apenas el segundo piso. — Se levantó y se dirigió con seriedad hacia Alexander: — La próxima vez hay que poner más tela de araña. —

— No va a servir. La araña tiene ocho “manos” y tú, solo dos. —

— Bueno, entonces me impregno los pies también. — Miró hacia el entristecido Kushnir. — Sasha y yo iremos en una semana a Tashkent. Trataremos de ayudar a tu hermana. —

— Bien!! Tamara los recibirá y les contará todo. —

— Estoy intrigado. Quiero ver yo mismo si los restos de Tamerlán tienen esa fuerza sobrenatural. —

— Lo importante es ayudar a mi hermana. —

5.– El cráneo del tigre dientes de sable

El profesor Efremov frotó sus manos acalambradas, miró hacia los toscos oficiales de la KGB que estaban de pie a su lado y trató de sonreír.

— Y entonces? — lo apuró el general.

— Ahorita. Déjeme coger aliento. —

Efremov lanzó una rápida mirada a la mueca carnívora del cráneo y a los colmillos inclinados del tigre dientes de sable. Una vez más comprobó el cálculo mentalmente. El recordaba bien el peso de esa pieza colgante. Donde estaba su centro de gravedad y el punto donde estaba atado el cable. Todo debe resultar bien. Por si acaso, el profesor trató de mover la rodilla lastimada. El dolor agudo pasó a la fase de dolor sordo, pero la pierna respondió.

— No tengo tiempo! — el general apenas se contenía. — Te estás burlando de nosotros? —

El profesor respondió con decisión:

— Está aquí. Ya se los voy a enseñar. —

Y entonces caminó hacia la cuerda que sostenía el cráneo de la bestia y soltó el nudo del gancho. En un instante sus piernas dieron dos saltos hacia el centro de la sala y el profesor se lanzó boca abajo al punto escogido, se volteó, y abrió los brazos. La pesada cabeza del tigre dientes de sable dio una vuelta completa y las dos prehistóricas y agudas hojas entraron, con un crujido, en el pecho y estómago de Efremov. Mientras los oficiales desconcertados veían el cráneo blanco del carnívoro fósil, el profesor, con sus últimas fuerzas, sacó los colmillos de su cuerpo. Una sangre burbujeante salía a borbotones de las heridas abiertas. Ahora nadie podría salvar la vida de Alexander Simeonovich Efremov

Con los labios extendidos en una sonrisa de satisfacción, cerró los ojos. El último cálculo del profesor, como siempre, fue correcto.

El cineasta Malik Kasimov se asomó por la puerta abierta de la oficina de Efremov y se extrañó de no encontrarlo ahí. Pensó que, probablemente, había salido un momento y entró. Apenas había traspasado el umbral cuando desde el fondo de la sala se oyó un grito desgarrador. El camarógrafo de guerra no necesitó explicarse el origen del grito, en el frente él había visto demasiadas muertes.

Solo por reflejo Kasimov continuó hacia dentro de la oficina hasta que se encontró con el escritorio del profesor. El libro grueso atrajo su mirada, también la hoja de papel donde estaba su nombre. Kasimov se inclinó hacia ellos y su mano quiso apartar la polvera abierta pero se detuvo. Que hacía un objeto femenino en el escritorio del anciano profesor? En el espejito oval se reflejaba un rectángulo del extraño cuadro. Un rectángulo? Justo ese símbolo lo dibujó Efremov con los dedos, significativamente, en la ventana y le mostraba algo a la espalda.

“Un rectángulo en la espalda! Qué quiso decir con eso?”

El cineasta sacó la hojita de papel y sus ojos recorrieron las líneas escritas atropelladamente: — Malik. Tome el libro y fotografíe lo que vieron sus ojos Eso lo llevará a la meta. Y váyase rápido. —

Kasimov preparó la cámara fotográfica y su mirada se paseó por la oficina.

“Que fotografiar? Qué?”

Su oído capturó el ruido de pasos en la escalera de piedra. “Lo que vieron sus ojos”, decía la nota.

“No yo, los ojos. Yo estaba parado de espalda a la pared, y los ojos vieron en el espejito…”

Levantó el objetivo, sus dedos enfocaron rápidamente y el obturador de la cámara cliqueó.

El ruido de pasos que llegaba a la puerta se hacía más claro.

“Y váyase rápido”.

Malik Kasimov agarró el libro y salió al corredor oscuro. Las destrezas que había obtenido en el frente no le fallaron y logró llegar a la escalera sin ser notado.

6.– Encuentro en Tashkent

Tamara Kushnir resultó ser una muchacha alta de ojos negros y una cabellera oscura y exuberante de pelo rizado, como un diablillo. Ella se dirigió a Zakolov, segura de haberlo diferenciado entre la abigarrada multitud de pasajeros que llegaron a la estación de trenes de Tashkent esa tarde del 5 de noviembre de 1979.

— Hola Tikhon. Yo soy Tamara Kushnir. — Con viveza se presentó la muchacha, casi sin ponerle atención al acompañante Alexander Evtushenko.

— Buenas tardes. Como me reconoció? —

— Yo soy periodista. Le hice las preguntas apropiadas a mi hermano Dmitri y tengo tu retrato en mi cabeza como si lo tuviera en un álbum. —

— La envidio. Yo necesito ver los rasgos del rostro para recordar bien a una persona. —

— Te dedicas a eso ahora? — La muchacha se sonrió y, coquetamente, se recogió un mechón de cabellos.

— Usted es una chica que no pasa desapercibida. — Tímidamente, Tikhon paseó la mirada desde la punta de la nariz y la barbilla ligeramente alargada hasta el busto redondo y la cintura delgada y bajó los ojos a los jeans apretados y, de acuerdo con la moda, desteñidos. La elegante figura de la muchacha le gustó.

— Tikhon Zakolov ya está bueno de llamarme de usted. Nosotros somos casi de la misma edad. A partir de este momento solo “tú”, ok? —

— Objeciones no hay. —

— Entonces ven conmigo. —

— No estoy solo. —

— Yo sé. Tu compañero de curso se llama Alexander Evtushenko. Ustedes son amigos desde los pupitres escolares. —

— Y hasta eso sabes! —

— Nos enseñaron a recoger información antes de un encuentro importante. — Tamara respondió y sin voltearse tomó la plataforma hacia la salida a la ciudad. — Ahorita nos vamos para mi casa. Para su excursión turística faltan cerca de 24 horas. Ese tiempo hay que utilizarlo con eficiencia. —

Tikhon se maravilló de la manera decidida de la elegante muchacha. Ninguna frase insípida: “como estuvo el viaje?, ya han estado en Tashkent?, que les parece el clima?”, no, de una vez agarra el toro por los cuernos. En la plaza externa de la estación ella se detuvo frente a un kiosko de vidrio de “Prensa Nacional”. Y por una mirada lateral de Tamara, Tikhon se dio cuenta que ella no estaba interesada en las revistas del kiosko. Kushnir utilizaba la superficie de vidrio como un espejo.

— Acaso temes que te sigan? —

— Me siento en peligro, pero me estoy acostumbrando. —

— Después del artículo? —

— Exacto. Yo solo quiero saber si me siguen observando. —

— Y ya habías notado algo así? —

— Claro! — La muchacha se dirigió a la parada del autobús.

— Y ahora? —

— Quizás son más inteligentes ahora. —

— Quienes? —

— Esa es una pregunta infantil, Zakolov. Mi hermano estaba extasiado con tu intelecto. — Tamara sonrió. — O solo te sirve para jugar ajedrez? —

Tikhon se detuvo abruptamente. Sasha Evtushenko chocó contra el morral de Zakolov y solo tuvo tiempo de evitar la caída de sus anteojos. Él siempre seguía a su amigo a pasos cortos.

— Me quieres decir que somos libres? — Tikhon preguntó con frialdad.

Tamara volteó. En el severo rostro apareció una sonrisa pícara. Con una mano tomó la mano de Tikhon y con la otra le rozó la punta de la nariz.

— No te enfurruñes, tontín. — le dijo afectuosamente.

Tikhon se sonrojó y sacudió el brazo.

— Yo no soy un bebé. —

— Yo cuento con eso. —

Zakolov no sabía cómo comportarse con la muchacha descarada, la cual lo hizo dudar de su confianza en sí mismo. Y Tamara con malicia inclinó la cabeza arrugando la frente juguetonamente.

— Puede ser que representemos un encuentro entre enamorados? No es mala idea. — La muchacha abrazó por el cuello a Tikhon y entonces le dio un beso al asustado joven en los labios. — Así está mejor. Que nos vean. —

— Yo creo que nadie nos sigue. — Dijo Zakolov todo confundido y tratando de zafarse del abrazo.

— Por qué te detienes? Lo hice para darme la oportunidad de ver si había alguien. —

— Yo no creo que fuera eso. —

— Mira! Viene nuestro autobús. Corramos! —

Ágilmente, Tamara corrió hacia la parada. Zakolov y Evtushenko, con sus morrales pesados, tuvieron que recorrer los cincuenta metros detrás de la muchacha. Pero justo ante la puerta del autobús, Tamara se quejó y se sentó.

— Una piedra me entró en el zapato. Me puya. —

— Después resolvemos. Vamos! —

— No. Espera. — Tamara lo agarró por la manga.

El autobús cerró su puerta y se fue. La parada quedó vacía. Tikhon continuó amable, pero se veía tenso. Ya tenía una idea de la muchacha.

— Tamara? Será que yo no entendí bien? No fue teatro lo que estudiaste? —

— No. Pero en el liceo yo iba mucho a las lecciones de drama. —

— El maestro de eso era malo. —

— Yo no creo. Pero está bien, no te disgustes. — La muchacha se transformó otra vez. — Por lo menos me di cuenta que no me seguían. Nos vamos en el próximo. —

— Sinceramente, ya este jueguito de espías me fastidió. —

— Ok. Prometo ser una buena chica. No más teatricos baratos.-

Ya en el autobús la muchacha se tranquilizó y con pocas palabras comentaba sobre los sitios de interés de la ciudad. La ciudad, a pesar de haber sido fundada en la antigüedad, parecía joven y contemporánea. Una buena razón de esto fue el extraordinario terremoto que hubo en el año de 1966, después del cual, a una gran velocidad y participando todo el país, fue reconstruida la capital de Uzbekistan.

— En ese entonces, el sesenta y seis, llegamos nosotros. — Explicó Tamara. — Nuestros padres eran médicos. Llegaron para fortalecer el personal del nuevo hospital. Pensaron que era por poco tiempo, pero nos quedamos. Aquí es templado, casi no hay invierno, es como en la tierra de nuestros antepasados. —

Tikhon la miró interrogativamente. Con una entonación extraña Tamara dijo:

— Soy judía. —

El resto del camino la muchacha calló. Cuando llegaron a la parada donde se quedarían, ella la anunció en el último momento y los muchachos salieron a tropezones y golpeando las puertas que se cerraban. Caminaron por una ancha avenida y después doblaron por una estrecha callejuela de edificios de dos pisos de color amarillo-grisoso construídos después de la guerra y los cuales se unían con arcos de ladrillos. Entraron por uno de los arcos y cayeron en un patiecito oscuro y cuya parte trasera estaba cubierta con toldos acogedores.

— Aquí vivimos mi hermano y yo. — Informó Tamara abriendo la puerta de un apartamento en la planta baja. — Pasen. —

— Y tus padres? –amablemente preguntó Tikhon.

— Con ellos todo está en orden. — la muchacha pronunció en tono bajo, pero enseguida empezó a farfullar desordenadamente: — Pueden dejar sus cosas aquí. Van a dormir en la habitación de Dmitri que está allá. Sepan que soy una ama de casa muy mala, así que menús variados no habrá. Prometo té y sanduchitos corrientes. Pasarán hambre? —

— No estamos acostumbrados. — Respondió Evtushenko. — Puede ser que yo le eche un vistazo a la cocina? —

— Dale. Pero desde que perdí la beca hasta las cucarachas se mudaron para acá. —

Ya Tikhon había observado un cierto desorden y vacío en las habitaciones, pero también se había dado cuenta que a diferencia del apartamento, el “ama de casa” si estaba bien arregladita. Cuando entró, lo primero que hizo fue mirarse en el espejo, arreglarse la blusa y peinarse el cabello revuelto. El calor en esa habitación era sofocante. Con movimientos bruscos Tamara se quitó los zapatos y abrió una de las ventanas que daban hacia el patio. El fresco de la tarde hizo mover la cortina liviana. La muchacha se hundió en un, muy usado, sillón bajito y feliz! Estiró sus bien formadas piernas.

.Me cansé esperándolos en la estación. —

— Si, el tren se retrasó. Como siempre. Yo no sé para qué establecen esos horarios. — Tikhon se sentó frente a la muchacha mientras Evtushenko peleaba con las ollas en la cocina. — No te molesta que Sasha se meta en la cocina? —

Pero Tamara ya pensaba en lo suyo:

— Me vas a ayudar? —

— En la cocina? —

— Cual cocina! Dmitri te contó todo, no? —

— Ahh. Con el cráneo de Tamerlán? Y tú crees en su fuerza mística, no? —

— Yo he estudiado mucho el asunto. El cráneo es el hueso más elaborado que tiene el hombre. Muchos pueblos se inclinan ante eso. Al cráneo siempre le atribuyeron propiedades místicas y una fuerza sobrenatural. —

— Exactamente. Le atribuyeron. —

Tamara se enojó.

— Lo que está escrito en el artículo es verdad! Si hubiera sido un artículo ocioso, no hubieran destruido el tiraje! Es que no está claro? —

— Todavía no. —

— Y las maldiciones que se hicieron realidad después de la apertura de las tumbas de los faraones? Todo el mundo sabe de ellas hace mucho tiempo. También niegas esos hechos? Murieron miembros de expediciones completas. Todos! —

— Por la acción de un virus desconocido por la ciencia. Un virus que se había conservado en las momias. —

— La medicina moderna no encontró nada. —

— Por lo menos, después de la extracción de los faraones no hubo guerras. —

— Y la primera guerra mundial? Las principales excavaciones en Egipto fueron hechas en la víspera del año 14. Y quienes fueron esos faraones? Unos ricos esclavistas que dirigían solo una parte del Egipto moderno. Pero Tamerlán fue el gran amo de la enorme Asia! Otra escala de personalidad. —

— Y, por lo tanto, un alto nivel de maldad en sus restos? —

— Claro! — Tamara se tranquilizó un poco y elaboró otro argumento. — Está bien, santo Tomás incrédulo. Estos son los ejemplos de las influencias negativas en la gente. Te voy a mostrar otros hechos. Recuerda el cristianismo. En muchos templos y monasterios se guardan los cuerpos embalsamados de hombres santos, los cuales, hasta ahora, tienen fuerza milagrosa. Esos lugares donde yacen esos cuerpos están cubiertos con un aura particular y se llaman santos. No es así? —

— Puede ser. Pero es necesario entender cuál es la causa primera: el templo o los huesos santos guardados en él. —

— Obviamente, son restos de personalidades únicas! A veces llevan esos cuerpos embalsamados a otros países. Los creyentes van a esos sitios. Hay cientos de casos conocidos de curación de personas que tocaron las manos de esos santos los cuales, cuando estuvieron vivos se dieron a conocer por hechos milagrosos. —

Tikhon, pensativo, dijo:

“Hay tantas cosas en el Cielo y la Tierra, amigo Horacio, que no pueden explicarse.”

— Exacto! Por lo menos le tienes respeto a Shakespeare. —

— Hay algo en todo eso. —

— Por fin! —

Zakolov se pasó la palma de la mano extendida por la frente y se frotó los ojos cerrados con los dedos. Si Evtushenko, en este momento, hubiera mirado hacia la habitación se habría dado cuenta que Tikhon trataba de organizar sus ideas dispersas y era mejor no molestarlo. Pero Tamara Kushnir era de naturaleza impaciente. Entonces le dio un ligero golpecito a Tikhon con el pie.

— Zakolov, no te duermas. —

Sin abrir los ojos, Tikhon se puso a razonar en voz alta:

— Supongamos que hubo gente que tenía una enorme energía destructiva: crueles faraones, emperadores, conquistadores o como el mismo Tamerlán. Llamémoslos los seres de la oscuridad. Después de su muerte, su energía, de acuerdo a la ley de conservación, no puede desaparecer simplemente. Ya Kasimov lo mencionaba. Ella debe transformarse en otro tipo de energía o conservarse en los restos. Lo mismo sucede con la energía beneficiosa de los santos. Es la misma ley. Si se conocen casos de efectos de restos de santos, procesos análogos deben suceder con los esqueletos de los guerreros. Pero los restos de los santos se conservan abiertamente, su energía se consume constantemente. A diferencia de ellos, los cuerpos de los grandes guerreros se ponen en profundas tumbas de piedra con lápidas pesadas y en grandes mausoleos. Los restos de Napoleón están escondidos en seis sarcófagos, uno dentro de otro. A los faraones los metían en pirámides grandiosas o bajo piedras enormes. Es posible que no fuera casualidad. La humanidad a nivel del instinto de conservación guardaba muy bien la energía mala, poniéndole obstáculos para su salida. Y si alguien exponía los restos, toda esa energía se dispersaba hacia afuera y entonces…. —

— Que manera tan culta de explicar todo eso. — Tamara no se aguantó. — Lo único que le faltaba a mi artículo era ese toque científico! —

Zakolov abrió los ojos y apretó los puños.

— Eso es muy improbable. Es mejor olvidarse de esa teoría. Es peligrosa. —

— Pero es correcta. —

— No sé. A mí me interesa más cómo vas a hacer para medir el campo energético de Tamerlán. —

— Yo estoy pensando en que la vamos a sentir en nuestro pellejo. —

— Y si no se siente? —

— Tengo un conocido, estudiante de física. Él inventó un aparato, que a lo mejor ni sirve. La gente ni siquiera cree en el aparatico. —

— Bueno, agarra ese aparato.. y al mausoleo. —

— Está encerrado en el instituto de máquinas calculadoras. No se puede sacar.

Tamara recogió las piernas, se inclinó hacia Tikhon y le dijo: — Además no te he dicho lo más importante. —

— Que? —

— Malik Kasimov me habló de un hecho importante. —

— Yo entiendo que él tiene relación con el entierro. —

— Directamente. Kasimov se deja llevar por los recuerdos y se puso a hablar. Enseguida se preocupó y calló, pero ya era tarde. Y lo único que hizo fue pedirme que no le contara a nadie. —

— Curioso. —

— En el artículo, de todos modos, hice algunas alusiones, aunque él me advirtió que eso era peligroso. Pero yo no le creí. —

— Y ahora? —

— Ya tú sabes lo que sucedió. A mí y al redactor principal nos corrieron. —

— Y tú, de que te enteraste? —

La muchacha miró hacia la ventana abierta y dijo en un susurro:

— Kasimov dijo que el cráneo de Tamerlán… —

En eso Evtushenko entró en la habitación, maliciosamente miró a la pareja de jóvenes sospechosamente cercanos y sonriendo dijo:

— Epa!, conversadores. Vamos a comer? —

Tamara preguntó, escéptica:

— Pudiste preparar algo con mi exiguo almacén? —

— Macarrones con queso. —

— Comida internacional, pero siempre que esté caliente. — dijo Zakolov y se dirigió a la cocina.

7.– Por mi honor!

El general, furioso, le dio un manotazo a la polvera que estaba en el escritorio de Efremov, volteó las cajas pesadas y desparramó todos los papeles. Una búsqueda rápida en la oficina del profesor no produjo ningún resultado. Cuando salía, el viejo Averianov le echó un vistazo a las tontas pinturas que estaban colgadas en las paredes.

— Un disidente secreto. — Dijo, entre dientes, el general.

Con el ánimo oscurecido se sentó en el auto. El hijo, temiendo equivocarse de más, con temor esperó la decisión del padre:

— Al Kremlin. — resignado ordenó el general.

Veinte minutos después, un pálido y sudoroso Grigori Averianov, en el medio de la pomposa oficina del Kremlin, se veía bastante deplorable. Terminó el infeliz reporte a Khrushchev y sin esperar la reacción del hosco secretario general, se apuró a pedirle:

— Nikita Sergeevich, deme una semanita, yo lo resuelvo. Volteo todo Uzbekistan, pero lo hallaré. —

— No tengo una semana! Tú me fallaste, fallaste a la patria, coño de madre! Hiciste poner de rodillas a toda la Unión Soviética! — estalló el secretario general, moviendo el puño cerrado de su mano gorda para todos lados. — Eso es una alevosa traición! Vas a ir a juicio! —

Cuando la explosión de ira pasó un poco, se dejó caer, cansado, en su sillón y buscó en el selector telefónico al ministro de la defensa. La puerta se abrió y apareció Malinovsky quien se quedó en el umbral en posición de esperar órdenes. Sin levantar la vista, Khrushchev movió los dedos, como si limpiara de burusas la mesa, y ordenó:

— Rodion, arresta al general. —

Malinovsky hinchó el pecho y dio un paso adelante. Grigori Averianov se apresuró a sacar la pistola del cinturón. Antes de entrar a la oficina le había dado la funda vacía al oficial de guardia. El ministro de la defensa se tensó y pasó una sombra de temor por sus ojos. El secretario general se encogió en su sillón y apretó el botón escondido en el escritorio. En el silencio que se hizo, claramente se oyó el clic del botón pulsado. La mano temblorosa del general de la KGB no logró controlar el arma y el cañón apuntó a todos lados hasta que se instaló en la sien canosa.

— Expiaré mi culpa. Yo solo. — dijo Averianov, con voz ronca.

Inclinó la cabeza, sus ojos se movieron y vieron la cinta del pantalón suelta. La alisó con su mano libre y levantó la cabeza con orgullo. La mirada ya era clara y dura.

— Por mi honor! — Como si estuviera reportándose al ministro de la defensa.

Estas fueron las últimas palabras del oficial. Sonó el disparo. El general cayó de cara en el parquet de madera antigua y costosa.

Esa preocupación se le quitó rápido a Khrushchev. Con repugnancia arrugó el entrecejo y se dirigió hacia la puerta, rodeando el largo cadáver y cuidando de no pisar las manchas de sangre. Con fuerza empujó la alta puerta y rápido atravesó la recepción, sin mirar a los oficiales de guardia que se levantaron asustados. Después de días de duro insomnio, el secretario general se sintió aliviado. Ahora, la solución de la crisis política para él, era evidente. Un conflicto militar con los EE. UU sin el Talismán de la Guerra, no podía comenzarse. Era necesario llegar a acuerdos.

Nikita Sergeevich Khrushchev se quitó la chaqueta arrugada y se la lanzó a su general asistente. Se desabotonó el cuello de la camisa sudada y ordenó transmitir al ministro de relaciones exteriores que, inmediatamente, hiciera la conexión directa con el presidente de Estados Unidos, John Kennedy.

8.– Un hombre misterioso bajo la ventana

Alexander Evtushenko preparó té cuando ya había oscurecido completamente. Tamara sopló fuertemente el té hirviente en la taza, bebió un poco e insistió en llevar a Tikhon a la habitación grande. Ella no encendió la luz y Zakolov trató de sentarse en el mismo sillón, pero la muchacha, tercamente, lo empujó a un ángulo del sillón. Y ella, recogiendo las piernas, se sentó a su lado. Sus rodillas se tocaban.

— Yo duermo aquí. — con mucho encanto informó y después calló.

Zakolov solo vio el parpadeo de la muchacha, de sus rizos salía el dulce aroma del perfume y por la ventana entraba el canto de las cigarras.

— Y yo tengo asignado un lugar en la habitación de al lado. — Tikhon consideró necesario recordarlo.

— Todo se puede cambiar. — La joven inclinó la cabeza de tal manera que su cabellera rozó el hombro del muchacho. Tikhon trató de apartarse pero no había espacio. Tamara, juguetona, lo apartó con el puño. — Ok. Está bien. Yo estaba bromeando. —

Zakolov intentó dirigir la conversación hacia el asunto del artículo.

— Tamara, antes de la cena, tu querías decir algo importante. —

— Sí. Pero antes, dame tu palabra de que, sin falta, me vas a ayudar. —

— Voy a tratar. —

— No. Debes prometerlo. —

Tikhon quiso decir que él no le debía nada a nadie y, que no estaba en sus principios el jurar. Pero la bella muchacha estaba sentada tan cerca, y de ella salía tal carga de insistencia, que lo más fácil era aceptarlo.

— Prometo ayudarte. No me gusta, en absoluto, cuando agreden, injustamente, a periodistas. —

— Solo por eso? —

— Tampoco estoy acostumbrado a negarme a bellas muchachas. —

— Y tienes muchas? — Tamara rio, burlona. — Está bien Zakolov, no te avergüences. Yo sé que ahora estás solo. La primera vez tú te enamoraste a los diecisiete años, pero tu novia murió. —

— Te preparaste bien para el encuentro. — Tikhon se sorprendió.

— Es la profesión. —

— Puedes sugerir a tu amigo el físico probar su aparato en tu campo energético. —

— Se saldrá de escala y se romperá. — La muchacha se carcajeó. Pero enseguida se puso seria y agregó, con tristeza: — No es amigo mío. Es solo un conocido. Los periodistas deben tener muchos conocidos. Por cierto la mayoría de ellos me ignora claramente. Antes, el teléfono no dejaba de sonar y ahora, pasan días y ni una llamada!

— Por eso te dirigiste a mí? —

— Nooo. Si es necesario, yo convenzo hasta un muerto. Pero el asunto es que ninguno de mis conocidos está en condiciones de ayudarme. —

— Y eso por qué? —

— No son los apropiados. Alguno es inteligente, alguno, fuerte y otro, valiente. Y yo necesito una persona más completa, que tenga todo eso y además, generoso. Como tú!! —

— Me imagino que tu hermano te habló maravillas de mí. Y si exageró? —

— Dmitri? No lo conoces! Ese, primero se burla de alguien antes de halarle mecate. —

— Ok. Basta de cumplidos. Vamos al asunto. —

— Bien. Solo esperaba esto. —

— Entonces cuenta. Que te dijo el cineasta? —

— Malik Kasimov me habló, en secreto, de un hecho fundamental. —

Tamara calló, de manera significativa. Y Tikhon no pudo aguantarse.

— Vas a seguir con el teatro? Esas pausas… —

— Él me dijo que el cráneo de Tamerlán fue enterrado después. —

— Ya dijiste eso en el artículo. —

— Pero yo no escribí lo más importante. — Los ojos de la muchacha se abrieron más y, otra vez, acercó su rostro.

— Vas a hacer otra pausa? —

— El cráneo de Tamerlán fue enterrado aparte. —

A Zakolov le pareció que oyó mal.

— Aparte del resto del cuerpo? —

— Sí. —

— Y eso por y para qué? —

— Esa pregunta se la hice a Kasimov. Estuvo indeciso un rato pero yo le insistí. A mí me pareció que tenía dos sentimientos encontrados. La idea obsesiva de su culpa particular en el comienzo de la gran guerra y el enorme deseo de compartir con alguien el peligroso secreto. —

— Curioso. —

— Y como! A mí, como periodista me pareció mucho más curioso. Y entonces lo provoqué. —

— Lo provocaste? —

— Bueno, no literalmente. Hay diferentes truquitos periodísticos. —

“Y también femeninos”, mentalmente añadió Tikhon. Y preguntó en voz alta:

— Y entonces, de que te enteraste? —

— El científico, al cual encomendaron preparar el entierro, se enteró de la fuerza maligna del cráneo de Tamerlán y no quiso que ese cráneo, alguna otra vez, se utilizara para desencadenar una guerra, aunque fuera victoriosa. Él consiguió esconderlo de todos en un lugar completamente desconocido. Este científico quiso compartir el secreto con Kasimov pero no logró hablar con él. El científico murió antes de ese encuentro y, probablemente, no sin la ayuda de miembros del KGB. —

— Se ve esperanzador el comienzo. Como buscamos el escondite? —

— Aparentemente, el científico dejó una pista para que las futuras generaciones llegaran a ese lugar. Pero no es cualquiera que puede desenmarañar esa pista. —

— Eso te lo dijo Kasimov? —

— Si, y él está convencido de eso. Pero él no sabe dónde buscar estas pistas. Aunque es posible que esté ocultando algo. A mí me pareció que él mismo quiso hallar el cráneo, pero dudó de su convicción. Él piensa que para emprender esa búsqueda, solo el cerebro no es suficiente. Se necesita también valentía, decisión, velocidad de reacción y suerte. Ahora entendiste por qué pensé en ti? —

— Gracias. Pero en ese examen, una mala calificación puede ser perder la cabeza. —

— Zakolov, por lo que veo, parece que tienes miedo. —

— En esa oscuridad no se puede ver nada. No siquiera desde cerquita. — Disimuladamente, Tikhon se había separado del contacto estrecho de la muchacha. — Déjame cerrar la ventana y prendemos la luz. —

El estudiante se levantó del cómodo diván, se dirigió a la ventana y descorrió la cortina. Entonces quiso hacer una fuerte aspiración de aire fresco. La mano se estiró hacia el batiente abierto pero se detuvo inesperadamente. Abajo sonaron piedrecillas, a la derecha se percibió una sombra y se escucharon pasos apurados. Tikhon se asomó mejor y logró notar una silueta oscura que desaparecía en la esquina. No quedaban dudas que alguien había estado bajo la ventana y había escuchado la conversación.

Ese descubrimiento no le gustó a Tikhon, pero no dijo nada. Ya Tamara estaba suficientemente asustada. En vez de eso, dijo con gran satisfacción: -Que bien se está aquí. Ya es Noviembre y todavía no hace frío. —

— Esto es Tashkent. — respondió Tamara.

Antes de cerrar la ventana, Zakolov comprobó que un hubiera nadie en el patio. Cerró las cortinas dejando una delgada línea abierta, y encendió la luz.

— Donde sugieres tú comenzar la búsqueda? — preguntó Tikhon, parado de lado hacia la ventana, en el centro de la habitación.

— Zakolov, yo pensé que tú ibas a tener alguna idea! —

— Hmmm. La información es poca. Me gustaría hablar con Malik Kasimov. Necesito otra versión. Se puede organizar un encuentro con él? —

— Puedo tratar. Pero va a ser difícil. Después del asunto del artículo, también vinieron donde él. Él se cerró y niega todo. Ahorita lo llamo. — Tamara levantó la bocina telefónica, marcó el número y después de dos repiques cortó la conexión. Colgó la bocina. — Vamos a hacer lo siguiente: Mañana le caemos donde él, tempranito. No podrá esconderse. —

— Kasimov se levanta temprano? —

— Sí. La entrevista que le hice fue en la mañana. —

— Perfecto. En cuanto nos despertemos vamos para allá. —

— Crees que él no me contó todo? —

— Afortunadamente para ti, no todo. — Tikhon notó que en la rendija que había dejado entre las cortinas se escondía una mancha oscura. Él tomó un tono sombrío. — De todas maneras te contó bastante. —

Zakolov pronunció la última frase en voz baja, se levantó con cuidado y se pegó a la pared al lado de la ventana.

Tamara, perpleja, frunció los labios. Tikhon, cuidadosamente, separó la cortina y vio la punta de una nariz grande pegada al vidrio. El resto de la cara del tipo estaba tapada con un capuchón gris. El plan de Zakolov funcionó, ya que el espía misterioso regresó. Quedaba por saber quién los estaba siguiendo.

Le hizo la seña a Sasha Evtushenko de que conversara con Tamara. Evtushenko comprendió rápidamente y comenzó a hablar de la historia del traslado de Tamerlán. Tikhon se agachó y, sin ruido, se acercó a la antesala. Tamara levantó las cejas asombrada y quiso preguntar algo, pero Evtushenko se le adelantó:

— Yo estoy seguro de que el misterio de Tamerlán se puede resolver sin tomar en cuenta lo actual. Es suficiente con estudiar, cuidadosamente, la historia de los últimos años de la vida del emir. Tú no crees? —

— Yo? —

Mientras tanto, Zakolov ya había llegado a la puerta de salida. Y decidió hacer un movimiento extremo.

Tikhon empujó la puerta que daba al patio, salió del pasillo, giró y se lanzó hacia el tipo que estaba escondido bajo la ventana. Pero ese, mostrando una agilidad asombrosa, en dos saltos ya había doblado la esquina.

“No escaparás”, pensó Tikhon, aumentando la velocidad. El desconocido, que era un tio robusto de baja estatura y con chaqueta deportiva gris, cruzó el patio, atravesó el arco y salió a la calle. En el silencio que había se oían sus pasos.

“En línea recta te alcanzo. Los enanos no pueden correr rápido”, bromeando consigo mismo, pero acelerando.

A alta velocidad llegó al arco. Quiso agarrarse del borde de la pared para cruzar más rápido, pero vio, abajo en su camino, una pierna atravesada. El intento ineficaz de saltar el obstáculo inesperado solo agravó la situación. Se tropezó con la rodilla del tipo, voló sobre el pavimento y cayó sobre el pasillo polvoriento.

En pocos segundos quedó completamente indefenso ante el astuto contrincante.

9.– Averianov, el joven, va tras una pista

Durante mucho tiempo, el oficial de seguridad Grigori Averianov, el joven, recordó con estremecimiento el terror vergonzoso y pegajoso que lo poseyó durante la primera semana después de la muerte de su padre. El joven fue separado del servicio y se mantuvo en su casa, poniéndose tenso cada vez que sonaba el teléfono o un carro frenaba frente al edificio donde vivía. Su madre y él vieron el cuerpo de su padre solo en el funeral. Cuatro funcionarios de guardia del KGB llevaron la urna directamente al cementerio. Aparte de ellos, concentrados en el procedimiento del entierro, y un par de familiares ancianos, ningún conocido, ni asistente del general, vino al funeral.

Mirando el montículo-tumba de tierra fresca, Grigori Averianov recordó la última conversación que tuvo con su padre cuando se separaron en el Kremlin.

… — Si yo no vuelvo, sabes que fue culpa del maldito desgraciado de Efremov en Samarkanda. En el año cuarenta y cuatro, él y yo cumplíamos un encargo secreto. Yo me descuidé y él aprovecho eso para engañarme vilmente.

Averianov, el joven, miró interrogativamente a su padre deprimido.

— Nosotros llevamos el cráneo de Tamerlán a Samarkanda. —

— El propio? — se asombró el teniente.

— El mismo. El del cruel conquistador. Eso fue una orden de Stalin. Y el hijo de puta de Efremov me hizo un truco de magia. — El general, con rabia, dio un puñetazo al panel delantero del “Volga”.

— Pero, en que te engañó? —

— En la tumba, él puso una figura de cera. Y el verdadero cráneo lo escondió en un lugar desconocido. —

— Y por qué, antes, no presionaste al científico? —

— Yo estaba seguro que todo estaba en orden. Y apenas hoy, cuando el partido necesitaba el cráneo… Coño! Si solo me dieran tiempo. —

El general abandonó el auto y se dirigió a la oficina del secretario general. El joven Averianov siguió con la vista la encorvada silueta de su padre. Más nunca lo vería con vida…

Y allá, en el cementerio, el teniente de seguridad juró que, sin falta, hallaría el cráneo del poderoso de Asia: Tamerlán, demostraría la intención malévola del profesor traidor y restablecería el honor de su padre.

Enseguida después del funeral, al joven Averianov lo llamaron del servicio. El jefe, en una conversación privada, le informó que en los altos círculos respetan la decisión voluntaria de quitarse la vida y, que por eso, el asunto de su padre estaba cerrado. Grigori debía llenar unos formatos de permiso y volver al servicio. Como si no hubiera sucedido nada, los colegas empezaron a saludarlo de nuevo y sobre el hecho “aquel”, discretamente, no mencionaban nada. La historia borrascosa de Lubianka conocía tales tragedias. Además, la situación en el mundo era menos tensa, el conflicto de los cohetes soviéticos en Cuba estaba resuelto y los medios de prensa internacionales empezaban a hablar de unas relaciones soviético-americanas más cálidas.

Grigori Averianov, con el tiempo, recibió el permiso de investigar las circunstancias de la comisión secreta de su padre en el año 44 en Samarkanda. Pero él podía dedicarse a eso, solo si no descuidaba las tareas importantes.

Como primer paso, Averianov reunió el dossier de la persona fatal en el destino de su padre; el profesor y paleontólogo Alexander Simeonovich Efremov. Enseguida aparecieron unos detalles curiosos.

Resulta que Efremov era, antes que todo, ingeniero mecánico. Ya en sus años estudiantiles él patentó algunos inventos originales y de él se esperaba un gran futuro como ingeniero constructor. En las vacaciones de verano, el estudiante nunca faltaba a las expediciones arqueológicas y en ellas apareció su interés en las tumbas antiguas y los restos de animales extinguidos. Enigmas para las páginas de la historia. Como resultado, Alexander Efremov se involucró tanto con la paleontología que solicitó inscripción en esa facultad. Se la negaron, ya que en los años treinta había una gran necesidad de ingenieros. Pero el estudiante no se rindió. Él se las ingenió para asistir, paralelamente, a las lecciones del eminente especialista en paleontología, el académico Borisiak. De tal manera que el estudiante consiguió resultados substanciales y después que terminó la universidad y, por recomendación del académico, fue asignado al instituto de investigaciones científicas que dirigía.

En 1944 Alexander Efremov ya era uno de los grandes especialistas del Asia Media. Y en él recayó la suerte de acompañar a Averianov, el viejo, en su viaje secreto a Samarkanda. Más exactamente, Averianov, entonces capitán de la KGB, estaba encargado de controlar al científico Efremov.

Antes del viaje, Alexander Efremov se encontró con el antropólogo Guerasimov y este le entregó un objeto clasificado con el número 41—9/13. En el listado de la comisión del capitán Averianov se indica que el objeto 41—9/13 fue colocado en el dispositivo con el nombre “Cápsula”. Gracias a las conversaciones con su padre, Grigori adivinó que se trataba del cráneo del cojo de hierro Tamerlán, como lo llamaban en Occidente o el Gran Emir Timur como lo hacían en el Oriente.

Conversando con gente cercana, Averianov se enteró de que Stalin creía en la fuerza mística de Tamerlán y la utilizó para sus propios fines. Tamerlán no podía vivir sin la guerra. Cumplió una campaña bélica tras otra. En su cráneo se concentraba una energía destructora, generadora de carnicerías humanas. Pero aquel que tuviera el cráneo de Tamerlán, tendría la victoria. A diferencia del genio del mal: Napoleón, o el celebrado por los historiadores: Alejandro el Grande, el emir Tamerlán, a lo largo de toda su vida, no perdió ni una batalla.

Como resultado el vencedor era el que tenía su cráneo!

En una conversación de militares borrachos, Averianov se enteró, por un piloto que estaba ahí, de que un avión con el cráneo de Tamerlán a bordo, en diciembre del año 41, cuando se realizaba la encarnizada lucha por Moscú, sobrevoló la ciudad. Y la capital aguantó! Aguantó, a pesar de todo! Un impresionable Stalin llamó al cráneo Talismán de la Victoria y lo utilizó en otras situaciones decisorias. Pero al final del año 44 el ejército rojo era mucho más fuerte que su contrincante. Llegó el momento de regresar el cráneo del sanguinario guerrero a su lugar en el mausoleo de Gur– Emir. El espíritu de la guerra debía tranquilizarse y la larga guerra, terminarse.

Por donde se viere, la comisión a Samarkanda se cumplió exitosamente, la tarea se cumplió, la dirigencia del Kremlin valoró eso y la carrera del papá se fue a las nubes. Efremov ascendió a Profesor y le fue asignado un laboratorio.

Sin embargo, en el propio momento necesario, en octubre de 1962, el cráneo del gran guerrero, no estaba en su sitio!

Como excusa de la investigación del sospechoso hecho infeliz en el instituto de Paleontología, que llevó a la muerte del profesor Efremov, Grigori Averianov leyó, detenidamente, todos los papeles en la oficina del científico. El oficial de la KGB no encontró ninguna indicación de donde podría estar escondido el cráneo de Tamerlán.

Los colegas del científico no sabían nada de la expedición secreta del año 44. En los archivos del instituto aparecía que al profesor lo habían llamado, de altas esferas, para consultas, en Bielorusia. Todos supusieron que Alexander Simeonovich ayudaría en la identificación de los restos en las fosas comunes halladas después de la huida de los fascistas de esa república. Por razones comprensibles, en las conversaciones posteriores trataron de no tocar ese tema desagradable y no preguntaron por el viaje.

Algunos familiares recordaban el viaje en comisión de Efremov en el año 44 para algún lugar en el frente de batalla, pero no podían decir algo concreto sobre eso.

Un tenaz Averianov continuó la búsqueda en el archivo que el profesor tenía en su casa. Sobre todo estaba interesado en las cartas de Efremov de aquella época. En una de ellas, Efremov informaba que el objetivo programado ya estaba cumplido y que pronto volvería a Moscú. La esposa del científico recordaba que Alexander Simeonovich sonrió, cuando habiendo regresado a casa, él mismo recibió esa carta. En aquellos tiempos de guerra las cartas tardaban mucho tiempo en llegar a destino y el volvió en un avión militar de transporte.

El oficial de la KGB, autorizado para instalarse en el despacho casero del profesor, observó, con detenimiento, el sobre amarillento y silbó. La carta fue enviada, no desde Bielorusia, sino desde la ciudad uzbeka de Khiva. También le interesó la fecha en la estampilla. No correspondía con el informe de su padre sobre el viaje.

Grigori Averianov le propuso a la dueña de casa tomarse un té, conversó con ella, educadamente, sobre tonterías y, de pronto, le lanzó la pregunta capciosa:

— Cuantas veces fue Alexander Simeonovich a Uzbekistán a finales de los cuarenta? —

— Una sola vez. —

— Está segura? —

— Claro. Eran los años de la guerra. En ese momento quien iba a pensar en paleontología? Pero Sasha se alegró tanto por la posibilidad de dedicarse a lo suyo, — la viuda enmudeció, lentamente se secó una lágrima y añadió:

— Pero no crea. Mi marido solo me habló a mí de su viaje a Samarkanda y eso, bajo el secreto más absoluto. Y yo no se lo dije a nadie, a nadie! Y, ahora, se lo digo a usted. Pero puedo decírselo a usted, verdad? —

Grigori Averianov ya no preguntó más, recogió el sobre y, a pesar de la hora tardía, fue a trabajar. En su oficina de la Lubianka, bajo la luz de una lámpara de mesa, desató las cintas que amarraban las carpetas numeradas con el informe de su papá sobre el viaje en comisión. Sus dedos se apuraron para hallar la página apropiada. Sus ojos nerviosos comprobaron tres veces las dos fechas: la del sobre y la del informe del papá.

El detalle que faltaba! Grigori casi salta de alegría.

Resultaba que el científico Alexander Simeonovich Efremov regresó, del viaje secreto a Samarkanda, un mes más tarde que el capitán de la KGB Grigori Averianov Y estuvo, no solamente, en Samarkanda.

Que hizo el profesor, en Asia Media, tanto tiempo?

10.– La casa lúgubre del cineasta

— Fue aquí donde sucedió. — Zakolov se tocó, con la mano lastimada, el lado golpeado y le mostró, a Tamara, la salida bajo el arco. — Fui un tonto. No pensé, ni por un momento, que el espía podría no estar solo. Caí en un truco pendejo. —

Los muchachos salieron muy temprano del apartamento y se dirigieron a la parada del autobús. Tikhon decidió que el anciano cineasta Kasimov, especialista en planos cerrados vivos, no le gustaría una visita de mucha gente, así que le propuso a Evtushenko quedarse en la casa.

— Pero por qué lo perseguiste? — Tamara preguntó preocupada. — Esa calle nuestra no tiene luz. Es bueno que no te hayan hecho nada. Pero pudieron golpearte cuando estabas en el suelo! Y entonces?! —

— Entonces yo los hubiera jodido. — Zakolov movió los labios pensativamente. — O ellos a mí. —

— Tonto. —

— De acuerdo. En lo sucesivo trataré de ser más inteligente. —

— Más refrenado. — Corrigió la muchacha y tomó al muchacho por la mano.

— No, más inteligente. Si yo hubiera ponderado la situación correctamente, por lo menos hubiese agarrado a uno de los tipos. —

— Y después? —

— Hubiéramos sabido quién era el curioso. —

— Y no está claro? —

— Toda persona tiene derecho a defender su vida privada! Ellos irrumpieron en la nuestra, con descaro. —

— Acaso vienes de América? En nuestro país todo es colectivo. — Suspiró la joven.

Todo el camino hacia donde Malik Kasimov, Tikhon estuvo alerta y volteando, de vez en cuando, para ver si los seguían. Hicieron el trayecto con dos trasbordos y pocos pasajeros, por lo tanto, precisar un posible fisgón, no era problema. Y no hubo ninguno. Ese hecho tranquilizó a Tamara Kushnir, pero Tikhon casi que se decepcionó. No le hubiera disgustado ver a sus enemigos del día anterior y desquitarse.

Mientras caminaban por la callejuela de casas de una sola planta, detrás de altas empalizadas de arcilla, Zakolov volteó dos veces. A esa hora matutina, el camino polvoriento estaba desierto. Detrás de los pocos cipreses piramidales que flanqueaban la calle, era muy difícil esconderse.

Tamara Kushnir se detuvo ante una valla tupida con reja de hierro, que alguna vez estuvo pintada color esmeralda y ahora tenía un color blanquecino.

— Kasimov vive aquí. — Informó Tamara y apretó el pequeño botón del timbre. — Quiera Dios que esté de buen humor. —

En la parte de atrás del patio se oyó el sonido del timbre que a lo lejos pareció zumbido de abejas. Esperaron. Tocaron el timbre otra vez. De nuevo la vibración del viejo timbre y no otros sonidos.

— Tiene un patio atrás de la casa. Es posible que Kasimov esté allá y no oiga el timbre. — aventuró Tamara.

— O salió. —

— No. Él me dijo que sale dos veces a la semana a comprar víveres. El resto del tiempo mira fotografías y cuida sus plantas. Para ir a las tiendas es muy temprano. —

— Y al mercado? —

— Es lejos desde aquí. Él me dijo que le gusta fotografiar las flores que salen de su siembra. Yo creo que él está en el patio trasero. —

— Estamos en Noviembre. Las flores solamente pueden estar en la casa. —

Tamara se vio confundida.

— Entonces no sé. —

Tikhon miró el pasador de la cerradura y empujó la puerta de hierro. Ella respondió con un golpe sonoro, pero no se abrió.

— Pudieron haber halado la puerta desde afuera. Llama otra vez. —

Tamara sostuvo un rato el dedo en el timbre.

— Nadie. — Concluyó Tikhon, entonces consideró la altura de la empalizada y miró, interrogativamente, a la muchacha.

— Tú quieres…? — Tamara miró hacia arriba con sus cejas levantadas con asombro.

— Entonces, perdimos el viaje? —

Zakolov se aferró al borde de la empalizada y, ágilmente, saltó sobre la barrera de piedra. Sus pies aterrizaron en la hierba descolorida, con las piernas dobladas. Tras unos arbustos, él vio la fachada de una casa pequeña con dos ventanas y una puerta cerrada en el medio. Mientras Tikhon se levantaba y se sacudía las manos, algo se movió en la ventana derecha!

Alguien se escondía en la habitación o la sombra del ciprés daba esa impresión en el vidrio opaco?

Puso atención y no vio más ningún movimiento. Zakolov se conformó con la segunda opción. Entonces abrió la puerta para dejar pasar a la muchacha.

— Tú siempre haces eso? — preguntó Tamara con severidad.

— Que? —

— Entrar a una casa ajena sin invitación. —

— Solo cuando las circunstancias lo exigen. —

— Mi hermano te describió correctamente. — La muchacha se explayó en una sonrisa de satisfacción.

Tikhon se dirigió a la casa silenciosa, pero a medio camino se detuvo y levantó el dedo índice:

— Escuchas? —

— No. — Dijo la joven en un susurro de preocupación.

— Hay alguien caminando detrás de la casa. —

— Él está en el patio, yo te lo dije. — Sin mediar palabras, Tamara se dirigió a la esquina de la casa y dijo en voz alta: — Estimado Malik! Soy yo, Tamara Kushnir. Disculpe que entramos, pero la puerta estaba abierta. —

— Tú siempre haces eso? — Se reía Tikhon, alcanzando a la muchacha.

— Que? —

— Inventar cuentos sobre la marcha. —

— Solo cuando las circunstancias lo exigen. —

— Tu hermano te describió correctamente. —

— Nosotros congeniamos. — La joven movió las pestañas coquetamente y tomó la mano de Tikhon.

Ambos se carcajearon y, divertidos así, dieron vuelta a la casa. Lo que la muchacha llamaba jardín eran tres árboles frutales sin la mitad de las hojas y algunos rosales espinosos con cortes donde hubo capullos. A diez metros se terminaba el jardín con una valla pequeña, tras la cual se veía otra casa.

— Malik Kasimov, donde está usted? — Timidamente preguntó Tamara, buscando con los ojos a alguien en el jardín vacío. Dándose por vencida, se dirigió a Tikhon: — Seguro escuchaste pasos? —

— Sí. — Zakolov miró hacia la puerta abierta que daba de la casa al jardín. Ella se movía suavemente, ya sea por causa del viento o por un golpe fuerte que recibió. Él pasó la mirada hacia los árboles; las hojas no se movían. O sea, no es el viento! — Alguien utilizó esta puerta recién. —

— Kasimov, probablemente. Regresó a la casa desde el jardín para encontrarnos del lado del frente. — Se alegró Tamara y, con decisión, se acercó a la puerta abierta y, en voz alta: — Estimado Malik. Se puede? —

— No entres. Espera aquí!. — Tikhon detuvo a la muchacha, recordando que esos pasos rápidos que escuchó se alejaban, no que se dirigían a la casa. Bajó la voz: — No me gusta este juego del escondite. —

La puerta de entrada terminó de moverse. Se hizo el silencio. La sonrisa de alegría de la joven se transformó en una mueca y se instaló una máscara de temor en el rostro.

Zakolov apartó a la muchacha y, con cuidado, se dirigió a la casa. El piso de madera ante la puerta crujió bajo sus pies. Eso es bueno, pensó Tikhon. Su presencia no la puede esconder y que se escuchen pasos ajenos, no molesta.

En la cómoda terracita, ante la puerta, aparte de los dos sillones de mimbre, una mesita redonda y sobre ella, un bol y una tetera, unos estantes con libros y unos ganchos con ropa, no había más nada. Nuestro cineasta vive un poco desordenado, pensó Tikhon. Algunos libros y parte de la ropa estaban en el piso. Una personalidad exótica? Pero Tamara no dijo nada de eso.

De un tirón abrió la puerta de la siguiente habitación, protegiéndose con ella. La precaución se reveló innecesaria. El oscuro lugar estaba silencioso y solo había una luz titilante. En la terraza había un orden ideal en comparación con lo que Tikhon vio en esa habitación, la cual parecía un despacho. Ya desde el umbral, se tropezó con papeles, revistas y fotografías regadas por toda la habitación. El armario de libros estaba abierto y todo su contenido estaba tirado por el piso, todos los cajones del escritorio estaban abiertos. En el medio de la habitación estaba una silla volteada. En el rincón más lejano estaba un televisor prendido, sin volumen. Ese televisor daba una luz extraña ya que las cortinas, de la única ventana, estaban cerradas. En la pantalla un señor, bien vestido, hablaba.

A tres metros del televisor estaba un sillón alto. Al principio el sillón parecía vacío pero, cuando dio un paso hacia adelante, Tikhon vio, sobresaliendo del espaldar, la coronilla de una cabeza. La persona no se movía, ni siquiera ante la presencia del extraño; solo parecía mirar la pantalla insonora.

Tikhon hizo ruido caminando. Después tosió. La persona no reaccionó. Será que pasó la noche viendo la televisión y se quedó dormido? Pero por qué le cortó el sonido? Y quien corrió en el jardín?

Zakolov superó la primera inquietud y miró con más atención. La coronilla de la persona sentada en el sillón brilló extrañamente. A Tikhon incluso le pareció que era la cabeza de plástico de un maniquí. Alguien salió de la casa dejando una muñeca? Qué tipo de juego es ese?

Tikhon Zakolov, lentamente, rodeó el sillón. Su mirada no se apartaba de la lisa cabeza. Al principio el creyó distinguir el perfil de la persona, pero la mala iluminación no le permitió discernir del todo.

En la pantalla comenzaban unos documentales sobre la guerra. Mostraban la vida en las trincheras durante las noches. La habitación se hundió en la sombra. Dio tres pasos más y ya Tikhon estaba frente la oscura silueta en el hondo sillón. No era posible distinguir sus rasgos.

— Camarada Kasimov, — Tikhon dijo tímidamente. — Está durmiendo? —

Los viejos se quedan durmiendo viendo la televisión, pensó Zakolov y dio un paso adelante.

— Camarada Kasimov. — Tikhon se inclinó para sacudir al cineasta.

La mano ya llegaba al pecho de la persona sentada cuando en la pantalla aparecieron fogonazos de disparos de baterías “Katiusha”. La luz en la pantalla hizo ver la cabeza de un hombre canoso con una mirada de terror dentro de una bolsa de plástico. El muchacho dio un salto hacia atrás.

Los fogonazos en la pantalla se sucedían unos a otros y cada uno de ellos exponía un nuevo detalle del horrible cuadro. Los ojos brotados, la boca abierta, la bolsa de plástico amarrada al cuello, las piernas y brazos atados al pesado sillón. Pero cuando la pantalla mantuvo la iluminación constante, Tikhon observó lo más importante: En el lado izquierdo del pecho del hombre amarrado había una mancha de sangre.

Ya no había dudas. En el sillón estaba un cadáver en pijama azul.

11.– La Ciudad de los Muertos

Grigori Averianov gastó dos años en busca de personas que supieran algo sobre la estadía del paleontólogo Efremov en Khiva en 1944. El estudio de los archivos y los interrogatorios a los habitantes, durante visitas cortas, no fueron en balde ya que, como resultado, él encontró la casa donde el científico había estado varias semanas. Pero no hubo suerte ahí tampoco. En esa casa ya deteriorada vivía una nueva familia que nunca había visto al científico.

Un anciano, completamente sordo, que vivía enfrente vino en ayuda de los vecinos. Casi gritando, el abuelo contó que el anterior dueño de la casa, Ashmuratov, el comedido director del cementerio de la ciudad, el 9 de Mayo de 1945, cuando todos celebraban la victoria en la Gran Guerra Patria, agarró un sable bien afilado y en un arranque de ira, mató a la esposa. Después le cortó la cabeza al vecino, quien vino preocupado a causa de los gritos femeninos y, enseguida, atacó a cuatro policías armados. La lucha fue sangrienta. Ashmuratov mató a uno, hirió a otro, pero los otros agentes del orden lo bajaron a balazos.

Ashmuratov cayó aquí, descriptivamente mostró el anciano la puerta de entrada y, moviendo el índice dramáticamente, agregó, que pasó mucho tiempo para que alguien volviera a entrar a la casa maldita.

Preguntarle al viejo sordo acerca de la vida del director del cementerio antes de eso, fue inútil. Él culpabilizaba de la conmoción al espíritu del guerrero salvaje que salió de su antigua tumba e incitó al asesinato. Por esto, todo el cuento del anciano tomaba rasgos fantásticos.

Los archivos del Ministerio del Interior local confirmaron la evidencia de ese hecho trágico. En ese mismo archivo Grigori Averianov leyó que a la pareja de los Ashmuratov le sobrevivió un hijo de ocho años, Bakhtliar quien fue entregado a un orfanato en Tashkent.

La búsqueda del hijo de los Ashmuratov duró cerca de seis meses. El capitán Averianov encontró a Bakhtliar, ya de veintiocho años de edad, en la colonia Tobolskaia, un penal de máxima seguridad. A Ashmuratov, recientemente lo habían condenado a una segunda sentencia carcelaria por asalto a mano armada con lesiones corporales.

El delincuente reiterado, con cuello de toro y bíceps de acero, recibió al oficial de la KGB con gesto esperanzador pero, sabiendo que se trataba de los hechos del año 44, rápidamente se desentendió, bajó la mirada y decayó su ánimo.

— Jefe, dame un cigarrillo. — hoscamente pidió Bakhtliar, largo tiempo aspiró el cigarrillo y después, mirando al piso, dijo: — Yo recuerdo al tío Simeon. Así lo llamaba mi papá. Cuando él se instaló en la casa, mi mamá enseguida empezó a pelear con mi papá, porque aquel, de Moscú, venía a buscar la Ciudad de los Muertos. —

— La Ciudad de los Muertos? Que es ese lugar? —

— No sabes? Eso es raro. Yo pensé que tú venías por eso. Muchos quisieran ir allá. —

— Para…? —

— No sé. — Bakhtliar miró despreciativamente y calló.

— Ashmuratov, contesta la pregunta. — No se contuvo el oficial. — Que sabes de la Ciudad de los Muertos? —

— Está bien, jefe. Fue mi mamá quien me habló de eso. Muchos siglos atrás, el gran emir Tamerlán atacó a Khorezm. Él vino con su ejército a nuestra tierra varias veces. Khiva siempre mostró una resistencia desesperada, algunas veces hasta pagó rescate pero, de todos modos, fue tomada por los ejércitos de Tamerlán. El kan local y sus hijos habían construido un escondite subterráneo con entradas secretas y se escondió ahí. Tamerlán encontró una entrada y envió allí una escuadra armada. No regresó ninguno de sus soldados. Entonces Tamerlán envió una cantidad triple de sus soldados al subterráneo y no volvió ninguno tampoco. Entonces Tamerlán reunió una cantidad quíntuple de sus soldados de élite y, otra vez, los envió al estrecho túnel. Además, les ofreció, por la cabeza del kan, todos los tesoros que encontraran en el escondite subterráneo. Tamerlán esperó tres días, pero nadie volvió. Entonces, el furioso emir, ordenó liquidar una cantidad diez veces más de ciudadanos que sus soldados desaparecidos. Entonces llenó ese túnel de entrada con arcilla y todas las cabezas de los ejecutados para que nunca nadie pudiera salir de ahí. Desde ese entonces, a esos túneles bajo Khiva, los llaman la Ciudad de los Muertos. —

— Ok. Y entonces? —

— Al kan y a sus hijos no los vieron más nunca. Se dice que murieron en las trampas que ellos mismos ordenaron construir. Mi madre contaba que siempre hubo desesperados que querían hallar los tesoros que escondió el kan. Algunos hicieron aberturas entre el montón de cráneos, otros buscaron diferentes caminos, pero todo aquel que cayó en la Ciudad de los Muertos despareció sin dejar rastro.

— Y el tío Simeon de Moscú, también se dirigió hacia allá? —

— Él dijo que a él no le interesaba ningún tesoro. Él es un gran especialista de huesos y quería comprobar una vieja leyenda. Mi padre le mostró la vieja entrada al subterráneo la cual, Tamerlán, llenó con las cabezas cortadas. Pero este lugar, hace muchos años, lo habían tapiado con cemento, para quitarle la costumbre a todo el mundo de venir a probar suerte. Simeón simuló olvidarse de ese cometido, pero no fue así. Yo estaba pequeño y a mí me gustaba seguirlo. Él estudió todas las construcciones antiguas en la ciudad y, con frecuencia, llevaba instrumentos extraños, pero regresaba sin ellos. Algunas él fue al cementerio con mi papá y preguntaba cosas sobre las tumbas. Una vez fue, quien sabe dónde, y regresó con una caja pequeña metálica. Él estaba muy nervioso. Esa caja estuvo toda la noche en la casa. Yo recuerdo ese día. Esa fue la primera vez que mi papá le pegó a mi mamá. —

Bakhtliar calló. Averianov le dio un nuevo cigarrillo.

— De qué tamaño era la caja? —

— Ah? La caja? Como una caja para enviar cosas por correo, pero bien hecha. Era como un pequeño ataúd. Con una abrazadera arriba y una presilla por un lado. —

— Él la abrió? —

— No. Enseguida la metió bajo la cama. —

— Que más recuerdas de Simeón? —

— Al día siguiente, tomó la caja y se fue a la ciudad. En la casa había tristeza y yo, por costumbre, me fui tras él. Él se metió en una vieja torre de la fortaleza, yo no quise esconderme y entré también. Pero entonces sucedió algo extrañísimo. En la torre había una sola entrada. Simeón no salió por ahí, pero adentro tampoco estaba. Las paredes peladas, una escalera para subir; subí y llegué a un espacio techado y con almenas, no había nadie! El científico había desaparecido. —

— Pudo haber saltado. —

— Una persona no cabe por las almenas. —

— Y no lo viste más? —

— Claro que lo vi! Simeón volvió pero por otro lugar. En la mañana yo estaba en la casa y en la tarde fui al cementerio, donde mi padre. Yo quería que mis padres se contentaran. Mi papá salió del cementerio de último, cuando me lo llevé a casa. Nosotros ya estábamos cerca de la salida cuando, de repente, Simeón, desde adentro, nos alcanzó. Él estaba sin la caja y todo lleno de tierra, como si hubiera salido de una tumba. Mi padre estaba disgustado y no puso atención a eso, pero Simeón sonrió y dijo que ya había cumplido su asunto y se iría al día siguiente.

— Se fue? —

— Si, al día siguiente. Yo me quedé pensando: “Como llegó al cementerio?”. Desde la ciudad no podía llegar, está en el otro extremo. Yo recordaba la dirección, desde la cual, él llegó a las puertas. Ahí, en una esquina, estaba una cripta abandonada. Yo fui hasta allá, la lápida estaba ladeada, miré el interior y, en vez de un muerto lo que había era un vacío negro. —

— Como que un vacío? —

— Un hueco! El fondo no se veía. Yo creo que era una entrada a la Ciudad de lo Muertos. —

Averianov ladeó la cabeza para mirar a Bakhtliar y, por supuesto, le preguntó:

— Claro que entraste ahí, no? —

— Al principio me dio miedo entrar, pero al mes fui ahí de nuevo, moví la lápida y miré el foso profundo, parecido a un pozo. No quería bajar solo y se me ocurrió algo. Nosotros teníamos una perra, Zhulia, la cual tirábamos en cualquier lado, pero ella siempre volvía a casa. Yo la bajé a la fosa. Los primeros días ladraba, mirando hacia arriba. No le dí ni agua ni comida así, que tuvo que meterse más adentro. Yo pensé que si ella encontraba otra salida, volvería a casa. Era una perra muy inteligente. Si ella volvía al pozo, yo la hubiera sacado. Y la esperé una semana, pero Zhulia no volvió. —

— Y tú no te arriesgaste? —

— Nooo, jefe. Yo recordaba muy bien los cuentos terribles de mi mamá sobre la Ciudad de los Muertos. — Literalmente, Bakhtliar volvió a los recuerdos de su infancia, pero enseguida se compuso y volvió a ser el duro convicto.

— Me mostrarías ese pozo? —

— Todavía tengo siete años para pasar aquí. — se sonrió Ashmuratov.

— Te ayudaré a salir de aquí si bajas a ese pozo y encuentras la caja metálica que tenía Simeón. —

Bakhtliar se rio nerviosamente.

— No jefe. Yo todavía quiero vivir. Búscate otros pendejos. De la Ciudad de los Muertos nadie ha regresado. —

— Y Simeón? Como lo consiguió él? —

— Pregúntale. —

— Está muerto. —

— De muerte natural? —

— No exactamente. —

— Viste? Los espíritus malos de la Ciudad se vengaron. —

Grigori Averianov se disgustó.

— No me vengas con esas estupideces de espíritus! Tú lo que tienes es miedo. Muéstrame dónde está ese pozo y yo consigo unos tipos más arrechos que tú! —

— Candidatos a morirse siempre sobran. —

— Entonces, vas a decirme donde está el pozo? —

— Oye jefe, tenemos pocos cigarrillos. —

Averianov sacó la caja de cigarrillos, ya abierta, y trató de entregársela al convicto.

— Eso es poco. Jefe. —

— Te voy a dar veinte cajas. —

— Y cañita nunca tenemos. El cuerpo lo pide. —

— Dime donde está el pozo y tendrás licor. —

— No me estás engañando? —

— Yo no soy policía. —

— Lo adiviné. Dame un papel. Aquí está la muralla de la ciudad y aquí el viejo cementerio. En la esquina había una cripta, pero en vez de una tumba hay una fosa profunda. Mi padre me dijo que, en tiempos antiguos, así escondían los pozos de los enemigos. Pero yo te digo que ese hueco no se parece a un pozo. Por ahí salió Simeón.

12.– El cadáver en el sillón

Cuando constató que era una persona muerta lo que estaba frente al parpadeante televisor, Tikhon Zakolov palideció de terror. Él había olvidado completamente que a su espalda estaba la puerta de la entrada principal, la cual él no se había molestado en revisar.

Y ahí, en impermeable y con guantes, muy atento al que había entrado a la habitación, estaba escondida una persona. Cuando se dio cuenta de que habían descubierto el cadáver, se puso el sombrero, tomó el maletín negro, lleno de papeles y, sin hacer ruido, salió de la casa por la puerta principal. En una esquina de la calle, el tipo en impermeable, halló un teléfono público, comprobó que no hubiera gente cerca y marcó el número 02 de la policía. Tapando el micrófono con un pañuelo y hablando atropelladamente, el tipo del impermeable informó que en la casa del conocido cineasta se escucharon gritos horribles como si hubieran matado a alguien y colgó la bocina.

Después de la primera ola de pánico, Zakolov se tranquilizó y apagó el televisor. En el centro de la habitación se formó un cono de luz sobre el cadáver. Tikhon corrió la cortina de la ventana un poquito. La luz natural que se coló por la abertura hizo que el cuadro del asesinato no fuera tan dramático. El joven llamó a la muchacha y la encontró en el umbral de la puerta de la habitación.

— Tamara, llegamos tarde. Aquí mataron a alguien. Ahorita lo verás… respira tranquila, Tamara. — Zakolov tomó a la muchacha pálida. — No te vayas a desmayar. No me gustaría. Aguanta. Es necesario que reconozcas a Kasimov. Después nos iremos. —

Él llevó a la muchacha hacia el sillón sosteniéndola por la cintura.

— Es Malik Kasimov? —

Tamara asintió nerviosamente, se pegó a Zakolov y, con voz temblorosa, preguntó:

— Que pasó aquí? —

Tikhon suspiró fuertemente.

— Yo creo que todo fue muy sencillo. A Kasimov lo levantaron de la cama en el medio de la noche. Lo amarraron del sillón y empezaron a torturarlo. La tortura no fue sutil. Le ponen una bolsa en la cabeza, esperan que se empiece a ahogar, se la quitan. Y, de nuevo, le hacen la pregunta. Actuaron calculadamente y a sangre fría. Observa, lo trajeron desde el dormitorio a esta oficina. Esta habitación está en el centro de la casa y aquí hay una sola ventana. Para que no se escuchara nada, cerraron las cortinas y encendieron el televisor. — Zakolov hizo un recorrido con la vista de la habitación revuelta. — Ellos buscaban algo, y él no quiso entregarlo. Kasimov tendría dinero? —

— Poco probable. —

— Y yo lo creo. Juzgando por el papelero regado, los asesinos no buscaban cosas valiosas, sino documentos. —

— Asesinos? Eran varios? —

— Por lo menos, dos. —

— Explícate. —

Tikhon miró con asombro a Tamara, la cual, minutos antes, temblaba de miedo. Ahora, se desentendió del cadáver y, con curiosidad, examinaba la habitación. Una verdadera periodista. Nada que decir.

— Dos. Porque, mientras uno lo sostenía, el otro lo amarraba. Mira, el rostro de la víctima no tiene golpes. El pijama no está roto. Inclusive todos los botones están en su sitio. Si hubiera actuado uno solo, tendría que haberlo ahorcado o golpearlo fuertemente antes de atarlo.

— Que documentos buscarían? —

— Se me ocurre que ellos están interesados en lo mismo que nosotros. —

— Por qué crees eso? —

— Ayer alguien, fuera de la ventana, nos escuchó. Nosotros dijimos que hoy vendríamos donde Kasimov. Y decidieron adelantársenos. —

— Que mala suerte! Llegamos tarde! —

— Tú lo sientes porque mataron a una persona o porque se perdieron unos documentos? —

— Que clase de pregunta idiota es esa? —

— Solo quiero entenderte mejor. —

— Yo necesito saber dónde está el cráneo de Tamerlán! —

— Gracias por la sinceridad. —

— Te gustan las palabritas, no? Los asesinos pudieron haber venido después de nosotros. Y torturar, y matar. —

— Eso es lógico. A propósito, te puedes quedar tranquila. Los asesinos no consiguieron la información. —

— Por qué estás tan seguro? — Una alicaída Tamara se alegró y miró, esperanzada, a los ojos de Zakolov.

— A Malik Kasimov lo torturaron hasta nuestra llegada. Significa que él no dijo nada a los asesinos. Y él no murió asfixiado. —

— Y de que murió entonces? Tiene una bolsa en la cabeza. —

— Antes de morir asfixiada, la persona pierde el conocimiento. Los ojos y la boca estarían cerrados. Kasimov murió instantáneamente. Mira la mancha oscura en el lado izquierdo del pecho. Le dieron una cuchillada directamente en el corazón. Yo traté de sentirle el pulso en el cuello. La piel todavía estaba tibia. Los asesinos oyeron nuestros timbrazos, le cortaron el sonido al televisor y le pusieron la bolsa de plástico a Kasimov. Cuando vieron que de todas maneras entramos, para mayor seguridad lo acuchillaron y se fueron por el jardín. Por cierto, yo escuché sus pasos. — Tikhon reflexionó y recordó algo. Con decepción se mordió los labios y dijo: — Espera…, yo escuché los pasos de una sola persona. —

Se volteó y abrió la puerta del pequeño zaguán. La puerta de entrada a la casa estaba abierta.

— Como no se me ocurrió revisar toda la habitación! Ellos se fueron por caminos diferentes. Y uno de ellos se quedó hasta el final observándonos. Él vio cuando pasamos al jardín. Esperó para ver si entrábamos a la casa. Para ver si encontrábamos el cadáver. Si es así, — Zakolov pasó su mano por la frente. — Si es así, debemos salir de aquí lo más rápido posible. —

— Espera. Debemos averiguar dónde está el cráneo de Tamerlán. — Tamara estaba arrodillada revolviendo y buscando entre las fotografías.

— No toques nada! No hay que dejar huellas digitales! —

— Ya yo estuve aquí. Kasimov me mostró las fotografías. — la joven movió los hombros, indiferente. — Él sugirió que conoce el camino al secreto. —

— Como que sugirió? —

— No dijo nada concreto. Pero en los ojos se le vio seguridad. —

— Temo que tenemos poco tiempo. —

— Claro. Hay que ponerse a buscar. —

Zakolov quiso insistir, pero tuvo dudas. Veinte minutos antes, él invadió la propiedad y después se metió en la casa, sin invitación. La muchacha está buscando y no la molesta el cadáver presente, y él…

Zakolov paseó la vista por la habitación. Buscar en el desorden de los papeles no tiene sentido, pasarían horas. Entre los libros notó a los autores Conan Doyle, Agatha Christie y George Simenon. Quiere decir que al difunto cineasta le interesaban los policiales clásicos. Y alguno de los grandes autores escribió: la mejor manera de esconder algo, es ponerlo en el sitio más visible. Vamos a partir de eso. Que es lo primero que salta a la vista cuando se entra en la habitación?

Tikhon se fue hacia el umbral.

— Te vas? — irónica, preguntó Kushnir y siguió buscando entre los papeles, de manera desordenada.

— No molestes. Tienes algo que hacer, hazlo. —

De nuevo, Zakolov revisó con la vista el desordenado despacho del cineasta. Además del gran escritorio y el armario para libros, donde se concentraron los asesinos, a la vista se manifestaba la pared, llena de fotografías. Había fotos interesantes del trabajo de Kasimov así como fotografías del cineasta con amigos y colegas.

Tikhon se paseó a lo largo de la pared mirando los paisajes, los monumentos arquitectónicos y los rostros de las personas. Había una treintena de fotografías. En algunas se veían construcciones de la edad media. Es posible que, entre ellas, el cineasta hubiera colocado el sitio concreto donde estaba el cráneo de Tamerlán. Pero Kasimov había dicho que él no sabía dónde estaba el sitio, y eso seguramente era verdad. Él también mencionó a la gente de la KGB y al arqueólogo. Ellos están directamente relacionados con el secreto. En las fotografías había militares, pero esas eran del tiempo de la Gran Guerra Patria. También había fotos de grupos de arqueólogos. Se les podía reconocer por la ropa polvorienta, las barbas, el tipo de sombreros y la piel tostada por el sol.

Cuál era la fotografía importante? Donde estaba la pista?

Zakolov volvió la espalda a la pared y miró los ojos muertos de Kasimov. Hacía media hora esta persona estaba viva. Pero lo que era asombroso es que en el instante antes de morir él no miraba al asesino! El que sostenía la bolsa plástica estaba a su espalda y el que lo acuchilló estaba de frente o a su izquierda. La cabeza estaba, claramente, ladeada a su derecha y miraba las fotografías en la pared!

Tikhon trató de determinar la dirección exacta de la mirada. Se empezó a mover a lo largo y a espaldas de la pared, agachándose o estirándose, mientras no sintió los ojos muertos dirigidos directamente a sus ojos. Tratando de no mover la cabeza, mientras estaba semiagachado, se volteó. Su nariz apuntaba a una extraña fotografía.

Era la foto de Malik Kasimov en algún museo de pintura frente a un cuadro abstracto. El cineasta tenía un libro en su mano y miraba ese cuadro. En él estaban representados diferentes figuras geométricas y puntos. Las figuras formaban un patrón incomprensible. El cuadro no recordaba ningún trabajo conocido de los abstraccionistas.

Alguna nueva dirección en el arte contemporáneo, simbolismo o geometrismo, pensó Tikhon. Solo, que hace aquí esa fotografía ordinaria?

Zakolov se volteó para preguntarle a Kushnir sobre la fotografía. Entre ellos había una banda de luz solar desde la ventana. Él pronunció el nombre de la muchacha al mismo tiempo que vio pasar una sombra por la zona iluminada. Hay alguien en el patio. Los asesinos? Solo eso faltaba!

Tikhon le hizo señas de silencio a la muchacha y de no levantarse y, sin hacer ruido, se dirigió a la puerta trasera. Cuando vio hacia afuera, se dio cuenta de que la situación nueva era peor que el regreso de los asesinos. Desde afuera se acercaba un policía. El funcionario caminaba agachado pero había olvidado la gorra alta que se movía en la parte baja de la ventana como una decoración en un teatro de marionetas.

Salir al patio por la puerta de atrás, no era posible.

Zakolov tomó la mano de la muchacha y se dirigió hacia la puerta principal. Tamara agarró la paca de fotografías. Llegaron rápido al zaguán cuando notaron, con pánico, que la puerta principal se abría lentamente. La policía, sorpresivamente, había calculado bien esta vez. Los dos caminos de escape, estaban bloqueados.

Zakolov y Kushnir estaban en una trampa junto al cadáver del respetado cineasta, el cual, todavía no se había puesto rígido.

13.– Entrada a la Ciudad de los Muertos

Por el dibujo sencillo que hizo el convicto Bakhtliar Ashmuratov, el capitán de la KGB, Grigori Averianov, encontró, aunque no enseguida, en uno de los cementerios de Khiva una antigua y singular tumba sin cadáver. Él corrió la lápida y vio una fosa rectangular oscura. El rayo de luz de la potente linterna se movió por las paredes de piedra y apuntó hacia lo profundo. Con una escalera de cuerdas el capitán bajó. Abajo en el fondo, en la pared se abría un estrecho agujero, a través del cual la luz de la linterna se ahogaba en la impenetrable oscuridad.

Averianov retrocedió ante el agujero y se limpió el sudor frío con su mano temblorosa. Un olvidado hecho que le causó terror en la infancia se instaló de nuevo en su cerebro y le aprisionó los hombros. Estando de visita donde los abuelos, el pequeño Grigori se quedó encerrado en un sótano oscuro. Solo estuvo preso en la húmeda mazmorra dos horas pero a él le pareció que había pasado toda una semana. No importa cuanto lo tranquilizaron después, esa fobia infantil, quedarse encerrado bajo tierra y sin luz, se instaló para siempre en la conciencia de Grigori Averianov. Él se avergonzaba de eso, pero no podía hacer nada, el terror era más fuerte.

El capitán subió de nuevo a la superficie y tapó la tumba. Lo más importante es que él había encontrado una entrada a la misteriosa Ciudad de los Muertos. Ahora él podría encomendar el trabajo a los especialistas. Y con eso se tranquilizó.

A la semana siguiente, un arqueólogo experimentado bajó al subterráneo. Los ojos de este brillaron de éxtasis anticipando descubrimientos importantes. El capitán solo necesitaba la caja de metal en forma de urna. Él estaba listo para conceder el honor del descubridor al científico.

Grigori Averianov esperó al arqueólogo 24 horas seguidas. Después tres largos días. Él temía, alejándose de la tumba, no estar presente cuando regresara el científico con ese hallazgo valioso para el estado. Pero pasó una semana completa y no apareció nadie desde el foso.

Siguiendo la opinión generalizada de que, para el estudio de los subterráneos era absolutamente necesario un especialista en cuevas, Averianov se trajo a la Ciudad de los Muertos a otro arqueólogo junto con un espeleólogo. El capitán esperó en la cripta, mirando constantemente el reloj. Al principio habían acordado ocho horas para regresar, pero estas pasaron y nadie apareció. El minutero dio todavía igual cantidad de vueltas y no hubo ni un sonido desde el subterráneo. Pasaron tres días y ya fue claro que los científicos también desaparecieron.

Averianov recordaba las horribles historias que oyó sobre la Ciudad de los Muertos y preparó la siguiente expedición muy cuidadosamente. El capitán halló al mejor escalador, a un experimentado espeleólogo y a un alpinista, vencedor de varias montañas de siete mil metros. Para su protección le fueron asignados dos miembros armados de las fuerzas especiales de la KGB. En calidad de especialista de conservación de antigüedades, Averianov escogió a un joven arqueólogo. A esa expedición se le suministro los aparatos de radio más modernos. El grupo fue unido con una cuerda de nylon, uno de cuyos extremos se quedó en la superficie.

La expedición, la cual constaba de seis personas bajó a lo desconocido al amanecer. Averianov notó que el escalador y el alpinista se persignaron. Averianov, comunista él, lo hubiera hecho también si eso hubiera ayudado al éxito de la empresa. Los primeros minutos se escuchaban las voces alegres, después se cortó la conexión de radio. Pero esto era de esperarse ya que el espesor de tierra entre ellos era grande. Averianov contaba con el restablecimiento de la señal si, de repente, la expedición salía a la superficie en otro lugar.

Grigori Averianov controlaba el movimiento del grupo con la cuerda de nylon. La gruesa bobina giraba tranquilamente, eso quería decir que la expedición avanzaba en la profundidad. Cada quince minutos había dos tirones de la cuerda, entonces todo iba como planeado, sin accidentes.

Pero después del quinto lapso de un cuarto de hora correspondiente, hubo tres fuertes tirones de la cuerda. Peligro! Entonces la bobina giró más rápido y de nuevo, tres tirones! Y el capitán sintió que la cuerda se aflojó, que ya no tenía tensión. Sería que estaban regresando?

Él recogió algunos metros de la cuerda y entonces haló con fuerza. Esto era una pregunta: Todo está bien? En lugar de respuesta la cuerda cayó al piso sin fuerza. El capitán haló otra vez y no hubo ninguna resistencia. Entonces, de una manera desesperada, empezó a halar y halar hasta que apareció la punta ennegrecida de la delgada cuerda.

Después de la desaparición de los miembros de las fuerzas especiales, la alta jefatura de la KGB llamó la atención de lo desordenado del comportamiento del capitán Averianov. Por añadidura, en Uzbekistan corrieron los rumores de que la KGB resuelve el problema de los ciudadanos “incómodos” con secretas cárceles subterráneas. El detallado informe de Averianov sobre las no exitosas expediciones no satisfizo a las autoridades de la KGB. Era difícil creer en la desaparición de nueve personas sin dejar rastros. En cualquier caso dieron la orden de buscar a los desaparecidos en todo el país; lo cual no dio resultado. A Grigori Averianov le prohibieron ir a Asia Media durante varios años, a pesar de sus argumentos sobre la importancia para el país de seguir buscando el cráneo del poderoso Tamerlán. En esos años ya Khrushchev no gobernaba la Unión Soviética y los nuevos gobernantes creían más en la fuerza de las cabezas termonucleares que en la de huesos antiguos.

“Para nosotros es suficiente el poder de los difuntos en la Plaza Roja, — bromeó el alto miembro del Comité Central del PCUS en una conversación con el director de la KGB. — Stalin y Lenin protegen al Kremlin de cualquier peligro.”

El director de la KGB no discutió. Pero como buen pragmático pensó que, reprimir al pueblo dentro del país, es un tipo de fuerza; y conquistar países extranjeros es, absolutamente, otro. Tras largos años de servicio en la seguridad del estado, se había encontrado con hechos tan improbables que no descartaba nada místico. Cualquier milagro debía servir al país, por eso, el director de la KGB emitió una orden secreta y fue enviada en un sobre especial a la sección de la KGB en Samarkanda.

Antes del envío, eliminó la prohibición a Grigori Averianov:

— Como muestra de respeto hacia tu padre te nombro coordinador de este asunto. En cuanto nuestra paloma mensajera llegue a su nido, tú serás notificado. Espera y ármate de paciencia. —

La espera de Grigori Grigorievich Averianov se estiró largos años.

14.– Escape de la trampa

Tikhon tomó a la muchacha por el codo, mirando hacia la puerta que se estaba abriendo. Ahorita los encuentran en el lugar del crimen y entonces los arrestarán. Demostrar su no participación en el horrendo crimen del cineasta va a ser difícil, sino imposible. Correr hacia el jardín no tiene sentido, allá también hay un policía. Y si se meten al dormitorio y salen por la ventana? El ruido va a ser inevitable. Te van a agarrar al tratar de salir por ella. No, por ahí no podemos escapar.

La puerta se está abriendo, un instante más y ellos caerán en las manos de los funcionarios armados, como pajaritos.

Y entonces Zakolov tuvo una idea. Le susurra a Tamara:

— Ponte de espaldas a la puerta y quédate quieta hasta que yo te llame.-

No quedaba tiempo para más explicaciones. Tikhon expuso el cuerpo de la muchacha frente a la puerta y él se escondió tras el batiente que se abría. Este ya estaba perpendicular a la salida cuando el policía, viendo a Tamara, ordenó:

— Detente, no te muevas! —

El funcionario dio un paso adelante. Zakolov esperaba justamente eso. Haló suavemente la pesada puerta, para que pareciera que fuera por inercia y entonces la devolvió violentamente. La puerta vibró por el fuerte golpe contra la frente del policía. Este cayó noqueado. La pistola rodó por el suelo y se detuvo a los pies de la muchacha. Tikhon tomó a la desconcertada muchacha la empujó hacia la puerta y pasaron ambos sobre el policía desmayado.

Tamara se dirigió a la reja abierta que conducía a la calle. Tikhon le quitó las fotografías que ella tenía en sus manos y las tiró al suelo, la tomó por el talle y se dirigió hacia un ángulo de la casa.

— No hay que apurarse hacia la calle. Pensemos lógicamente, -le susurró llevándosela hacia el jardín. — Ahora el segundo policía viene ayudar al otro y cuando vean el papelero ahí tirado ante la salida, van a correr hacia la calle. Mientras tanto nosotros nos vamos por el jardín. —

Y así resultó. Los dos policías, maldiciendo, atravesaron la reja de salida. Los dos jóvenes saltaron tranquilamente la valla trasera y, sin ser molestados, salieron a la calle paralela.

Cuando llegaron al apartamento de Kushnir, Tikhon, apartando toda galantería, interrogó a la chica:

— Tamara, es hora de hablar seriamente. Alguna cosa no me has dicho. Quien son los otros que buscan lo mismo que nosotros? —

— Ya te lo dije. Es la KGB. Después del artículo interrogaron a todos. Y hasta me siguieron! —

— Hasta ayer yo también pensaba eso. Pero la seguridad del estado no actúa así. Ellos, simplemente, hubieran arrestado a Kasimov, hubieran utilizado sus métodos acostumbrados y si había que desaparecer a alguien hubieran montado el teatro de un desgraciado accidente. Esto fue el trabajo de unos malandros crueles. —

— Y si alguien de la KGB actúa, sin órdenes, por su propia cuenta? —

— No. A Kasimov no lo visitaron ellos. Por lo que se ve, estos tipos son malos, pero no profesionales y no del sistema. Quien más puede saber acerca del secreto relacionado con el cráneo de Tamerlán? A quien más le contó esta historia el cineasta? —

— A más nadie. Yo fui la primera. Recuerda, yo fui donde él para entrevistarlo acerca de la guerra. Pero ese increíble secreto ya lo estaba quemando. De tal manera que lo dijo y se sintió más aliviado. —

— Ya lo dijo Sócrates, es más fácil para una persona mantener una aguja caliente en la lengua que guardar un secreto. —

— Sí. Y tú, por lo que veo, eres leído. Citas a Shakespeare y a Sócrates. Menos mal que estudias tecnología. —

— La educación técnica es más amplia que la humanitaria. —

— Y eso por qué? —

— Porque un físico o matemático instruido puede dominar todo lo que sabe cualquier periodista. En cambio tú, no sabes por qué se prende un bombillo, por qué trabaja un televisor o por qué vuelan los aviones. —

— Que? Pregúntame… —

— Bueno, por qué vuelan los aviones? Uno grande, pesado. —

— Porque tiene alas, como las aves. —

— El avión no mueve las alas.. —

— No molestes! —

— Te das cuenta?… Ok. Nos distrajimos. Zakolov se secó las cejas y, de nuevo, se dirigió a la muchacha: — Dijiste que todos los ejemplares del periódico con el artículo fueron recogidos. Todos salvo el que tú escondiste. Es así? —

— El jefe de redacción, que destituyeron, también guardó uno. —

— Quien es él? —

— Un tipo normal. David Bakhtangovich. Veinte años en el periodismo. Excelente periodista, si quieres saber! No tuvieron clemencia. Lo botaron sin derecho a trabajar en otros medios de comunicación. Te imaginas? —

— Me imagino lo indignante. —

— Y como! Es georgiano, llevan el orgullo en la sangre. Lo botaron como a cualquier zagaletón. —

— Oye, un georgiano en la capital de Uzbekistán? —

— Epa, tecnólogo, límpiate los ojos, estamos en el siglo veinte! Tashkent siempre fue una ciudad internacional. Y después del terremoto del 66, todo el país vino a ayudar. Yo soy judía, él es georgiano y después que lo sacaron, el periódico lo dirige un armenio. A propósito, te voy a decir un hecho interesante. En el mundo hay dos naciones muy antiguas, las cuales no se ubican en su patria histórica. —

— Espera, ya te lo voy a decir. Los hebreos y…. —

— Y los armenios. Esos pueblos nunca conquistaron a nadie, y si pelearon, fue solo por su tierra. A ellos, por lo contrario, los oprimieron y exterminaron, pero los sufrimientos los endurecieron. Los judíos y los armenios están dispersos por todo el mundo, se les puede encontrar en cualquier país, en cualquier continente. Por todo eso, ellos no olvidan sus raíces históricas y se enorgullecen de su nacionalidad. —

— Enorgullecerse de su nacionalidad es lo mismo que enorgullecerse porque naciste un martes y no un miércoles. La persona debe enorgullecerse por sus propios logros. —

— Si eres obstinado!. Zakolov, olvídate un poco de tu lógica lineal. Hay valores supremos. —

— Si los hay. No lo discuto. Son las cumbres en la ciencia y el arte que alcanzó la humanidad. Y en eso no es importante la nacionalidad de esos gigantes del razonamiento cuyos frutos utilizamos. —

— Como sea. Para mí no es igual. —

— Bueno. Otra vez nos desviamos del asunto. Volvamos al redactor. Que crees tú? A este David Bakhtangovich también se le puede ocurrir ponerse a buscar el cráneo de Tamerlán? —

Tamara arrugó la frente y ponderó la pregunta. Zakolov continuó: — Quizás él también quiere hacer justicia y conservar su trabajo. —

— Yo hablé con él. Bromea, se mantiene alegre, pero se ve que no está bien. Sin embargo, como decirte? Él es un trabajador de oficina, acostumbrado a lidiar con papeles y una aventura real no puede imaginarla. —

— Eso depende de cuál es el objetivo. En cualquier situación mucho se resuelve con la motivación. Nuestros adversarios ya mataron a alguien, eso significa que nos metimos en algo muy serio. Tú te atreverías a matar a alguien solo para que te devuelvan tu trabajo? —

— No. Pero yo soy una mujer. —

— O sea, para esos trabajos sucios existen los hombres? Caballeros andantes como yo? —

— Zakolov, deja de hacerte el payaso! Mejor dime que hacemos ahora. Ya no está Kasimov, botaste las fotografías que tenía en mis manos, y ahí estaban el mausoleo y mezquitas de la época de Tamerlán. Es posible que Kasimov fotografiara estos sitios con alguna intención. —

— Yo me imagino que tú conoces esos lugares muy bien. —

— Claro. —

— Significa que nosotros no necesitamos las fotografías. O en una habría alguna nota y tú olvidaste en cual. —

— Cual nota? —

“– Aquí, bajo estas piedras está el cráneo de Tamerlán. –”

— Muy chistoso. —

— Para que queremos fotografías sin notas? —

Tamara se entristeció. Tikhon se puso pensativo, bajó la cabeza, cruzó sus dedos. Sus labios pronunciaron suavemente: “sin notas, sin notas.”. Y de repente reaccionó:

— En el despacho de Kasimov vi una foto curiosa! Y creo que ahí hay una nota.

— Por qué no lo dijiste? Dónde? Cual foto? —

— En la pared. Recuerdas la pared que tenía aquel montón de fotos? —

— Sí. —

— En una de ellas está Kasimov, en algún museo, mirando un cuadro extraño.

— Y? Que nota viste ahí? —

— En el cuadro hay un dibujo raro con símbolos. Podría ser un mensaje cifrado. —

— Es arte abstracto, Zakolov! Los pintores no se ponen con esas cosas. —

— Es posible. Pero no te dije lo más importante. En el momento de morir, Kasimov no miraba a cualquier lado sino justamente hacia esa foto —

— Tú crees que eso es importante? —

— Claro! Él estaba mirando aquello, por lo cual moría! —

— Y que había ahí? —

— Tengo que recordar el dibujo. —

Zakolov saltó, tomó una hoja de papel y se concentró en dibujar símbolos. Tamara miraba por encima del hombro. Tikhon dibujaba símbolos angulosos, borraba algunos, dibujaba de nuevo, se quedaba pensando y de desesperación mordió el lápiz. Después tiró el papel, rompió el lápiz y apretó el puño.

— No puedo recordar con exactitud! En el cuadro también había puntos. Que probablemente significaban algo también. Lástima que no agarré la foto. Y volver a esa casa no es posible. La policía estará trabajando en las evidencias.-

— Espera. — Tamara apretó el hombro de Tikhon. — Cuando lo entrevisté yo le pedí a Kasimov fotografiarlo para el periódico. Al principio se negó, pero después se paró al lado de esa pared, me dio instrucciones y el mismo estableció la luz. Tomé la foto, pero en el periódico no la colocaron en el artículo. —

— La tienes todavía? —

— Sí. Ayer quería mostrártela. Ya va. — La muchacha abrió un cajón, sacó la foto y se la dio a Zakolov. — Mira, él está al lado de ese cuadro!

15.– La última fotografía de Kasimov

Con agitación, Tikhon tomó la pequeña foto y la miró con atención. Era incómodo observar el rostro vivo de alguien recientemente asesinado. Malik Kasimov miraba el objetivo como desafiando al observador y preguntándole: Yo soy una persona meritoria y tú, quién eres? La sombra que había a la derecha no dejaba ver las fotografías de ese lado de la pared, pero a la izquierda se veía claramente la foto que interesaba a Zakolov.

Tikhon acercó la fotografía a sus ojos, tratando de distinguir los símbolos en el cuadro.

— Tú no conoces el autor de esa pintura? — preguntó a la muchacha.

— No. No parece de la escuela europea y menos, oriental. Por lo menos en ningún museo de Tashkent está. Eso te lo aseguro. —

— Me imagino que en otros museos tampoco. Es posible que eso sea un fotomontaje. Kasimov era un profesional. —

— Y que te dice todo eso? —

— Si fue él mismo que escogió eso para tratar de decir algo, y en el contexto de la conversación sobre Tamerlán entonces… —

Entonces sonó el timbre del apartamento. Zakolov y Kushnir intercambiaron miradas preocupadas.

— La policía no puede involucrarnos tan rápido. — Tikhon trató de tranquilizar a Tamara, pero para sus adentros, pensó: “A menos que se lo hayan dicho nuestros misteriosos adversarios”.

Un nuevo timbrazo insistente puso a temblar a la muchacha. Zakolov tomó sus manos, calculando las posibles variantes. Los habrían visto en la casa de Kasimov o no? Dejaron huellas o no? Debimos habernos cambiado de ropa enseguida.

Enseguida después del tercer timbrazo se oyó la voz impaciente de Evtushenko:

— Tikhon, Tamara, soy yo, Sasha! —

— Como lo olvidé! — Zakolov se golpeó la frente y fue a abrir la puerta.

— No molesto? — sonriendo irónicamente, Evtushenko entró al apartamento.

Involuntariamente, Tamara se arregló el cabello.

— Donde estuviste? — Preguntó Tikhon, sin hacerle caso a la indirecta. — Si yo te contara! —

— Me fui a ver Tashkent. Somos turistas, no? Y ya que ustedes no me llevaron… —

— Pero no sirvió de nada. Si hubieras ido a la casa del cineasta y hubieras vigilado mientras estábamos adentro, muchas cosas serían más claras. —

— En la noche se va el tren. Lo recuerdas, no? —

— La noche es la noche. Ahorita es el día. — Gruñó Tikhon y, de nuevo, se dedicó a mirar la fotografía.

— Que es eso? — Se interesó Alexander. — Kasimov? —

— A mí no me interesa él, sino el cuadro. Pero la foto es muy pequeña. — Hay unos dígitos, pero son difíciles de ver. —

— Dígitos? — se extrañó Evtushenko. — Estamos jugando a los espías? —

— Por ahora, a los arqueólogos. Pero es un juego muy peligroso. Ya hoy mataron a una persona. —

— Kasimov. — dijo Evtushenko.

— Como lo sabes? Ya hablan de eso por ahí? — Se preocupó Tamara.

— Se me ocurrió, porque ustedes fueron para allá. —

— Tienes razón. Unas bestias lo mataron justo antes de nuestra llegada. En su casa encontramos solamente el cadáver. —

— La policía casi nos agarra! — dejó escapar Tamara. — Apenas pudimos salir.

— Vaya, vaya! Buen comienzo. —

— Así es. No pudimos hablar con Kasimov. Mira, él es quien está en la foto. Eso fue hace tres semanas, él estaba bien y sano. Esta, probablemente, es su última fotografía. — Decepcionado, Tikhon apartó la foto.

— Si es muy pequeña, entonces no hay sino que agrandarla. — propuso Alexander.

— Claro! Tamara, todavía tienes el negativo? Dónde está? —

— No fui yo quien la imprimió, sino nuestro fotógrafo de la redacción. Ni siquiera tengo el equipo de impresión. —

— Él te devolvió el negativo? —

— No. Para que yo lo querría. Él se quedó con el rollo. —

— Puedes llamarlo por telefono? Es necesario hacer ese agrandamiento inmediatamente. —

— Voy a llamarlo. Vamos a ver si está en casa. —

— Trabaja en su casa? —

— Román Kireev no es un trabajador fijo del periódico, es contratado, como yo. —

— Espera, voy a ver si no nos están escuchando otra vez. — Zakolov se asomó a la ventana y constató que el patio estaba vacío, entonces le dijo: — Puedes telefonearle. —

Tamara Kushnir marcó el número, le respondieron, coqueteó unos minutos con el interlocutor y, de repente, gritó:

— Román tiene los negativos! Que de qué tamaño quieres la foto? —

— Él vive lejos? —

— No mucho. —

— Dile que vamos para allá. Yo le mostraré. —

Rápidamente, Tamara se puso de acuerdo con Román y colgó la bocina. En sus ojos había chispazos de pasión cazadora:

— Tú crees que estamos en la dirección correcta? —

— Puede ser. —

— Román nos espera.

— Vamos! —

La muchacha se preocupó:

— El policía me vio en la casa de Kasimov. De repente me reconocen. —

— No te preocupes. El policía notó a una muchacha desconocida, la vio de espaldas y, apenas, un segundo. En este caso que mira un tipo? —

— El peinado? — dudó Tamara.

— Y tú, qué opinas Alexander?

— El trasero. — sonriendo, agregó Evtushenko.

— Eso está más cerca de la realidad. En ese momento no tuvo tiempo de ver más arriba de la cintura. Y ahora, nuestro problema es dirigir nuestra atención a otra cosa. Tienes una mini-falda? — preguntó Tikhon a la muchacha. Tamara asintió. — Entonces póntela. Mientras más corta, mejor. No olvides unos zapatos acorde con la mini. Y hazte una cola de caballo con una cinta bien llamativa.

Tamara se dirigió a la habitación pero Tikhon la detuvo en la puerta y le dijo que se volteara.

— Sasha, imagínate que eres un policía. Mírala y trata de recordarla ahorita enseguida. —

Cuando Tamara volvió, en tacones altas y mini-falda de tela de jeans, con una blusa clara suelta y con su cabello recogido en cola de caballo, Zakolov le propuso que posara como en pasarela.

— No se reconoce. Es otra chica. — Evtushenko se entusiasmó.

“Y muy bella”, — quiso agregar Tikhon, apreciando, de nuevo, sus largas piernas y su talle esbelto.

En el piso de arriba del apartamento de Tamara Kushnir un tipo, en impermeable beige, había interceptado la conversación telefónica. Entonces bajó al patio y salió a la calle y, desde un teléfono público se comunicó:

— Ellos van a casa de un fotógrafo de nombre Román. Van a agrandar la fotografía de Kasimov. —

— La dirección del fotógrafo? —

— Ahorita la rastreo. —

— Me la comunicas enseguida y prepárate para la acción. —

— Yo soy un boy scout, siempre listo! —

16.– Doble visita al fotógrafo

La puerta del apartamento del fotógrafo en el séptimo piso se abrió enseguida después del primer toque de timbre. Al muchacho en lentes oscuros, de cabello largo y sin afeitar se le congeló la sonrisa cuando vio a Zakolov y entonces recriminó a Tamara:

— A quién trajiste? —

— Eso no te importa, Román. — Tamara empujó al flaco fotógrafo y entró al apartamento.

— Vamos a suponer que no me importa, — asintió pacíficamente Román, dejando pasar a Zakolov. — Pero es mejor cuando la chica viene sola, sin escolta. —

— Pero no donde un mujeriego como tú. —

— Pero Tamara, que te pasa? Yo soy bueno y cariñoso. —

Tamara paseó su vista por la habitación oscura por las cortinas cerradas, entonces se volteó para enfrentar al fotógrafo con anteojos de sol y le dijo, sarcásticamente:

— El sol aquí adentro no te deja ver? —

— Gajes del oficio, Tamarita. Ya me acostumbré a la penumbra del laboratorio.

— Mira, te presento a Tikhon. Él estudia con mi hermano. —

— Ahhh. Cohetes y aviones. — Román le hizo un medio saludo a Zakolov pero enseguida se concentró en las largas piernas de la joven. — Tamara, hoy estás estupenda! Ven para tomarte una foto al estilo “seducción”. Siéntate aquí. —

Él le señaló un diván bajo, con muchos cojines y había una lámpara sobre un trípode apuntando hacia él. Tamara se acomodó en el suave diván, cruzó las piernas de manera que estaban más expuestas y preguntó:

— Que tal si la tomas al estilo “new”? Román, tú no me habrás confundido con alguien? O estarás haciendo una colección? — Repentinamente señaló con su dedo las grandes fotografías de mujeres semidesnudas que adornaban las paredes del apartamento. Muchas de ellas fueron tomadas, en esas poses frívolas, en este divancito. Es una galería de tus éxitos artísticos o masculinos? —

— Y unos…, y otros. —

— Como consigues los…… otros? —

— En primer lugar, yo soy un artista. Artista de la fotografía. A las mujeres les gustan. En segundo lugar, yo conozco las leyes elementales de la fisiología. —

— Curioso. —

— El color rojo estimula el deseo sexual. Tú no tienes un vestido rojo encendido que te quede ceñido? —

— Creo que no me lo puedo costear. —

— Lástima. Los tipos cuando lo ven se lanzan. Pruébalo. —

— En la edad madura, sin falta, utilizaré tu consejo. Efectivamente, el organismo macho reacciona fuertemente al rojo. Enseguida se piensa en los toros de las corridas. —

— Te equivocas! Las reacciones fisiológicas no dependen del género. Todo sucede a nivel del subconsciente. —

— Ahora entiendo porque los “rojos” le ganaron a los “blancos” en la guerra civil. Tras ellos iban las mujeres, y ellas son la base de cualquier país. Tú recibes las chicas en bata roja, no? —

— Mira por dónde viene! Todo es más sencillo y natural. Primero yo le tomo la foto, y enseguida voy con ella para imprimirla. En el laboratorio estrecho y tibio, bajo la luz de la lámpara roja, la silueta va apareciendo lentamente en el papel y eso actúa de manera irresistible. La luz roja envuelve, está en todas partes, la chica se baña en ella y después, ella misma, me lleva a la cama. — Román lo dice, orgulloso. — Y entonces, te fotografiamos? —

— Será en otra oportunidad, Román. —

— La belleza es un fenómeno momentáneo y el artista es el llamado para fijarlo para la eternidad. —

— Mira tú, Román es Rafael! O más bien te gusta Ticiano? Aunque él tenía preferencias por formas más exuberantes. —

— Cada época tiene su standard de la belleza femenina. —

— Eso contradice lo que acabas de decir sobre la eternidad. — Zakolov se entrometió en el duelo verbal. — Para que fijar la belleza si medio siglo después no va a parecer tan bello? —

— Tikhon es el representante brillante de una nueva generación: El Logicus Sapiens. — Explicó Tamara.

Pero sus palabras confundieron aún más al fotógrafo y sacudiendo su mano dijo:

— De insectos yo no sé nada. —

Para no carcajearse, Kushnir se tapó la boca con la mano. Zakolov sacó la fotografía de Kasimov y llevó la conversación hacia lo que querían:

— Román, necesitamos agrandar esta fotografía. Entiendo que tú tienes el negativo. —

Román miró la foto y se dirigió a la muchacha:

— Tamara, te estás metiendo en asuntos malos otra vez. No te bastó con aquello? No, engañas a los inocentes y le traes este pan al pobre artista. —

— Para este pan hay una cola larga y a mí no me gusta hacer cola. —

— Hacer cola es una tontería. Lo importante es hacer la cola apropiada. —

— Ahí te apartan a codazos. —

— Que quisquillosa! —

— Dónde está el negativo? — Tikhon ya no soportó la conversación.

Román, impotente, movió la mano y se rindió:

— Yo sabía que no te iba a convencer. Vamos al laboratorio. Ya todo está listo.

Bajo el pomposo título de “Laboratorio” se escondía un cuarto de baño lleno de aparatos fotográficos. Tres persona apenas cabían en el cuartucho oscuro. Román cerró la puerta completamente, se quitó los anteojos de sol y prendió la lámpara roja.

— Este es el cuadro. — Román conectó la ampliadora fotográfica y en el rectángulo apareció Malik Kasimov, con cabello y ojos blancos. — Quieren agrandar toda la foto? —

— No. Solamente esta parte. — Tikhon señaló el cuadro al lado del hombro de Kasimov.

Román movió una ruedecita para hacer subir la ampliadora. Poco a poco todo el cuadro estaba ocupado por la borrosa foto de la pared de Kasimov, en la que se veía al cineasta al lado del cuadro extraño. Román apuntó el objetivo hacia el lugar indicado entonces apareció el lienzo gris con sus símbolos geométricos blancos.

— Que son esos signos diabólicos? — murmuró Román.

— Yo pensé que tú podías conocer algo de esa corriente artística. — suspiró Tamara.

— Este no es Rafael. —

— Ya me doy cuenta. —

— Ni siquiera Kandinsky ni Malevich. —

— Imprímela, por favor. — le solicitó Tikhon.

Román colocó en el marco papel para fotografía, quitó, por unos segundos, el filtro del objetivo y lo volvió a poner. El papel fotográfico bajó desde el objetivo hasta el recipiente con la solución.

El fotógrafo empujaba, cuidadosamente, el papel hacia el fondo del recipiente con una pinza. Tres pares de ojos observaban, expectantes, como en el blanco papel aparecían segmentos oscuros y puntos negros y poco a poco llenaban toda hoja. Un momento más tarde, Román sacó la foto con la pinza, dejó que goteara el revelador y colocó el cartoncito en el fijador. Cuando terminó el proceso, encendió la luz.

— Listo. Ahora, puedo contar con un agradecimiento? — dijo el fotógrafo y se le acercó a la muchacha hasta llegar a rozarla.

— Gracias Román. Tú eres un verdadero amigo. —

— Y eso es todo? — Román apretó a Tamara.

Tamara salió del baño, pero Román la siguió.

Tikhon Zakolov se quedó solo, observando con atención la foto húmeda. Lo que estaba representado en el cuadro del museo, era un patrón de incomprensibles y separados símbolos. Todos estaban bien diferenciados y Tikhon pudo observarlos en detalle.

El dibujo completo era este:

Pero qué es esto? Ángulos, cuadrados, puntos. Como se puede descifrar? Además, es que esto es un cifrado? Es que son pocos los pintores que sueñan con la grandeza de Malevich cuando este pintó “El cuadrado negro”? Es posible que el siguiente loco infeliz decida ser el fundador de la nueva dirección bajo la divisa: “El Cubismo” a la basura, ahora viene “El Geometrismo”!

Tikhon trató de traducir el cuadro al acostumbrado lenguaje de los números. 19 puntos, 34 símbolos, 62 ángulos, 93 segmentos. Rápidamente sumo, restó, multiplicó esas cifras en diferentes combinaciones. Ninguno de esos resultados le dio una pista para la solución.

El callejón sin salida.

Zakolov dejó de mirar los signos misteriosos para concentrarse en la figura del cineasta frente al cuadro. Él está de pie medio volteado hacia el cuadro, pero muy atento a la pintura y en su mano tiene un libro grueso. Vas a un museo con un libro? Es extraño, a menos que sea un catálogo de la exposición. Tikhon intenta ver la portada del libro. Un dibujo, parte de una palabra. Muy pequeño y nada claro.

Salió del cuarto de baño y se dirigió a Román, quien estaba tirado en el diván con los infaltables lentes de sol:

— Tú no crees que esto puede ser un fotomontaje? —

— Por la copia, no puedes determinarlo. — se sonrió el fotógrafo, aspirando un cigarrillo. — Si yo viera el original, opinaría. E inclusive así, no sería determinante. Kasimov es un profesional de alto nivel. Para él, hacer esa composición es muy fácil! —

— Y puedes hacer otro agrandamiento? Yo quisiera leer el nombre del libro. —

— Para que molestarse? Que Kushnir le pregunte a Kasimov. Por lo que parece, al viejo le gustó ella. Digo, por todo lo que habló. —

— Desgraciadamente, es imposible. — Zakolov lo dijo como evadiendo cualquier pregunta.

— Entiendo. El viejo se disgustó por lo del artículo. Está bien dame acá! — Román agarró la foto, lentamente exhaló dos anillos de humo y exclamó: — Tamara, tu amigo me pide lo imposible! —

— Inténtalo Romancito. Tú eres un maestro. — Coquetona, le pidió la muchacha, se sentó a su lado y le acarició el cabello.

— Solo por ti lo hago. — Se alegró Román, mirando lujuriosamente, las caderas de la muchacha.

— Dale pues. —

El fotógrafo saltó, apagó la colilla del cigarrillo y llamó a Tikhon:

— Epa, Cohetes y aviones! Ven para mostrarte algo de conocimiento popular.

En el cuarto de baño, Román colocó la ampliadora en un extremo de la mesa, cambió el objetivo por uno más poderoso y apuntó la luz directamente al piso.

— Ahora veremos cuales libros lee el respetado Malik Kasimov. —

Pasados unos minutos Zakolov tenía en sus manos la nueva húmeda impresión.

— Bueno, ahí la tienes. Nada del otro mundo. —

Con ansiedad, Tikhon consideró la imagen ampliada. Kasimov agarraba el libro por la parte de arriba. Su mano casi tapaba el título de tres líneas. En la primera línea se veían las dos primeras letras: “DI”, en la segunda, debía haber, en letras pequeñas, una preposición o una contracción, y en la tercera y cuarta líneas se veían las últimas letras: “OMA” y “SO”. Por el tamaño de las letras, en esas tres líneas solo había una palabra por línea.

— Que libro es ese? — Tamara, con curiosidad, se adhirió a Tikhon. Este sentía la respiración húmeda de la muchacha en el cuello.

— Todavía no entiendo. — Tikhon intentaba variantes del título pero no obtenía algo con sentido.

— Alguna idea? —

— Por ejemplo: “DILEMA DEL SARCOMA HUESO”. Es absurdo, no? —

— Claro. Hay otra variante: “DIVERSION EN LA LOMA RISO”. Pero por aquí no hay ninguna colina Riso. —

Y qué te parece: “DICIEMBRE, LA PALOMA PUSO”? — Tamara cambió la expresión risueña, se puso seria y dijo: — No tratemos de adivinar. Vayamos a la biblioteca y miremos las variantes de nombres en las tarjetas ordenadas.

— No es mala idea. Pero te dice algo este dibujo? —

En la parte de abajo de la tapa del libro se veía claramente un dibujo: dos parrillas entrecruzadas, como las que se usan para jugar la vieja. Una parrilla derecha y la otra dibujada con diagonales.

— No. Pero te puedo decir que esa no es una ilustración de una producción artística. Más bien parece un libro científico o uno de rompecabezas. —

— Bueno, tenemos que rompernos la cabeza. —

— Crees que el libro tiene relación con el misterio? —

— El libro no, pero si toda la fotografía. Vamos a la biblioteca, a lo mejor aclaramos algo. —

— Ay, se me había olvidado. Hoy es feriado y las bibliotecas no trabajan. —

La foto se terminó de secar y Zakolov la unió a la otra con el cuadro misterioso. Quiso meterlas en el bolsillo pero la mano se detuvo a medio camino y apareció, en su rostro, una sonrisa de felicidad. Puso las fotografías, una al lado de la otra y movió su mirada entre ambas, uniéndolas, partiendo las imágenes entre sí.

— Me parece que ya entendí de que se trata. —

— Sabes el nombre del libro? —

— Todavía no. Pero estoy seguro de que no es por casualidad que Kasimov tine ese libro en la mano. — Tikhon le dio las fotografías a la muchacha. — Mira la portada del libro y el cuadro. —

— En ambos hay símbolos extraños. —

— No solo extraños. El patrón en el cuadro consiste de elementos del dibujo en la portada! —

— Tú crees? Y los puntos? En el cuadro hay muchos puntos, pero en la portada, no. —

— Claro. Entonces los puntos, probablemente, tienen algún sentido. —

— Déjame ver. — dijo Román. Le dio vueltas a la foto y, con seguridad, afirmó:

— El dibujo en el libro no es tipográfico. Fue hecho a mano. Se nota por la sangría, y las líneas no son regulares. —

— Entonces estamos en el camino correcto. — Se alegró Tikhon. — Me parece que ya entendí de que se trata. Necesito papel y lápiz. —

Zakolov miró, interrogativamente, al dueño del apartamento. Román se levantó con desgano.

— Están fascinados. Como si buscaran un tesoro. Ahorita traigo lo que pediste.

Se dirigió a la habitación vecina pero, en ese instante, tocaron la puerta del apartamento.

— Bueno, parece que es día de visitas. — farfulló Román y se dirigió a la salida.

Zakolov se apresuró a esconder las fotografías y, en voz baja, le advirtió al fotógrafo:

— No digas nada de las fotos. Pasamos por casualidad. Tamara quería preguntarte por lo que decían en la redacción del periódico. —

Román miró a la parejita, hizo una mueca y gruñó:

— Vaya, los buscadores de tesoros! La fiebre del oro! Si señor! —

El fotógrafo abrió la puerta y en el pasillo frente a la puerta no había nadie.

— Epa! Quién es? Cabrones! — Tiró la puerta con fuerza, puso los cerrojos, se volteó y dijo: — Son carajitos que molestan. Yo no espero a nadie. —

Zakolov y Tamara intercambiaron miradas.

— Es hora de irnos. —

— Pero para que se rompen la cabeza? Podrían preguntarle al viejito Kasimov.– Les dijo Román, mientras los acompañaba a la salida.

Zakolov se detuvo ante la puerta y, con dificultad, dijo:

— Hoy en la mañana mataron a Kasimov. Creo que relacionado con el artículo sobre Tamerlán. Y tú también debes cuidarte. —

Los jóvenes se alejaron.

Un Román impactado se quedó mirando la puerta cerrada, tratando de digerir la infausta noticia y el sentido de la última frase de Zakolov. Pero un nuevo timbrazo lo hizo reaccionar. Tamarita olvidó algo y regresó, pensó el fotógrafo e, imprudentemente, abrió completamente la puerta.

Si hubiera estado concentrado, él habría escuchado el cierre de la puerta del ascensor y cuando este bajaba. Y, posiblemente, hasta habría escuchado los pazos de las dos personas que bajaban desde el piso de arriba cuando el ascensor bajó. Y habría ligado estos acontecimientos con la advertencia de Zakolov y hasta habría mirado por la mirilla! Pero no hizo nada de eso.

Y, como resultado, sucedió otro crimen horrible.

17.– Descifrado de la clave

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